Ecos de Mi Onda

Historieta en el Retrovisor

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¿Qué por qué estaba yo con esa mujer? Porque me recuerda a ti. De hecho, me recuerda a ti más que tú.

Groucho Marx

Guanajuato, octubre 1973.

plaza de la paz Foto EspecialDaban las doce en el reloj del mercado Hidalgo, venía de la casa de Aurelio, allá por el jardín del Cantador. Me prestó sus apuntes de matemáticas, muy ordenaditos, como sólo él sabe hacerlo, a diferencia de los míos, que últimamente son un desmadre porque no puedo concentrarme. Se los tuve que pedir porque ayer no fui a clases, ya que Claudia, mi novia desde hace tres meses, me pidió que le ayudara a llevar un librero a su casa y cuando se trata de ella materialmente no puedo negarme a nada, así que tuve que conseguir una camioneta y luego subir el mueble hasta su cuarto, en el segundo piso de la casa de asistencia donde vive, por la calle de Sangre de Cristo.

Todos me dicen que Claudia abusa de mi confianza, pero yo no lo creo, lo que pasa es que sabe que la quiero y yo sé que ella me quiere, por lo tanto existe entre nosotros algo como un lazo, un compromiso de amor mutuo, y eso se tiene que demostrar con hechos ¿no? y claro que yo se lo demuestro. Creo que más bien me envidian porque Claudia es muy bonita. Además mis cuates insisten en que mi novia me quita el tiempo, que por eso reprobé tres materias en el semestre ¿Cómo me va a quitar el tiempo, si yo lo único que quiero es estar con ella? Es lógico que si me pide tantos favores es porque ella también quiere estar cerca de mí ¿a poco no?

Regresando al asunto, me encaminaba rumbo a casa, con dos pensamientos en la mente al mismo tiempo, bueno, como en estéreo, algunas veces predominaba uno, pero luego le daba el paso al otro, de manera indistinta, aleatoria, pero fluyendo de forma natural en el cerebro sin estorbarse. Uno de ellos marcaba la urgencia de ponerme a copiar los apuntes de Aurelio para entregárselos rápido, condición absoluta que puso para prestármelos. En el otro canal del pensamiento, me dio por cantar la canción My Sweet Lord de Harrison, y así, caminaba con displicencia y tarareando a mis adentros I really want to see you, really want to be with you, really want to see you Lord, but it takes so long my Lord, my sweet Lord, aleluya, aleluya, hare Krishna, hare hare. Con la tonada en la mente me santigüé frente al templo de Belén y crucé la calle en Civil para cortar camino hacia el jardín de la Unión, cruzando por el jardín Reforma, por San Roque y San Fernando.

Fue coincidencia, pero con ese ambiente oriental occidentalizado de George, que me bullía en la sesera, me topé con el grupo exótico que danzaba alrededor de la fuente del jardín Reforma. Eran tres chavos y dos chavas vestidos con túnicas de manta entre blanca y amarillenta, la cabeza rapada y una colita en la nuca, la típica vestimenta de los llamados Krishnas. En ese día otoñal, aún cálido y soleado, ofrecían baratijas al público, collares, libros, incienso. Dos de ellos tocaban tamborcitos y una muchacha, bonita por cierto, unos pequeños címbalos en ambas manos, que repicaba chocándolos con los dedos, mientras que la otra danzaba al ritmo de las percusiones, mantenido en forma repetitiva, acompañando el canto de los mantrasHare Krishna, Hare Hare, Hare Vishnu (alcanzaba a 5entender). Todos los artículos que ofrecían a la gente, aclaraba uno de ellos, no tenían costo, pero nadie se tragaba el anzuelo y seguían su camino, sin aprecio o ánimo de salvación espiritual por el momento. “Sólo dame lo que sea tu voluntad hermano, dame lo que creas que vale tu liberación brother, el Señor está en tu interior y sólo tienes que aceptarlo para que te fundas en la divinidad”, exclamaba el que la hacía de vendedor, el más extrovertido y que no tocaba instrumento, con un rostro beatífico, místico.

Buena labia la del hermano, logró que me detuviera a escucharlo con curiosidad y al percatarse que lo miraba con atención se me acercó lentamente con una pila de libros bajo el brazo, y que al fijarme vi que eran de recetas de comida hindú. Me dijo con una voz lenta y suave. “Mira hermano, el Señor Supremo en su bondad nos da sus alimentos para nuestro sustento, y como lo menciona el Bhagavad-gita, el alimento bondadoso del Señor aumenta nuestra vida, purifica nuestro cuerpo y lo nutre dándole salud y alegría a nuestro corazón. Es comida vegetariana que se incorpora en nuestra conciencia y la prepara libre de karma…

—Bueno, espérate, pero ¿qué es eso del karma? —le pregunté mientras seguía el batir de los tamborcitos y el compás de los platillos metálicos de sus acompañantes.

—Buena pregunta ¿Cómo te llamas?

—Mario, le respondí.

—El karma hermano es energía, pero es una ley de naturaleza cósmica, que tiene que ver con tus actos, obra bien y el bien se te retribuye, obra mal y te alcanza el mal, es la causa y efecto hermano. Tú eres buena onda brother… ¿Mario verdad? siento que tienes karma positivo, estas creciendo en esta reencarnación, pero mira brother, la buena alimentación hará que te fundas en la divinidad, en la meditación cósmica. Hare Krishna, hará que experimentes los disfrutes trascendentales del universo, Across the Universe, a través del universo, brother ¿conoces a los Beatles verdad?

—Sí, claro —le respondí con firmeza como para asegurarme de que no me creyera un ignorante (y casi le canto Instant karma´s gonna get you, gonna knock you right in the head…, para convencerlo y convencerme a mí mismo).

—Mira, este libro te ofrece aromas y sabores puros a tu paladar. Te lo regala nuestro príncipe Krishna, proviene de los antiguos Vedas, mira, mira aquí lo que dice el… Manu-samhita (Observé que le echaba un ojo al libro para no regarla en la supuesta pronunciación del término) que la carne es cadáver putrefacto, es muerte, si comes carne te alimentas de violencia, de carroña y eso te ata al karma.

—Puede que tengas razón — le contesté—, ¿pero entonces que debemos hacer, o que podemos comer para no atarnos al karma?

—¡Claro que tengo razón hermano! Eres ignorante, pero tu pregunta inmediata me hace ver que en tu interior no deseas retornar a un cuerpo bajo de la escala, que tu espíritu ya busca la purificación y aquí hermano tienes recetas muy claras y sencillas para que prepares alimentos a base de lácteos, el ghee, el dahi(le volvía a echar el ojo al libro para impresionarme con su pronunciación, según él, muy hindú… Bueno, eso pensaba yo). Luego me fue mostrando varios de los libritos empastados con toda una gama de ilustraciones de dioses, con alas y entre nubes, algunos de ellos sonrosados, otros azulados, con sus bigotitos y pestañas rizadas, cejas delineadas y vestidos muy floreados, utilizando varios pares de brazos para tocar la cítara y la flauta, o para sostener arcos, flechas y tridentes, o ramos de flores)—… o sea mantequilla y yogur, quesos, frutas, granos, verduras, alimentos naturales libres de la violencia de la muerte, tu camino al vegetarianismo que te salvará de todos tus errores pasados.

—¡Ah, qué bien! Oye, dime y… ¿cuánto cuesta?

—Nada, sólo dame una moneda brother, la que te sobre, pero la que te va a liberar de las reacciones negativas del karma.

Híjole, me sentí un poco comprometido, por el hecho de que gastó bastante saliva en echarme su rollo, si bien que para mí el chavo se las tronaba, pero más porque la bailarina se me acercó, realmente muy cerca, haciendo giros y movimientos de cadera. El hermano casi me puso el libro en la mano, así que tuve que hurgar en el fondo del bolsillo una moneda y sin fijarme ni cuanto le di (de cualquier forma no creo que haya sido mucho dinero) seguí rápido mi camino a casa, con un libro de recetas vegetarianas, que tenía en la portada una figura andrógina de pelo ensortijado y la cabeza iluminada como la de un santo, caminando con los brazos extendidos, como si fuera a salirse del plano.

Conforme continué caminando volvió a mi cerebro la tonada de Harrison. Pasé por la plaza de la Paz y por el jardín de la Unión, donde saludé a varios amigos, luego por frente al templo de San Francisco y la Casa Santa, donde me volví a santiguar, para finalmente llegar a casa, la Casa de Química, mi querida casa de asistencia.

Nunca voy a saber si al místico hinduista le satisfizo la cantidad de dinero que le di, o quizá le pareció muy poco y hasta me mentó la madre en su interior. Sin embargo, debo confesar sinceramente que mi actitud fue más bien hipócrita, ya que el siguiente fin de semana en León estaba con mi cuate Luis comiendo tacos de cabeza, lengua y sesos, acompañados por una coca cola fría, en la famosa taquería del Carro Verde, sin que me invadiera ninguna clase de escrúpulo. Pero pensaba en Claudia, quien por el amor que nos tenemos, me pidió ayuda para terminar una tarea urgente que tiene que entregar el próximo lunes en la escuela de Contabilidad, ya que ella no podía hacerla porque iba a estar muy ocupada en… algo así como darle consejos a un amigo que anda con el ánimo muy bajo.