Entre caminantes te veas

La madreadita

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(Foto: Archivo)
(Foto: Archivo)

Los chicos del barrio canturrean “ahí viene la madreadita moviendo sus caderas al andar” cuando la ven pasar. Las mujeres la miran de reojo cuchicheando, los hombres se ríen discretamente. Ella, imperturbable, atraviesa la plaza igual, sin gesto alguno que denote tristeza o enojo.  Había llegado a un punto en su existencia en el que ya nada la podía lastimar, penetrar, golpear. Ni los puños cerrados del marido, ni las violaciones de los amigos borrachos que con el consentimiento de José la dejaban medio muerta en esa cama llena de miseria y dolor.

“Mercancía salida no tiene vuelta” le dijo su padre por toda respuesta cuando acudió a él esperando que la apoyara en su decisión de divorciarse “usted así lo quiso, ahora se aguanta”. Pero no, ella nunca lo quiso así ¿cómo iba a imaginar que aquel hombre cariñoso que la miraba con ternura durante el noviazgo, después de firmar un papel se convertiría en un monstruo de maldad? Pero nada quisieron escuchar ni sus padres ni sus hermanos. “Eres su esposa ante Dios, le perteneces”. Y José, con esa sonrisa burlona que solía esbozar, la miraba regresar a casa con los ojos hinchados y la moral deshecha alistando sus nudillos para una nueva sarta de golpes y vejaciones.

Magda se miraba al espejo cada día maldiciéndose en silencio por ser tan cobarde y tan mierda consigo misma, por eso, en una ocasión se envalentonó  y lo denunció ante la Unidad de Violencia. Fueron días y días declarando, recordando cada golpe y cada nuevo insulto. En este lugar le prometieron ayuda. No fue así. Después de tanto dolor y tantas lágrimas el veredicto fue que era demasiado fuerte para que hubiera un daño psicológico suficiente como para meterlo preso. José no pudo acercarse a ella durante 72 horas al cabo de las cuales, la buscó para golpearla hasta dejarla inconsciente. La psicóloga de la Unidad de Violencia no solo expuso su diagnóstico en el expediente sino que transcribió  cada palabra salida de la boca de Magda en la sesión; su intimidad y confianza quedó a la vista de todos, especialmente de José, para quien cada frase fue un nuevo pretexto para seguir atormentando y violentando  a su esposa.

Hoy, un expediente más engruesa las filas de los archivos en la Unidad de Violencia, como la mayoría de ellos, la historia termina con el perdón de la víctima al agresor. Curiosamente, Magda nunca otorgó dicho perdón, como seguramente tampoco lo hicieron todas aquellas mujeres que como ella, acudieron con la mirada vacía y el corazón destrozado en busca de un poco de compasión.

Y mientras las autoridades competentes declaran en los noticiarios que el índice de violencia contra las mujeres ha disminuido, “la madreadita” camina tan rápido como sus piernas se lo permiten, para llevarle sin dilación su cerveza a ese hombre del que sólo se ha de separar hasta que la muerte intervenga… cosa que muy pronto sucederá.