Ecos de Mi Onda

La Décima Musa y el Silencio Final

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Lo cierto es que a todo héroe le apadrinan el valor y

la fortuna, ejes ambos de toda heroicidad.

Baltasar Gracián

(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Cuando nos referimos a una persona que es admirada por sus hazañas y virtudes, la llegamos a calificar como héroe o heroína, pero es común que asociemos el acto heroico a una acción extraordinaria en la cual la persona tiene el valor, voluntad e inteligencia para realizar una acción virtuosa o arriesgar su vida por una causa noble, que generalmente provoca un impacto inmediato, si bien ese acto trasciende en la historia y luego podemos admirar a esos personajes notables en las estatuas y monumentos construidos de diversos materiales, figurados en determinados tamaños y posiciones, de tal forma que al observarlos, recordamos las gestas que los encumbraron al nivel de héroes de una región, de un país, o incluso del mundo entero. Cabe mencionar que contar con un monumento no significa que un personaje pueda sostener su calidad de héroe de forma perpetua, porque la heroicidad no deja de tener rasgos subjetivos, sujetos a los vaivenes y caprichos de quienes detentan el poder en una cierta época de la historia. Así, hemos visto a héroes caer de su pedestal con la ignominia del olvido y asimismo ver a personajes antes desconocidos, o poco conocidos, integrarse al padrón heroico.

Es claro que existen categorías entre los actos heroicos, pues hay diferencias cualitativas importantes entre anotar el gol más espectacular de un mundial de futbol y sacrificar la vida en aras de la libertad de la patria. Por otra parte, no cabe duda, hay acciones admirables que fueron realizadas en las sombras del anonimato, por lo que incluso se han levantado monumentos al soldado desconocido, pero no así a aquel ciudadano desconocido que con su diaria labor hace posible la dinámica del desarrollo social; este personaje cotidiano no ha encontrado el reconocimiento a su paciente y ejemplar actitud. Dice el escritor español Alfonso Rodríguez Castelao, que el verdadero heroísmo está en transformar los deseos en realidades y las ideas en hechos.

¿Es Sor Juana Inés de la Cruz una heroína de México? ¿Cuáles son los rasgos y las acciones que la ubican en ese estatus? ¿Es útil el ejemplo de Sor Juana? Es lastimoso que al recordar a la criolla novohispana, que tiene impresa su imagen en los billetes de 200 pesos, la relacionemos con una mujer joven y bella que se refunde en un monasterio por una decepción amorosa y que bajo la protección virreinal se recreaba en escribir poesía erótico–lésbica. Argumento novelesco simplista y falso.

Como lo menciona el escritor jalisciense Antonio Alatorre, con base en la obra de Enrique A. Cervantes, Testamento de Sor Juana Inés de la Cruz y otros documentos, publicada en 1949, se tienen datos suficientes para afirmar que la gran poetisa mexicana del barroco tardío, nacida en San Miguel Nepantla, Estado de México, un 12 de noviembre de 1651, es decir, hace 364 años, fue hija natural de Isabel Ramírez y del peninsular Pedro de Asuaje (no Asbaje, insiste Alatorre), a quien probablemente ni siquiera tuvo la ocasión de conocer. De esta forma, su nombre original era Juana Ramírez, si bien la misma monja trató de ocultarlo, pues ella misma se proclamaba hija legítima de don Pedro de Asbaje, siendo por tanto conocida en el medio en el que se desenvolvía antes de ingresar al convento, como Juana de Asbaje, joven atractiva a quien no le faltaban pretendientes, pero que, como lo expresa en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz y como se infiere de varios de sus poemas, particularmente en Primero Sueño, estaba destinada en vida a perseguir el conocimiento insistentemente desde la infancia, con la fortuna de disponer de la biblioteca de su abuelo materno.

Dadas sus virtudes y desenvoltura, a los trece años es admitida en la corte del virrey Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera, quien al igual que la virreina Leonor de Carreto, quedaron muy impresionados de su talento natural, certificado por los prodigiosos resultados de la evaluación de eruditos académicos, sobre distintas ramas del conocimiento y la tomaron bajo su protección. No obstante, con el afán de continuar sus estudios, pero sin dote para lograr un casamiento conveniente, que por otra parte rehusaba, su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, le sugirió entrar a una orden religiosa. Juana Inés seguramente ponderó la situación y decidió que en su caso era la mejor opción. Después de un paso breve por la orden de las Carmelitas, con sus reglas demasiado estrictas, ingresó a la orden de San Jerónimo, en la que permaneció hasta su muerte. Sor Juana Inés de la Cruz no perdió contacto con la corte virreinal, por el contrario, los lazos se reforzaron, particularmente en el lapso de tiempo entre 1680 y 1686, del virrey Tomás de la Cerda y Aragón, marqués de la Laguna y su esposa, la virreina María Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, que coincidió con el período de plena madurez y productividad literaria de la monja, al amparo de la virreina, su amiga y admiradora, quien la frecuentaba en el convento, al igual que muchos clérigos e intelectuales de la época.

Mucho se ha escrito sobre el Fénix de América, adjetivo que le fue concedido por su magnífica obra literaria, publicada en España, con el impulso decidido de su protectora, la condesa de Paredes, una vez de regreso a la península ibérica. Sin embargo, cabe mencionar que siendo objeto de adulación en vida, con reconocimiento vigente hasta el siglo XVIII, posteriormente cayó en un relativo olvido, del que fue rescatada por Amado Nervo en 1910, mediante su libro Juana de Asbaje, según lo refiere Octavio Paz, en su obra monumental Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe, publicada en 1982 y referencia obligada para todos los interesados en la magna obra de Sor Juana. El andamiaje del escritor mexicano, Nobel de Literatura1990, está extraordinariamente sustentado, con un exhaustivo análisis de la información disponible con respecto a datos biográficos; entorno social, gubernamental y clerical en el virreinato; perfil psicológico, estilo y fuentes literarias; desde la biografía del padre Diego Calleja, contemporáneo de Sor Juana, así como las biografías de los personajes centrales a su alrededor, como su confesor Antonio Núñez de Mendoza, el arzobispo de México Don Francisco Aguiar y Seijas y el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, quien usó el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz para interpelar a Sor Juana por dedicarse a la literatura profana y no a la vida religiosa, como correspondía en su calidad de monja servidora de Dios. Paz incluyó además la revisión de múltiples ensayos de escritores notables de muchas nacionalidades.

El motivo de su inclusión como autora indiscutible en el Siglo de Oro de la literatura en español, procede de sus obras conocidas en vida, parte de las cuales fueron publicadas por primera vez en Madrid, en el año de 1690, bajo el título abreviado de Inundación Castálida, en la que ya la calificaban como Única Poetisa, Musa Décima, religiosa profesa en el Monasterio de San Jerónimo en la Imperial Ciudad de México. Posteriormente, en 1692, se imprimió el segundo tomo de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz, que llevaron el título de Obras Poéticas, edición que incluía la famosa Carta con la crítica al sermón del jesuita portugués António Vieira, editada por el obispo Fernández de Santa Cruz como Carta Atenagórica, junto con la Carta de Sor Filotea de la Cruz, además de la comedia Amor es más Laberinto y Los Empeños de una Casa.

El saldo hasta fines de 1691 muestra a una Sor Juana aún segura de sí misma, que prevalece como una poetisa por vocación y religiosa por compromiso, autora de importantes obras literarias por encargo, tanto de corte profano por parte de la corte virreinal, como de orden religioso para las frecuentes celebraciones de la iglesia. Pero en 1692 su suerte comienza a cambiar para mal debido a varios factores, algunos documentados y otros solamente derivados de suposiciones. La Carta Atenagórica le valió la animadversión del ya de por sí misógino arzobispo Aguiar y Seijas, y la respuesta a la Carta de Sor Filotea de la Cruz le acarreó el rompimiento con el obispo de Puebla, por otra parte, como lo refiere Paz en su obra, el fallecimiento del marqués de la Laguna, la dejó sin apoyo en ultramar. El mismo Paz relata un acontecimiento importante sucedido en esa época en la Nueva España, que terminó por aislarla de la protección virreinal, que fue el de los problemas sociales que tuvo que enfrentar el virrey Gaspar de Sandoval, conde de Galve, por la escasez de maíz y trigo debida a inundaciones, plagas y ocultamiento especulador, que culminó con el motín popular del 8 de junio de 1692 y la quema del palacio virreinal, además del patente descontento de los criollos. El virrey vio debilitada su posición y la jerarquía de la iglesia católica salió robustecida del trance, y uno de los puntos hacia los que enfocó su atención, fue el de poner en orden a la monja mundana, sin importar las loas que se le dedicaba en España al segundo tomo de sus obras, publicadas, como se mencionó antes, precisamente en 1692.

Resulta justo expresar que hasta ese entonces, Sor Juana tuvo la capacidad de establecer sus condiciones en el medio adverso, tremendamente masculino, en el que le tocó vivir, no como una mujer de su época, sino como una mujer que hacía época, gracias a su inteligencia y perspicacia. El nivel en el que se ubicó al lado de escritores de la talla de Lope de Vega, Calderón, Góngora, Tirso de Molina y otros de enorme importancia en el Siglo de Oro, basta para ubicarla en una posición destacadísima en la historia de México, que si bien en esos días se trataba de la Nueva España, ya se sembraba la semilla de la autonomía.

Pero el asedio al que se vio sometida por parte del clero al quedar desprotegida y el valor con el que hizo su defensa como mujer capaz de construir una obra impresionante, y que como ser humano merecía la libertad y el derecho de estudiar y dedicarse a ejercer lo que su vocación le dictaba, queda enmarcado como una gesta heroica, que si bien aislada en soledad, trasciende el tiempo. Sor Juana Inés de la Cruz fue un regalo de la Naturaleza al universo. Al final calló su voz, acató las medidas que se le impusieron y dada su temple y carácter, en lo particular me adhiero a los que piensan, a diferencia de Paz, que una vez que tuvo que dejar las letras y enfocarse a su vida conventual, decidió convertirse en monja de una sola pieza, al grado de que conociendo los riesgos que se corrían en una epidemia, se dispuso a atender a sus hermanas del convento de San Jerónimo, lo que provocó su muerte el 17 de abril de 1697.

Su ejemplo sigue siendo esperanza. 12 de noviembre: Día Nacional del Libro.

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Hombres necios que acusáis / a la mujer, sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis…

Sor Juana Inés de la Cruz (Redondillas)