Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Pertenencia, desapego

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Un factor impulsor del desarrollo humano es el anhelo de ser parte. Los grupos más primitivos empiezan a avanzar en la civilización cuando se identifican como miembros de un clan, tribu o tótem. El vínculo de pertenencia más simple deriva de la procreación misma. Inicialmente fueron las madres las que entendían que ese otro pertenecía a ella y, por muchos siglos, el anhelo masculino por gozar de tal privilegio llevó a extremos de cosificación de la mujer a la cual incluso se le ha tratado con violencia. Los lazos de parentesco históricamente fueron el adherente social más importante —el huérfano, ilegítimo y en general quien no era pieza de una familia llevaba sobre sí un verdadero estigma— trasladando ese sentido de pertenencia, a la tierra, la etnia, la nación, el credo —la membresía religiosa ha sido tan o a veces más importante que la familiar—, el sindicato, el partido y hasta la empresa.

Sin embargo, paralelo a la fuerza derivada del pertenecer; el anhelo de poder ha atacado por muy diversos frentes y con las argucias más increíbles esta fuerza unificadora. La iglesia y las guerras se han llevado lejos a hijos que mueren en el frente, se desarraigan de su origen y ocasionalmente hasta se convierten en instrumentos de agresión contra la familia y todo lo que ésta les imbuyó. Desde los diagnósticos maltusianos, pasando por las advertencias de Armand Mattelart y hoy día con la imponente influencia de la era de la comunicación, la falsedad –en todas sus formas y de manera fundamental la manipuladora— se ha constituido en el método más constante para imbuir el desapego, con la consecuente opresión, casi siempre ejercitado por “las clases superiores” dispuestas a ser instrumentos de penetración[1] para terminar controlando o, en el mejor de los casos, vigilando a los potenciales manipulados.

A los terratenientes primero —aristócratas— y luego a comerciantes, industriales y financieros —burguesía— les ha resultado conveniente una humanidad de personas sin afección trascendente a nada que no sea lo que pueda consumir. La única fidelidad del peón o el sirviente es la esperada por el amo casi siempre carente de benevolencia, difícilmente interesado en educar. La lealtad para este modelo de clase social desigual es la sumisión, concepto que se afina, cuando llegamos al siglo de las patentes, el canal preferido, la telenovela adictiva. Lo poco que queda de familia, se mira como “unidad de consumo” —los padres son conminados a comprar lo que el preescolar ve en los anuncios comerciales— y sus integrantes lo son también de: educación, si se aspira a ser profesionista; cigarros, coches, terrenos residenciales, si el modelo es el éxito; toda suerte de productos alimenticios para lograr ser fuertes, delgados o sanos; seguros médicos, viajes, vestimenta de marca, si el apego es con el status; en suma cada cual trata de ser ganador por mérito propio. ¿Qué porcentaje de los usuarios de telefonía móvil, redes sociales, televisión de paga, tiene conciencia de su cautiverio? Al caer el muro de Berlín, y establecerse sin contrapesos el capital como rector único de la vida social, ¿podemos decir que solo hay dos clase sociales —la dominante minoritaria pero muy rica y la dominada cada vez más empobrecida— siempre confrontadas?

Las instituciones sociales creadas en décadas anteriores, como elemento de acercamientos entre ricos y pobres ¿siguen teniendo esa visión o se han convertido en simples instrumentos de orden para evitar el descontrol y la confrontación entre los muy desiguales? ¿Cuántos son conscientes de la ideología que sustenta a corrientes —educativas, religiosas, filosóficas, culturales en general— promotoras del desapego, que te impele a ser feliz hoy, sin ocuparte en recordar lo que ha sido tu historia personal, familiar y nacional? ¿En qué forma ha beneficiado a quienes esto pregonan[2] el contar con un “mercado de consumidores” aislados y por lo mismo impotentes frente a las intenciones —casi siempre en beneficio de los ofertantes— de un sistema productor de hábitos de consumo con implicaciones culturales tan o más drásticas que lo definido como lavado de cerebro? ¿De qué manera este escenario de información fragmentada —en redes, Internet, noticias resumidas en segundos y spots que bloquean la interacción nuclear y amplia— es codicioso e inhumano? Nuestros descendientes ¿van a ser programados con lenguaje binario —uno y cero— y quiénes serán los que determinen que información y por consecuencia cual conocimiento corresponderá a cada uno? Sus hijos y nietos, ¿siguen los procesos afectivos y educativos tradicionales o ya se convirtieron en internautas[3], inhabilitados para leer y condicionados para copiar y pegar?

Si no quiere llegar al fin de sus días con la sensación de que ha sido devorado, sería bueno que refuerce sus lazos de pertenencia; además de las horas laborales, dedique tiempo para comer en familia, comentar un libro, ver un documental con sustancia, reúna a sus amigos y herede a sus descendientes,lo que la vida almacenó en su cerebro, sus emociones y sus vivencias a lo largo del tiempo que ha sido huésped de este vapuleado planeta. Nada de lo que compre —ropa, cursos, joyas, muebles etc. — se lo llevará a ninguna otra dimensión, ni regresará con usted a otra existencia si acaso es de los que consideran que su única posibilidad de trascendencia es continuar consumiendo ahora o en su otra vida.

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[1] Por igual, con los documentales producidos por el nazismo que las caricaturas de Walt Disney creador de individuos sin familia como el pato Donald, su eterna novia, sus sobrinos, Ciro peraloca o rico Mac. Pato.

[2] gimnasios, industria productora de toda suerte de cremas, vitaminas, vacunas y medicamentos, grupos espirituales emergentes y supuestamente reivindicadores de creencias antiguas, organizador de conferencias y talleres para enseñarte a vender y logar el éxito, etc.

[3] Como término medio, el tiempo que pasan en una página Web apenas les permite leer el 20 por ciento del texto. Según diversos estudios, la mayoría de los usuarios deja de leer antes de llegar a las 200 palabras como término medio.