Cantidad no es lo mismo que calidad. Para la mayoría de las personas la diferencia entre ambos conceptos está clara.
Pero hay sus excepciones.
En esta discusión del mobiliario (mesas y sillas) en los espacios públicos de nuestra capital, hay un punto de fondo del que ningún prestador de servicio, de éstos que hoy se están rasgando las vestiduras, habla o hace alusión siquiera.
Para los capitalinos, como para los visitantes, el mobiliario de bares y restaurantes en la vía pública puede representar una agradable opción para convivir.
O no.
Pero que nos vengan a contar que este paisaje es similar al de varias ciudades europeas y que con ello satisfacemos a los miles de visitantes que recibe la ciudad, es una absurda pretensión.
La diferencia se resume en una palabra: calidad.
Todos estos negocios se han expandido al paso de los años, han ampliado sus espacios para captar más clientes, pero la mayoría de ellos poco o nada han reformado los interiores de sus establecimientos, dudosamente competentes en cuanto a requerimientos en materia de protección civil se refiere.
Tampoco es que hayan renovado su servicio a la alza, mejorado sustancialmente sus menús y la calidad de su servicio, dicho en general y reconociendo las excepciones.
Pero eso sí, y los capitalinos hemos sido testigos de ello, se han ido extendiendo en el uso y disposición de los espacios públicos, plazas y calles: una mesa más, un par de sillas más, otra sombrilla, por supuesto que con las complicidades de ex alcaldes, ex funcionarios (algunos con sus propios intereses empresariales) y sus flexibles modos de hacerse de la vista gorda o extender permisos, licencias.
Hoy estos empresarios pegan en grito en el cielo por los afanes de ordenamiento y de acatamiento de la ley (ni más, ni menos) en esta materia por parte de las autoridades en turno y el delegado del Instituto Nacional de Antropología e Historia (también en turno) y en sus alegatos ponen por delante el riesgo de perder empleos que son necesarios en el municipio.
En el siguiente capítulo, hemos visto cómo en los días recientes, ante los dictámenes elaborados por un perito del INAH que ponen en evidencia o desnudan la forma en que han ganado centímetro tras centímetro de espacios públicos —lo que no sería ilegal, insisto, si no existiera una Ley y un reglamento que limitan lo anterior— los prestadores han dado un paso sumamente cuestionable, al recurrir a políticos, ex alcaldes y hasta un aspirante a gobernador al que le cae como anillo al dedo cobijarlos porque ¿qué cree? también tiene sus intereses en negocios inmobiliarios y servicios turísticos en la capital.
Vamos a ver en qué acaba este pacto y si el senador con aspiraciones de gobernador logra apelar a sus negocios con funcionarios federales para pasarse la normatividad por el arco del triunfo, como lo hace con los millones de pesos que recibe para sus “proyectos culturales”, dudoso destino.
Ahora sí que estos son pactos con el diablo.
Que pacten alianzas con ex alcaldes que fueron omisos en aplicar y acatar la ley y el reglamento para la conservación de monumentos y Centro Histórico (no se llama así pero a ello se refiere) no es novedad.
Que haya políticos más que dispuestos a cobijar esos intereses, tampoco.
Que la calidad de los servicios que encontramos en los negocios de esos prestadores y esos políticos no tenga nada que ver con las ciudades europeas con las que se quieren comparar, lo constatamos los locales y los visitantes.
Así que mejor otra de vaqueros.