Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Juglares y limosneros

Compartir
(Foto: Especial)

El aumento de contorsionistas, con habilidades líricas para tocar algún instrumento, combinar palabras con  cierta métrica poética e incluso interpretar obras de muy dudosa calidad teatral —mayormente malas copias de lo compuesto por autores cultos— casi siempre está asociado, con el aumento poblacional, la marginación de muchos, respecto a los satisfactores primarios y un cierto ánimo de venganza presentado como reclamo colectivo, al cual de cierta manera los gobernantes toleran por los efectos de catarsis social que en sí mismo conlleva. Esta actividad desarrollada por personajes ambulantes, en el cruce de caminos y plazas públicas incluye también a saltimbanquis, traga fuegos, lanzadores de cuchillos, equilibristas, domadores y toda una variedad de personas que en el fondo anhelarían trascender en la historia como estrellas fulgurantes de algún circo, sobre todo si es el  du Soleil.

Los juglares han sido siempre actores del entretenimiento, algunos logran traspasar el espacio público, para convertirse en declamadores, relatores de hechos y aventuras considerados épicos, bailarines y en general histriones de origen humilde, que por diversas razones, terminan desplazando a los cultos trovadores surgidos en ambientes aristocráticos que cantaban sus versos en catalán, lengua de OC, italiano, alemán, gallego o portugués.

Si usted estaba imaginando a las mujeres con niños pequeños subidos sobre sus hombros,  chicas de buen cuerpo paradas en un crucero con su hula hula o quizá un joven nini, haciéndolo de mimo o malabarista, que desea reunir lo suficiente para ir al antro; se equivocó de tiempo. Los juglares florecieron en la edad media. No había PRD, pero sí algunos recaudadores de impuestos que abusaban, igual que cualquier inspector de vía pública, metían la mano en las  arcas y hasta engañaban a señores feudales o reyes que a lo mejor no eran tan perversos, pero lo suficientemente torpes como para no entender lo que los pueblos necesitaban.

Entre los espectáculos de la edad media —con juglares, pregoneros, bufones, y músicos algunos buenos pero obligados a trabajar en la calle por las distorsiones económicas— y los eventos presentados en cualquier plaza de la ciudad de México u otra de este dolido país, la única diferencia es: la sustitución de carretas por las carpas rentadas a algún favorito del delegado o presidente municipal en turno y los templetes con la horca para ofrecer el espectáculo mortuorio de “brujas y herejes” que mayormente fueron personas comprometidas con la lucha social y la defensa de los derechos populares.

Los auténticos trovadores casi siempre de extracción caballeresca —al igual que muchos ilustrados universitarios que alguna vez se consideraron privilegiados de clase media alta— fueron siendo desplazados después de la segunda mitad del siglo XII, por recitadores de baja extracción que generalmente vestían llamativamente y, si bien seguían consignado historias de amor y hechos heroicos, fueron deteriorando el auténtico arte de la juglaría que en sus mejores momentos logró espacios como la corte de Alfonso X[1] —el sabio— quien declaró infames a ciertos personajes[2] algunos de los cuales asistieron a bodas distinguidas de la época.

El negocio del secuestro fue también algo común en la Europa medieval. El de Ricardo Corazón de León, encerrado por alemanes en uno de sus castillos cuando regresaba de alguna cruzada, fue famoso no solo por el monto del rescate —el equivalente a 20 millones de euros actuales— sino por las características del personaje. Entonces como ahora, había prohibiciones para pagar rescate de caballeros —la orden del Temple por ejemplo— por eso de inmediato sus captores decapitaban a los templarios.

Como resultado de los abusos, los recaudadores de impuestos fueron siendo sustituidos por personajes capaces de encontrar ventajas en una sociedad famélica y harapienta. Pedir limosna se constituyó en una fuente más o menos segura de sobrevivencia. De inmediato surgieron los explotadores de niños, inválidos, ciegos y toda una caterva de gente que pedía, daba su parte a quien los organizaba y a pesar de todo lo monstruoso del modelo lograba sobrevivir.

Esto fue tan exitoso, que desde los propios palacios surgieron los “limosneros regios”, que lograban donaciones —casi siempre por iniciativa de la reina— cuya parte principal se quedaba en manos de los ricos y con algo de eso se sostenían hogares de pobres[3].  Tales personajes empezaron a ser más efectivos que los recaudadores de impuestos. El dinero obtenido por donaciones no llegaba a las arcas del reino, tenía menos controles, se gastaba sin medida y permitía lavar la culpa mediante la caridad. Quizá por conocer este tipo de cosas es que cuando le preguntaba a mi abuelo acerca de los líderes de la informalidad, la tolerancia gubernamental para éstos y la gran corrupción del modelo; él me insistía en que “no hay nada nuevo bajo el sol”.

*

[1] Como político fue ambicioso, y con escasa sensibilidad y en ello estribo su fracaso, pero se le reconocen muchas de sus aportaciones culturales como: la fundación de la prosa castellana. La organización de grandes centros culturales en Toledo, Sevilla y Murcia, como consecuencia de sus conocimientos de astronomía, ciencias jurídicas e historia. Su prioridad por la cultura, lo llevó a evitar discriminaciones entre judíos, musulmanes, castellanos e italianos, que colaboraron libremente para una proyección universal del conocimiento de la época.

[2] Ley 3º, título XIV, Partida 4º, se prohibía a las personas ilustres que tuvieran por barraganas a juglaresas ni sus hijas

[3] (Libro del limosnero Pedro de Toledo Obispo de Málaga, 1486).