Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

El Modelo

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(Foto: Especial)

Hubo una vez un paraíso rico en selvas, bosques, lagos, ríos, montañas, zonas de calor y de frío, costas y muchas más especies biológicas y zoológicas que en ninguna otra parte del llamado planeta azul. Sus pobladores vivían en armonía con el entorno, sembraban lo necesario para nutrirse, criaban ciertos animales para completar su dieta, enviaban a sus niños a las escuelas comunales, expresaban su arte lo mismo en construcciones adecuadas para la vida como en monumentos para la adoración de los dioses de la naturaleza y hasta piezas escultóricas de gran contenido y belleza. Luego de muchos huehuetiliztli[1] de felicidad, los envidiosos y ambiciosos anhelaron quedarse con la riqueza de esos pueblos que eran “mágicos” aun sin la declaratoria de los de afuera.

Llegaron sin arcos, flechas ni penachos, pero con 6 patas, cuatro de ellas muy hábiles para saltar como el chapulín, y por eso les llamaron gachupines. Le arrancaron a la tierra, piedras, árboles, y hasta el chapopote, descubierto y usado con gran efectividad por los Olmecas[2] habitantes de zonas cercanas al mar. Estos gachupines humillaron y trataron de extinguir a los orgullosos mexicas, pasando por los totonacas, chichimecas, amuzgos, chontales, mixtecos, zapotecos, mixes, kikapues, mayos, huastecos, huicholes y muchos otros a los que doblegaron desde la entraña de su espíritu robando, violando y matando; además de echarles todos los males de ojo posibles entre ellos una maldición llamada viruela.

Con un método de tres etapas que consistía en descalificar, enfrentar y sustituir, luego de doblegar su espíritu usando bebidas solo reservadas a los sacerdotes y otras que trajeron desde otros mundos, de violarlos y esclavizarlos, les empezaron a decir hasta el cansancio que eran inferiores, que debían aprender otras ciencias con las cuales serían más productivos y hasta pudientes. Los hombres que saltaban trajeron caminantes de largas vestimentas para insistir en decirles lo poco valioso que era lo que habían vivido y lo maravilloso de una eternidad de plenitud, si olvidaban su lengua, sus costumbres, sus ritos.

Como siempre ocurre, estos extranjeros fueron hábiles para reconocer a los traidores — temactecahuani— y a cambio de trato preferente les enseñaron a ser rudos con los que se negaban a la nueva era. Esa forma de conducirse se les metió en la sangre a muchos, a tal grado que aun con el paso de los fuegos nuevos, hubo mujeres famosas que animaban a las comadres a golpear a las rejegas.[3] Una vez sometidos de espíritu y mente, empezó a ser sencillo cambiarles sus bellas vasijas, piedras preciosas y penachos por cosas sin valor como los espejos que permitían a los sometidos capturar su imagen hasta entonces solo vista en el agua.

Por el abuso de este modelo basado en el enfrentamiento, la guerra sin motivos y solo para depredar, los gachupines terminaron siendo expulsados por otros brujos tan o más perversos, que se robaron la mitad del paraíso. Los que lograron sobrevivir se rebelaron —unos por convicción libertaria otros por interés de convertirse en hombres de seis patas— y luego de otro huehuetiliztli, por descuido y por traición, nuevamente el modelo se impuso. En este prototipo el único dios es un poderoso caballero, que se multiplica si todos compran aun lo que no necesitan, solo unos cuantos producen lo que le venden a otros que ya se olvidaron de sembrar, de usar el bosque con racionalidad y que perdieron la dignidad al no trabajar y solo extender la mano para que les den como limosna, un techo, un piso, una despensa, una beca.

Para extinguir a quienes pudieran convertirse en revoltosos, los magos del norte propusieron un sistema recaudatorio basado en la desconfianza, en el cual se vigilarán los consumos hechos con la moderna cadena de los esclavos que es un pedazo de plástico y se les hechizará en mazmorras si no pueden demostrar como lo han pagado. A los que sí declaren se les quitará cuando menos un tercio de lo que produzcan, se les dirá que su dinero solo estará seguro en bancos que les cobran por guardarlo, se les pedirá más dinero por tener un coche, mantener su habitación en condiciones de dignidad[4] y al igual que los primeros hombres saltamontes, quebrarán su espíritu mediante la burla, diciendo: “pues si no puede pagar predial o agua que venda y se vaya a otro lugar menos lujoso”.

En este afán de extinguir también los valores de habitantes que se han resistido a abandonar el paraíso, los duendes ayudantes de tales hechiceros, prohibirán a los altruistas donar más de dos salarios mínimos porque para “ayudar a sus prójimos” deben plegarse a la filantropía corporativa. El que aporte mas no puede deducirlo como gasto, a diferencia de las grades fundaciones que con lo recibido de embrujos llamados redondeo, súmate, bécalos etc. reparten chucherías a los magos, hechiceros, brujos, duendes y todo el sistema empeñado en someter a las víctimas del modelo. Prototipo que podrá meter auditoria a una abuela, a la cual después de un año de trámites no le han dado la tarjeta de apoyo universal para alimentos, debiendo comer de lo depositado por sus hijos en su cuenta de ahorros. Ayuda considerada como ingreso gravable o sucio, si no puede demostrar el origen de la misma. Una patente que no permitirá lo venza la informalidad, por eso les engaña diciendo que ya no cobrarán por los depósitos en efectivo, un modelo que privilegia a un pocos y que está dispuesto a extinguir a los incapaces de consumir, metiéndolos en casas que se lleva el agua o terminan sepultadas bajo toneladas de lodo carente de raíces que lo contengan.

Un modelo terrorista fiscal en el que los indeseables son desechables mediante armas biológicas que: los enfermen de obesidad y sus derivados, los marginen del “progreso urbano” o los usen como monitos de propaganda, cuando aun no se mueren, solo para seguir privilegiando a los globalizadores, explotadores y promotores de las leyes del mercado y el consumismo.

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[1] Dos ciclos de 52 años lo forman era el vocablo para denominar la ancianidad, tema por cierto muy venerado por los antiguos pobladores del Anahuac, en las misma línea de puebles antiguos en China, Japón y otras geografías del hoy llamado oriente.

[2] Fue utilizado hace tres mil 500 años como pegamento, impermeabilizante -para pisos y paredes- como mechero y en algún momento como moneda de trueque.

[3] Las llamadas poquianchis siguen vivas en el negocio de la trata de personas, los coyotes y tanto explotador de la miseria humana

[4] El predial se ha convertido en un verdadero impuesto confiscatorio sobre todo para clase media cuyos jubilados y personas mayores están siendo los más discriminados de nuestra sociedad. La frase de desprecio por la gente que ha visto mermado su ahorro vital para pagar prediales de más de 30 mil pesos al año, es expresada por tesoreros de los municipios y ciudades, incluido el DF.