Las cosas como son

Para mirar el fin de año

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A un paso de que acabe el año, y al amparo de la celebración guadalupana, recién consumada, ¿por qué no mirar con buenos ojos los días en que se sucede una celebración a otra? Ninguna de ellas es vana, si se las mira con atención y, respetuosamente, se considera su raigambre, sus posibilidades de infiltrar una transformación, una intencionalidad más enfocada en nuestro ser interior. Durante este mes, queda a la vista la presencia de Lo Más Grande, de aquello Mayor que lo cual nada puede pensarse. La Virgen de Guadalupe y el Niño Dios son formas en que podemos atestiguar esa magnificencia, que al mismo tiempo de mostrarnos nuestra propia dimensión, pequeña, claro está, otorga un aliento, la esperanza de la renovación, de las posibilidades que no han concluido.

Sea que se acoja uno o no esas potencias, lo cierto es que no es posible permanecer al margen de su influjo, en cuyo caso vale la pena preguntar socarronamente “Entonces, ¿por qué no?”. ¿Por qué no vivir esa experiencia, por qué no compartirla, por qué no dejarse llevar por esa corriente donde bullen y rebullen emociones, sentimientos y buenas intenciones, más allá de cualquier institución?

Al respecto, cuentan de un hombre que después de realizar servicio a una comunidad distante, mientras esperaba el tren que lo llevaría de regreso a su ciudad, vio llegar a uno de los pobladores de la localidad donde había estado, quien se acercó y le entregó unas monedas, comunes y corrientes, que había atesorado y que deseaba regalar a la persona, dijo, que había hecho tanto por ella. El especialista comentó que se sintió tentado a devolverlas con el argumento de que no le hacían falta y de que eran más necesarias para el lugareño, sin embargo cuenta que detuvo esa conducta porque alcanzó a percibir que esa manera era la única que tenía ese hombre de mostrar su agradecimiento, y que al darle esas monedas, valiosas de cualquier modo, estaba demostrando el tamaño de su sentir. En consecuencia, terminó diciendo, aceptó agradecido el regalo en que iba también la gratitud sentida, de tal suerte que al lugareño se le iluminó también el rostro, pues se había consumado el propósito.

¿Por qué no, entonces, mantenerse abierto a las posibilidades que se generan con motivo de estas fechas? A lo mejor solo hace falta dejar que se manifiesten esos treinta segundos de valentía para permitir que ocurra lo impensable, valentía para mirar a las personas tal como son, para recibir lo que sus manos viene, para decir “sí, así como eres está bien para mí, sí, tomo lo que me das”. Están igualmente las posadas, y la tradicional piñata, la primera metáfora del peregrinaje en la vida, la segunda imagen de la intención de romperle la crisma a la adversidad, a lo que no deja dar pasos adelante.

¿Quién no ha sido peregrino alguna vez en su vida, quién no ha requerido posada, quién no ha anhelado beneficiarse de la compasión de sus semejantes? De igual modo, ¿quién no ha querido, romper el cascarón de lo adverso y comenzar otra vez el vivir con entusiasmo, con manos llenas, con la alegría catártica de dejar atrás lo inviable? A la manera del fuego de artificio, que detona y muestra su brillante colorido, la piñata revienta y deja caer de su panza lo abundante, la promesa de riquezas. ¿Por qué no? ¿Por qué no pertenecer a esa comunidad de la que se es parte, por qué no hacer más fuerte el grito, por qué no? Lo que vengo diciendo no hace sino mostrar que las cosas, los hechos suceden, y que es uno quien decide cómo estar cuando se presentan.

Obviamente, uno tienen a la mano las dos opciones: decir sí o decir no. Después de todo tiene razón aquel dicho que señala, bajo la forma de un cuestionamiento: ¿Qué prefieres: tener la razón o ser feliz? Les deseo lo mejor en estas fechas, hago votos por que disfruten con valentía de las posibilidades  de este tiempo. Nos escuchamos de nuevo el próximo año.