El Laberinto

El laberinto: La historia del cuadro.

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Mi bisabuela, que en su juventud estudió pintura, en cierta ocasión pintando un bodegón tuvo complicaciones técnicas con las uvas, pues consideraba que quedaban ordenadas como balas de cañón y ante los repetidos intentos por trazarlas adecuadamente, la sandía comenzó a mostrar señales de descomposición por lo que tuvo que comérsela y anotar su nombre en el   lienzo, dando como resultado final que las uvas quedaran bien, pero no dejaron espacio para la sandía, así que quedó plasmada de un modo inusual. Curiosamente es lo que más gusta y atrae del cuadro.

imagesA mí me pasa algo parecido cuando por la mañana mi cabello estilizado por la almohada y el movimiento del sueño luce perfecto, para mis parámetros, pero cuando una ocasión amerita un arreglo especial, por más tiempo que invierta nunca quedo satisfecha con el resultado, hasta que el viento y el paso del día le dan el toque maestro.

Resulta que, tal vez inconscientemente, seguimos los preceptos del  “wabi-sabi’ japonés que consiste en encontrar la belleza en lo asimétrico, sencillo, ingenuo o natural, el cuadro tiene el encanto del desorden de las uvas pero también el de lo accidentado e inocente de la sandía. Cuidado que no hay que confundirlo con el descuido o el caos, no es lo mismo llegar a una casa que esta tan tirada que no se puede pasar que llegar a una donde si bien está limpio y arreglado, no es tan excesivo el efecto como para temer movernos por miedo a arruinarlo todo.

Desconfiamos de lo perfecto por que se aleja de la naturaleza, y en cambio nos sentimos atraídos ante lo fortuito, ante aquello que cuenta una historia o que denota las huellas del tiempo, del uso o del acontecimiento relevante, porque nos remite a la vida, y al movimiento.

Pensando en esto queda como reflexión final el considerar cuanto de nuestra vida dedicamos para alcanzar la perfección y a forzar a las cosas a que acaten a nuestra voluntad cuando, en realidad, la verdadera hermosura nace de vivirla en sí, de cuidar sin inutilizar y de dejar que el tiempo y el entorno hagan su trabajo, imprimiendo en nosotros,  como en el bronce, esa pátina que corona su esplendor.