El Laberinto

Hace treinta años

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Hoy hace tres décadas que la Ciudad de México se sacudió, no solo con los edificios y los postes bailando como borrachos al vaivén del movimiento telúrico, no solo con los muertos, los desaparecidos, los que perdieron a alguien, los atrapados y los damnificados. En ese día de septiembre de 1985 miles de conciencias se sacudieron ante la desgracia y como cuando nos mueven en medio de un letargo, despertamos.

No son ganas de regodearme en la tragedia pasada lo que me mueve a escribir sobre este lamentable suceso, es honrar la memoria, es recuperar la experiencia para evitar que algo así nos pase de nuevo y sobre todo rescatar lo único bueno que nos dejo ese día negro: la respuesta de la gente.

Ante un gobierno rebasado, incompetente, negligente y que además fue tomado por sorpresa, la población levantó la cabeza, primero, para no dejarse vencer por la catástrofe, después levantó la mano para ofrecerse a ayudar, y luego, entre todos levantaron los escombros, primero para rescatar a los que ahí estaban y después para erigir de nuevo las partes de la ciudad que cayeron.

Increíble es que ante un hecho tan inusual, tan ciego e impredecible como es una catástrofe natural, hayan sabido responder, tal vez no previniendo la destrucción que era inevitable, pero sí reponiéndose de los daños y reanudando la marcha de la normalidad, demostrando que un país es mucho más que quienes están al frente, mucho más que los edificios que lo adornan y que las fallas geológicas que lo cruzan, que la población tiene en sus manos el poder para hacer mucho más que quejarse, que doblarse ante la adversidad y para construir algo sólido y duradero.

Los expertos dicen que es posible que algún día vuelva a ocurrir un terremoto como el de hace treinta años, yo espero que nunca pase y que no tengamos que esperar a que la Tierra nos sacuda de nuevo para despertar, que no tengamos que esperar a que el prójimo se encuentre bajo un edificio desplomado para ayudarle y que no haya necesidad otra vez de vernos en aprietos para poner manos a la obra.