El Laberinto

Accidentes callejeros

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Tuve un incidente desagradable en el transporte público, pues tratando de alcanzar un lugar desocupado tropecé con la pierna lastimada y con férula de una pasajera que ocupaba más de medio pasillo, por lo que al llegar a mi asiento me vi sometida, junto con mi novio, a una serie de insultos que no cesaron a pesar de mis sentidas disculpas, la tensión llegó a la cima cuando nos sentimos observados con desaprobación por el resto del vagón mientras la otra implicada lloraba, así que tuvimos que abandonar el tren ante la sospecha de que las cosas solo podían ir a peor, pues morir linchado, supongo yo, no es la fantasía de nadie.

El espacio ubicado entre dos o más puntos para desplazarnos, al ser compartido por extraños puede representar varios peligros, sin importar la forma en la que interactuemos con él, ya sea en automóvil, como peatón, en bicicleta o utilizando el transporte público y nos sitúa dependiendo de con qué o quién estemos interactuando en una posición de vulnerabilidad, que puede dejarnos bastante perjudicados en caso de un incidente.

Las personas tienden entonces, como en mi caso, a darle la razón a quien esté en la posición más débil dentro de un acontecimiento sin ponerse a pensar en el desarrollo de las acciones y en las causas que desembocaron en el siniestro por lo que el automovilista que arrolla a un ciclista será el villano de la historia, igual que el ciclista que lastime a un peatón o el pasajero fortachón que se estrella contra la tierna ancianita. Rara vez se toma al afectado como el responsable de los hechos, aunque lo sea y antes de que protesten con que entonces se está duplicando la victimización hay que tomar en cuenta que no se trata de delitos sino de desafortunados encuentros impulsados por la inercia misma del movimiento al que todos estamos sujetos mientras transitamos.

Porque la primera norma para poder convivir con el resto de la gente no es esperar que ellos nos cuiden, sino cuidar de nuestra persona y no asumir riesgos innecesarios, como pasarnos altos, cruzar por debajo cuando hay un puente, no utilizar un casco o tal vez subirse al metro con una lesión notable y dejar la pierna atravesada en un sitio destinado a la circulación, pues si cada quien cuida de sí mismo es mil veces menos probable que algo malo pase, porque es más fácil controlar nuestras propias acciones que contar con que los demás lo harán y además tenemos la oportunidad de reaccionar o de estar bien parados si alguien más falla.

Reconozco que aquella desagradable experiencia fue mi responsabilidad parcialmente por dar por hecho que el pasillo estuviera despejado para que pasara pero considero que también la chica fracasó terriblemente en el cuidado de su lastimada persona, les dejo, para mi tranquilidad y tal vez para su angustia, el dato de que unas estaciones más adelante se bajó en pleno centro de la ciudad caminando apoyada en los hombros de sus grandes y agresivos acompañantes.