Candil de la Calle

La generosidad de las patronas

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Por estos días la sociedad irapuatense ha reconocido a María Eugenia Torres Leal, “Maruca”, con el premio de la ciudad, el “Vasco de Quiroga”, por su labor en distintos aspectos filantrópicos en beneficio de los habitantes de esta demarcación.

Aunque de manera destacada, como fundadora de la Casa del Migrante, que atiende a las y los centroamericanos que se internan en el territorio mexicano, en su tránsito hacia los Estados Unidos de Norteamérica.

Como en otros rubros de la vida del país, la sociedad civil ha debido y ha tenido que salir a ocupar los espacios de omisión de la autoridad en la atención a estos migrantes, en su recorrido a través de distintas rutas, del territorio nacional, de Sur a Norte.

No verlos por años y años, acabó vulnerándolos, convirtiéndolos en presas fáciles no solo de esa indiferencia institucional u oficial, sino de otros factores de riesgo como, en los últimos tiempos, la delincuencia organizada que trafica con ellos, los extorsiona, los secuestra, los explota, asalta, viola o asesina.

La gran paradoja la vemos en el espejo: como gobierno y como sociedad, nos indignamos, nos rasgamos las vestiduras, nos envolvemos en la Bandera nacional  y nos arrojamos al acantilado cuando algún connacional, mexicano, paisano, es mal tratado y maltratado, abusado o vejado al adentrarse en el territorio estadunidense, precisamente por la misma razón que nuestros vecinos del Sur pasan por aquí: para alcanzar el sueño americano.

Pero miramos a otro lado, nos damos la vuelta, ignoramos o sobajamos a los centroamericanos que, como mínimo, deberían recibir de nosotros el trato que queremos para nuestros paisanos en los Estados Unidos de Norteamérica, tanto de su gobierno como de sus ciudadanas y ciudadanos.

¿O no?

Maruca, Lupita y todas las personas que trabajan o colaboran en la Casa del Migrante de Irapuato, como las casas del migrante en Celaya y en Salamanca, no han dejado de mirar y se han preocupado y ocupado. Porque Guanajuato es una ruta importante y estratégica en el centro del país, segura —todavía en una medida razonable— para estos migrantes, que necesitan un respiro, unas horas de descanso, sueño y alimento entre el intrincado, peligroso y difícil tramo a partir de que cruzan la frontera sur por Chiapas, y al continuar su viaje por San Luis Potosí, por Guadalajara, por Lagos de Moreno.

La irapuatense es toda una patrona.

Quienes dirigen estas casas, otros activistas, defensores de derechos humanos y periodistas nos hemos ocupado en menor o mayor medida de hacer visibles estos recorridos y todas sus vicisitudes para las y los migrantes, mujeres, hombres, niños.

Pero en Guanajuato la paradoja es doble y el espejo nos la azota en la cara: hay un Instituto Estatal del Migrante y sus familias, una presunta política pública, proyectos productivos tripartitas para las comunidades de los connacionales, y un encendido discurso del Ejecutivo que además se dice experimentado migrante en carne propia.

Porque, ¿quién va a entender mejor a los migrantes que un gobernador que trabajó en EEUU como trabajan los migrantes? (Con todo y el uso político que en el trasfondo se alcanza a notar y que se traduce en el nombramiento de un militante panista con cuestionable desempeño previo en la administración pública como Luis Vargas, que en lugar de unir dividió a gobierno y migrantes).

Pero no hay nada, cero, olvido y despropósito cuando de los centroamericanos que transitan por nuestro estado se habla.

Por eso y más es tan valiosa la labor de Maruca, de Lupita en Irapuato, de Jorge en Celaya, de la gente de la casa en Salamanca.

Tan relevante, tan encomiable, tan digna de apoyo como los paradigmas de esta atención en México, que son la casa Hermanos en el camino con el padre Alejandro Solalinde a la cabeza, y Las Patronas, en Veracruz, este grupo de mujeres que desde hace por lo menos 20 años ofrecen comida a los ocupantes de La Bestia, el tren que viene del Sur y que pasa por varios pueblos veracruzanos, entre ellos la comunidad de la Patrona.

La Casa del Migrante de Irapuato ha recibido a unos 30 mil migrantes centroamericanos en el lapso de cuatro años que tiene abierta. Tiene un gasto mensual promedio de 50 mil pesos. A veces se ha quedado sin teléfono. Algunos vecinos han hecho intentos por cerrarla o mudarla a otro rumbo de la ciudad, a pesar de su estratégica cercanía con las vías del ferrocarril.

Y sigue adelante.