Entre caminantes te veas

Isidro el albañil

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Isidro ingresó a la secundaria pero ni siquiera terminó el segundo bimestre. A pesar de que le gustaba aprender, le llenaba de ansiedad pensar que era una pérdida de tiempo permanecer tantas horas encerrado en el plantel cuando en casa hacían falta manos, pan y esperanzas.

En algún tiempo, fueron felices, pero cuando su padre murió la familia despojó de todo a su madre, los arrojaron a la calle, ¿Qué podía hacer una mujer con cinco hijos dedicada al hogar para conseguir sacarlos adelante cuando ni siquiera contaban con un techo?

Una prima muy lejana fue la que se compadeció de ellos y les hizo espacio en su terrenito. Entre todos levantaron una pequeña casa con “basura” que encontraron en el monte y que recolectaron de los contenedores: láminas picadas por el sol, cartones, madera vieja, palos, llantas… a todo le encontraron un uso y una función. Lo malo era que cada vez que soplaba el viento las paredes temblaban y el techo se desplomaba, y cuando llovía era más el agua que caía adentro que afuera. Él sabía que su mamá nunca se acostumbraría a esa vida, que a pesar de que intentaba sonreír estaba devastada y que sufría en silencio lo indecible.

Por eso, cuando Isidro encontró un empleo como chalán en una construcción, no lo pensó dos veces y abandonó los estudios para erigirse como hombre de la casa. Al menos así existía la posibilidad de comer y de subsistir un poco mejor. No era un trabajo fácil, la primera semana terminó deshecho, con los huesos y espalda adoloridos y las manos llenas de heridas por la pala, pero después se fue acostumbrando, y lo más importante, aprendía.

Hoy, Isidro es un albañil más entre todos los albañiles, la gente lo llama “maistro”. No pertenece al rango de los que tienen un trabajo formal, no compra en grandes almacenes su ropa de trabajo. Sin embargo, cuando sus hermanos lo ven llegar a casa por las tardes salen corriendo a recibirlo. Su casa ahora tiene ladrillos, ventanas grandes, un techo firme. Fue hecha centímetro a centímetro con sus propias manos.

La vida a veces es difícil, te vuelve loco, te llena de dolor, pero como él es un caminante como tantos otros: camina, y al hacerlo se llena de gloria. Es un hombre sin estudios, con los zapatos llenos de barro y las manos ajadas. Pero en el rostro surcado por la aridez y obscurecido por los rayos del sol destacan sus ojos llenos de paz, su sonrisa serena y la satisfacción de saber que esa familia trabajadora que hoy tiene pan en la mesa y esperanza en el alma, ha podido crecer firme gracias a los cimientos que él, con su sacrificio, construyó.