Cuauhtémoc Trejo / Mónica Uribe
03 de diciembre de 2011
En el siguiente texto (que es un fragmento tomado del programa de mano que se obsequió durante el concierto de La flauta de cristal de Claude Laurent, realizado en el Castillo de Chapultepec a mediados de 2011) se da cuenta de las características del instrumento y se resume un poco de su contexto histórico, sopesando su presencia en el ámbito musical, y aun en el poético, como si una mera referencia casi mítica o inventada adquiriese densidad material.
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A pesar de las múltiples opiniones acerca de la futilidad del material utilizado, Claude Laurent logró con la flauta de cristal una voz prístina y diáfana que no se había escuchado hasta entonces en los instrumentos de madera y marfil. La comisión de especialistas que otorgó la medalla en la Exposición Industrial de 1806 —entre los cuales estaban Gossec, Cherubini, Wunderlich y otros miembros del Conservatorio de París— fue unánime acerca de la estabilidad y temperamento de la flauta de cristal, pues resultaba menos vulnerable a los cambios de temperatura y humedad que afectaban la afinación en las flautas de madera y marfil. Por otro lado, el instrumento de Laurent era más fácil de tocar, su sonido más vívido y el mecanismo de las llaves superaba al de las flautas anteriores. La única desventaja de la flauta de cristal era su peso.
Más allá del lujo que representan los materiales de su construcción, las flautas de Claude Laurent constituyen un instrumento musical único en la historia de la organología ya que después de su inventor apenas otro fluthier, J. D. Bretón, discípulo y sucesor de Laurent, se atrevió a construir flautas de este material tan controvertido aún en la actualidad. Para muchos, el método de fabricación de la flauta de cristal sigue siendo un misterio. Varias razones explican la discontinuidad de su uso, empezando por su alto costo y complejidad de fabricación, y terminando por la culminación de la etapa de mecanización del instrumento, con el modelo que presentó Theobald Boehm en 1847 y que se mantiene vigente hasta nuestros días.
Muy pocos flautistas pudieron adquirir uno de los instrumentos que el relojero francés fabricó. En contraste, la flauta de cristal se convirtió en un símbolo aristocrático asociado al Bonapartismo, pues Napoleón I de Francia, el rey Luis Bonaparte de Holanda, José Bonaparte de España y el Emperador Francisco I de Austria tuvieron flautas de cristal de Claude Laurent. En 1808 el flautista parisino Dubois dio un concierto en Ámsterdam con una flauta de cristal. Más tarde, el joven Louis Drouét, al ingresar como flautista en la corte de Luis Bonaparte, recibió de manos del rey uno de los prestigiados instrumentos; posteriormente, Napoleón lo invitó a París, obsequiándolo con otra flauta. Drouét fue un intérprete precoz y famoso. Uno de los conciertos públicos que ofreció fue el legendario programa en Convent Garden (1816) que incluía obras de Handel, Mozart y otros compositores de la época. En aquella ocasión, John Quincy Adams, presidente de Estados Unidos (1825-1829) —él mismo un flautista amateur—, lo escuchó tocar una flauta que, según refirió el propio Adams, superó todo lo que había oído acerca de este instrumento. Por su parte, James Madison, cuarto presidente de los Estados Unidos, obtuvo una flauta de cristal como regalo del propio Laurent.
La Flauta de Cristal de que hablamos ahora llegó al estudio del pintor Pelegrín Clavé como un obsequio del Emperador Maximiliano. Resulta más que afortunado que este instrumento histórico haya sido preservado en perfectas condiciones para ser tocado.
Es posible encontrar que más de un par de publicaciones contemporáneas se preguntan si en realidad existió semejante instrumento, si dicha flauta (“rítmica y sonora”) fue solamente parte de la imaginación mitológico-ovidiana de Rubén Darío (Azul, “J.J. Palma”) o quizás un equívoco en la nomenclatura mozartiana. Lo cierto es que las flautas de Laurent no sólo existieron, sino que muchas de ellas todavía reposan en silencio en importantes colecciones de instrumentos musicales.