Entre caminantes te veas

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facebook-webEnfrentarse al muro de la red social en la que gastaba sus horas y sus noches no era tan fácil como podría suponerse. De entrada, la sección de noticias invitando a publicar era lo primero que intentaba evitar, la eterna pregunta “¿Qué estás pensando Emilia?” la confrontaba con todo aquello que luchaba por olvidar u obviar, porque simplemente no quería pensar en nada, mucho menos en su realidad.

Por eso, buscaba con suma atención las imágenes que subiría ese día: una taza humeante frente a un hermoso ramo de rosas y un libro abierto con la leyenda “no hay nada mejor que un buen café al despertar”… en menos de 20 minutos dos docenas de “me gusta”.

Después la foto de un excepcional cuarto de vestir con cientos de pares de zapatos en exhibición, además de una infinidad de prendas femeninas y accesorios organizados en cajones, ganchos y vitrinas: “es hora de ponerse guapa para el shopping”… 43 “me gusta” y 20 comentarios en 15 minutos, algunos de ellos felicitándola por ese soberbio vestidor digno de una reina.

Mientras las horas pasaban, las imágenes de restaurantes, platillos delicadamente servidos, la toma de los pies ante la enorme pantalla de televisión y el interior de un elegante automóvil iban desfilando con su respectiva dosis de “me gusta” y comentarios de felicitación por esa vida llena de comodidades.

La noche cayó, bajo el mensaje de “lista para una noche memorable” se apreciaba la foto de los pétalos de rosas rojas en la colcha mientras en la mesa de noche podía distinguirse con facilidad una botella de vino y dos copas. A esa hora los “me gusta” aumentaban, esta vez fueron 89 los que capturó en menos de 20 minutos. Después de eso, cerró la computadora y giró a su derecha.

Con tristeza miró el sarape con la figura del venado que hacía las veces de colcha; la guía de luces de colores que titilaba alrededor del espejo en el tocador; su guardarropa tan escaso y viejo como sus ilusiones doblado con descuido y guardado en cajas de cartón. Se recostó en su catre masticando su amargura… Ella, ella que había tenido los mejores partidos bajo sus pies; ella tan hermosa; ella tan capaz… ella tan popular… debía ahora escudarse en un muro de rostros desconocidos y lejanos para no hacer frente a su vacío y soledad. A sus cuarenta años seguía viviendo bajo el amparo de sus padres. Estaba saliendo con un amante más, otro que antes de la cama le prometía sacarla de ese cuchitril y que después del acto se olvidaba de sus promesas.

Tazas de peltre, ollas de barro, ropa lavada a mano, manteles de plástico… y ella en medio de todo como una diosa mártir. A veces la vida podía ser tan injusta.

De pronto recordó que había olvidado postear que la siguiente semana viajaría a Grecia, ya tenía seleccionadas las fotos precisas para ilustrar sus “vacaciones”, y volvió a encender la computadora con la esperanza de que la hora fuera propicia para obtener unas cuantas docenas de nuevos “me gusta”…