Entre caminantes te veas

Amor … ¿con amor se paga?

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Sentado ahí, en ese sillón reclinable que compró especialmente para ver la televisión cómodamente al jubilarse, miraba el cristal de la ventana a través del cual resbalaban las gotas de agua que caían al compás de la lluvia.

VENTANALejos quedaron aquellos sueños en los que después de pensionarse recorrería el mundo al lado de su mujer y construiría una casa más grande con un jardín hermoso en el que asarían carne los domingos, cuando la casa se llenara de nietos.

Trabajó incansablemente día tras día cuidando su puntualidad en la oficina, desvelándose por cumplir eficientemente para aspirar a una buena pensión al final de sus días laborales. Cuando puso atención a su presente, descubrió que su adorada esposa lucía un rostro surcado por las marcas del tiempo, la figura encorvada, el vientre abultado marcado por las estrías de los embarazos. Y él, con esa cara avejentada, las gafas que le hacían ver como un auténtico anciano, la cabeza ya casi sin pelo y la boca sin sonrisa. Los hijos lejos haciendo su vida, los nietos creciendo a través de fotografías sin sentido.

La pensión fue generosa, sí, pero no hubo viaje alrededor del mundo porque a esas alturas lo que menos quería su agotada mujer era correr aventuras en los Alpes Suizos o visitar el desierto montada en un camello. Y la remodelación perdía sentido en una casa sin visitas.

Nunca se acostumbraría a ser tratado como un Don Nadie en todas partes después de haber sido un trabajador respetable, los “amigos” le harían entender con dolor que quien no tiene trabajo ni pertenece a un grupo laboral pierde valor para la sociedad. Se volvió sordo ante las voces despiadadas de las personas ante las que acudía a realizar sus trámites de costumbre y que le hablaban gritando porque suponían que al ser viejo era también un poco sordo y un poco imbécil. Ya no era importante lo que tuviera que decir a pesar de que gracias a su experiencia tenía tantas cosas valiosas que relatar y expresar pero que morían sin ser dichas porque sabía que no valía la pena intentarlo siquiera… nadie escucharía.

Ahí estaba viendo pasar los días en esa vitrina llamada casa, observando el movimiento detrás de un cristal, solo a pesar de la compañía y deseando con todas sus fuerzas y el corazón destrozado descansar en paz para conservar su dignidad. Se había convertido en una especie de momia más resguardada en su propio museo… si tan solo la gente tuviera un poco de piedad…