El Laberinto

El llamado de la naturaleza

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

El muy apreciado y bastante difundido por internet (busquen sus textos, hay montones) Michel Foucault afirmaba que entre las formas que había de ceñir un discurso existían limitantes de situación, tema y persona. Es decir lo que no se debe decir en ciertas circunstancias, los temas de los que no se debe hablar y quienes pueden hablar de determinados temas. Haciendo caso omiso a estas restricciones les recomiendo que si están comiendo no lean este texto, a riesgo de ser heridos en su susceptibilidad. Este será un laberinto de mierda… y orina por supuesto.

Resulta curioso como una necesidad fisiológica inevitable queda atrapada en el tabú y el eufemismo, como usamos la excusa barata para ausentarnos de una reunión por unos minutos o simplemente avisamos que iremos al baño, sin ser más específicos, e incluso la forma en que decimos tiernamente “me estoy haciendo” o necesito ir “a donde el rey va solo” aunque claro, existen formas menos políticamente correctas de designar la acción, que tienen que ver con elaboradas metáforas. Todas encubren un acto que es socialmente vergonzoso y que ni siquiera aparece en la mayoría de las películas o las obras literarias.

Lo cierto es que, a pesar de este halo de vergüenza y misterio que rodea a nuestras mas íntimas necesidades fisiológicas, hay quienes las aprovechan para hacer negocio, como cierto restaurante chino, ubicado en un punto de fuerte afluencia de gente, donde un letrero reza “El baño es solo para clientes, precio al público 20 pesos” o el restaurante de la cadena de los tecolotes en sus sucursales del Centro Histórico o de Coyoacán donde necesitas comprar algo o pagar una cuota para que, ticket en mano, puedas acceder a los servicios (menos mal que no desean que además le des otros usos menos sacros al papel que ya invirtieron en la impresión,) hay infinidad de lugares donde los baños brillan por su ausencia o por su escasez .

Pareciera que quienes diseñan los espacios públicos se ven atacados por el pudor o por la desconsideración cuando de sanitarios se trata. No es extraño que María Félix dijera que Catedral olía a orines o que en los pasillos más solitarios de ciertas estaciones de metro se repita dicho fenómeno si no hay un triste baño a kilómetros. Terror, del bueno, no el de monstros que nos persiguen, es el que debe de darnos encontrarnos en un apuro de este tipo a la mitad de un largo trayecto, a media calle o en algún momento de extrema trascendencia, pero sucede y todos los lugares por higiene y amor al prójimo deberían estar preparados para esto.

Viendo el otro lado de la moneda, el problema de los baños también se debe al pésimo uso que les damos y a los peligros que encarna disponer de un espacio relativamente privado dedicado a una masa de desconocidos, aunque yo insisto en que la falta de educación que reina en este aspecto se debe a los reparos que ponemos para hablar de ello.

Aquellos temas de los que no se debe hablar (o escribir) incluso aquellos tan inofensivos como este se quedan en la obscuridad y nos dejan vulnerables a sus consecuencias, que pueden acarrear desde pequeñas incomodidades hasta tremendos problemas de salud pública. No creo que sea la charla de sobremesa que todos queramos escuchar pero definitivamente es algo para tomar en cuenta, al educar y al construir.