Histomagia

Espectros en los caminos

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Los caminos que conducen a Guanajuato son tan diversos que muchas de las veces presentan infortunios, accidentes, sombras, fantasmas, espectros que salen de la nada y que se manifiestan a la orilla de la carretera. Personas pidiendo aventón, sospechosos que de manera abrupta se le avientan al carro y luego se les ve en los asientos de atrás aprovechando el transporte, son tan comunes en los viejos y nuevos caminos de  Guanajuato, que ver a un espectro, una silueta de una mujer con vestido y capucha, que no tenía pies, no altera ya tanto los sentidos de los guanajuatenses como le puede pasar a personas de otras latitudes. Un amigo me cuenta que cuando salió de viaje con su mujer divisó a lo lejos a dicho espectro; él dice: “no quise voltear seguimos, y el carro que venía detrás de nosotros, se detuvo en la silueta y la subió al carro, de inmediato pensé que era la muerte”. A los pocos metros, los rebasó el auto que de repente se frenó con violencia y se impactó debajo de un tráiler; quedó completamente aplastado, pérdida total de vidas y materiales.

No, si los viajes en la sierra con la altura, la lluvia, la niebla espesa, y en comunidades donde no hay luz, nos muestran otras realidades cargadas de fantasmas que levitan caminos terrosos, personas que con paso firme te siguen, clarito se ve la polvareda del camino casi siempre por la tarde noche. La sabiduría popular atribuye estas apariciones a las cruces que se ponen en la orilla de la carretera, por respeto a las almas de las personas que murieron ahí en accidentes fatales, pues al parecer quieren cuidar su lugar de descanso eterno.

El relato que me resulta más impactante es el que cuentan unos jóvenes que fueron a una fiesta cerca de la ciudad de León. Esa noche, ellos se retiraron del festín después de la medianoche y, como ninguno de ellos traía carro, al calor de las copas y de la fiesta, se aventuraron a irse caminando lento, pero seguros, a la orilla de la carretera, atentos a los autos que pasaban por ahí para pedir aventón. Metros después, cansados de seguir caminando, se sentaron a la vera del camino, pese a la oscuridad casi total que los rodeaba, a esperar en vez de ir en la búsqueda de un buen samaritano que los recogiera y acercara a Guanajuato. Uno de sus compañeros del que ni se habían dado cuenta se había quedado atrás, de súbito llega corriendo, agitado, sin poder hablar y señalando la oscura carretera a sus espaldas. Aún con copas encima, todos se rieron al unísono al ver cómo él estaba casi transparente y asmático por el horror de lo que había visto y que intentaba decirles señalando, de manera insistente “eso” que venía caminando y que se acercaba poco a poco. Viendo que él no se calmaba, callaron sus risas y todos a la vez voltearon, ahora sí con interés, hacia la dirección que indicaba. Cuál fue su sorpresa que vieron que en medio de la carretera venía caminando un espectro con una especie de overol naranja y botas de construcción, vacilaba en su caminar que era pesado, pero firme. De inmediato se dieron cuenta el porqué: no tenía cabeza.

Sin emitir ruido alguno y aguantando la respiración, vieron cómo el decapitado pasaba de largo a escasos dos metros de distancia; de repente, en el colmo del horror, todos sintiendo un frío sepulcral, vieron cómo el espectro giró su cuerpo dirigiéndose tambaleante hacia ellos. De inmediato, corrieron despavoridos hacia unas luces que se veían a lo lejos, pues al menos –ellos así lo pesaban–, les garantizaría que eran humanos vivos quienes habitaban esas casas y les darían refugio para protegerse de ese ser que se les acercaba cada vez más y más. La aparición seguía a su propio paso, con parsimonia, sin apuro, como sabiendo que tenía la eternidad para vagar entre las sombras en esa carretera y que tarde o temprano lograría regresar a su oquedad oscura. Inesperadamente, un viento helado recorrió la zona y el aparecido redireccionó su camino de vagar para siempre en esa carretera. Mi amigo perdido en la oscuridad de la noche, trató de ubicar a sus amigos, pero todo fue inútil. Todos se dispersaron. A la mañana siguiente, se vieron en la Universidad, pero no comentaron ni una palabra. Eso sí, de lo que sí está seguro mi amigo, es de que nunca volverá a pasar por esa carretera de noche.

Vivir aquí es en verdad un evento afortunado por el convivir con toda serie de sombras y energías que, pese a que son de seres que ya están muertos, siguen despiertan y están vivas; ¿quieres sentirlas? Ven, lee y anda Guanajuato.