Candil de la Calle

2014 es Ayotzinapa

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A la memoria de don Vicente Leñero

(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Por las tan distintas motivaciones que podemos tener, mexicanas y mexicanos nos volcamos a googlear            en este año 2014 que fenece sobre dos temas con particular enjundia: Ayotzinapa y Joaquín “El Chapo” Guzmán.

Tan disímbolas predilecciones en este mundo virtual que, para nuestra fortuna, ha trascendido en la forma humana de la juventud a las calles de nuestro país, retratan en toda su crudeza la polarización, o la bipolaridad que se respira a lo largo y ancho del territorio nacional:

Están aquellos que ven un país. Estamosestos que vivimos en otro.Están otros, los que ven y viven en un país que nada tiene que ver con el de la realidad.

Es curioso, es cuasi dramático, que tengamos en nuestras manos libros de crónicas de escritores como Juan Villoro, o Vicente Leñero, obligados o deseosos de hacer a un lado la narrativa de ficción ante la urgencia de contar la realidad, mientras que nos encontramos con periodistas, o comunicadores, o presentadores de noticieros en radio o televisión que hacen de la ficción, del mundo-que-no-es la sustancia de la noticia de hoy, el modus operandi del engaño.

Pero de entre esa pesada bruma, uno de los muchos acontecimientos de muerte, de impunidad y violencia auspiciada, propiciada o encabezada desde el Estado (desde los gobiernos, desde la clase política, desde el poder) sucedidos en los últimos años, en este 2014, ha logrado, en mi opinión, encauzar la indignación incubada con #YoSoy132 en una elección presidencial legitimada pero dudosamente legítima, y conducirla a través de nuevas estructuras, nuevos comités, nuevos liderazgos, aprendices en muchos casos, para crear nuevos sonidos, nuevas voces con un solo coro:

#TodosSomosAyotzinapa.

Ahora es imposible creer que el embate contra alumnos de la escuela normal rural de Ayotzinapa por parte de policías municipales y supuestos emisarios del crimen organizado —poco a poco surgen datos, indicios, testimonios que señalan rumbos peligrosos— haya sido fortuito, accidentado, producto de un impulso rabioso de un alcalde y de su primera dama, incómodos o intolerantes, narcopolíticos o simples y llanos delincuentes.

Pero también es imposible pensar que la huella que esos sucesos han dejado en los estudiantes de todo el país, en ciudadanas y ciudadanos preocupados, hastiados de este cáncer nacional que se llama corrupción, medusa devoradora de las instituciones y sus operadores, será efímera.

Porque las y los mexicanos podemos morbosear con la captura del capo de capos, Joaquín El Chapo Guzmán, y pensar que es un teatrito, una farsa y que desde donde está sigue haciendo lo que sabe hacer, liderando cárteles y disponiendo del orden del negocio, el negociazo. Pero nos ocupamos, nos informamos, nos preguntamos y nos respondemos sobre los normalistas asesinados y desaparecidos; pensamos en sus padres, en sus hermanos, en sus esposas e hijos; en que independientemente de sus motivaciones ideológicas o sus luchas políticas —que las tenían— sus vidas valen como cada una de las nuestras.

Que se tomaron las vidas de esos estudiantes, por los que ahora sus familiares y muchos de nosotros preguntamos, en una acción criminal que se ha prolongado con la estrategia  de infiltrar protestas y “aparecer” provocadores y detener a presuntos liderazgos, a quienes se ha intentado fincar responsabilidades por delitos como ésos, los que cometen los otros, los que deben ser perseguidos: secuestros, homicidios, asaltos…

En la víspera de un año de elecciones, en que varias entidades tendrán un nuevo gobernador, nos preguntamos si la indignación alcanzará no sólo a salir a las calles, sino a desahogarse en el voto.

Veremos.