El Laberinto

Las cabezas de la Hidra

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Imaginemos a Heracles, durante su segunda tarea encomendada cortando una de las  cabezas de la Hidra, para después ver cómo aparecen dos en su lugar, multiplicándose sus problemas mientras la sangre venenosa del monstro corre por el piso.

En un afán por hacer analogías biológicas tendemos a pensar que, como seria natural en un ser humano, sin cabeza se acaba la vida del cuerpo en sí y con esta todas la complicaciones, pero desgraciadamente en un plano real esto no es tan sencillo.

Los problemas sociales, como la Hidra, tienen dos características que rara vez son tomadas en cuenta a la hora de plantear soluciones, que poseen todo un cuerpo detrás de aquel aterrador rostro que contemplamos, de donde proviene su poderío y que mientras exista aquel respaldo siempre habrá más cabezas esperando tomar el lugar que ocupaba aquella que acaba de rodar tras el golpe de la espada.

Al héroe mitológico no le bastó la fuerza bruta que poseía, ni sus armas, ni la repetición de la misma operación infinitamente, para lograr cumplir con su cometido necesitó ocuparse del problema en su totalidad y cortar el círculo vicioso en el que había caído, antes de que las cabezas se tornasen demasiadas y ya cualquier esfuerzo fuese inútil, pero sobre todas las cosas hizo falta que consiguiera ayuda  para que viera mas allá de lo que  tenía enfrente y lo ayudara.