En la película de Macario (1960) protagonizada por Ignacio López Tarso, toda la acción se desencadena a partir de la obsesión del personaje principal por comerse un guajolote él solito, sin tener que compartirlo con su mujer ni con sus hijos, razón por la cual decide que no comerá nada hasta que lo realice o muera de inanición. Este deseo, que a simple vista parecería extraño y egoísta, al pensarlo con detenimiento tiene mucho fondo.
Para quienes desconocen la historia, Macario, un simple leñador, al ver realizado su más grande anhelo y huyendo al bosque para no ser visto por nadie mientras come se encuentra con tres personajes, uno a la vez, que lo exhortan a compartir su manjar, el primero con olor a azufre le ofrece riquezas inmensas por una pieza de su preciado botín; el segundo, envuelto en un halo, lo invita a compartirlo porque es lo correcto y el tercero, lúgubre y mortecino, simplemente le platica su enorme hambre y lo mucho que le gustaría comer.
Al azufroso lo rechaza pues sabe que acceder seria su perdición pues no puede explicar el origen de sus tesoros lo cual lo condenaría, contra el segundo se revela por considerar injusto tener que complacerlo sin chistar y al tercero le ofrece la mitad de su manjar pues sabe que es el precio que tiene que pagar por querer darse el gusto.
Y es que la historia completa es un tratado de la insatisfacción, sin importar las razones por las que se sienta, pues retrata sus rasgos más puros y universales que son las circunstancias aplastantes ya sean económicas físicas o sociales, la sensación de quedarse con hambre de lo que sea, y la súbita conciencia de que se vive para los demás y que nunca se hace nada para sí mismo.
La insatisfacción se hizo patente en nuestro héroe de la misma forma que nace hasta la actualidad la conciencia de la propia situación: al compararse con los demás y descubrir que aquellas cosas que tanto quiere no están vedadas para todos como lo están para él, su deseo malsano solo se manifiesta cuando nota que de hecho es posible y para estar satisfecho solo le queda hacer lo incorrecto, resignarse a no tenerlo o sacrificarse muriendo un poco para poder realizarse.
Dejando de lado la denuncia social que contiene la historia, supongo yo que es muy humano desear tener cosas para nosotros mismos, una pareja exclusiva, un triunfo personal, o un tiempo a solas y cuando logremos sobreponernos a la inacción y tengamos ese guajolote en nuestras manos tenemos que saber que nos puede asechar la tentación de mal utilizarlo o la culpa al saber que tendremos que dedicarle un tiempo irremplazable de nuestra vida. Macario tenía razón.