Entre caminantes te veas

REALIDADES DIFUSAS

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María Trinidad era una mujer como tantas otras. No formaba parte activa de una gran empresa para cosechar grandes éxitos profesionales, tampoco laboró para una Institución gubernamental ni estudió una licenciatura, simplemente vivía para entregarse  por entero a la labor más difícil e ingrata que puede existir: la de madre, esposa y ama de casa.

1380585_639272456117124_1090653484_nSus batallas se libraban entre las cuatro paredes del hogar, sus cicatrices de guerra las llevaba marcadas en el vientre como consecuencia de cada una de las veces que dio a luz a un nuevo miembro de la familia. Aunque no  tuvo la oportunidad de una formación profesional,  lo era todo: maestra, psicóloga, doctora, chef, artesana, confesora, arquitecta y educadora. Cimentaba, levantaba y daba forma a cada una de las existencias de sus hijos con su ejemplo de trabajo diario y valentía para encarar cada una de las crisis que en el camino se iban presentando.

Para su marido, llegar al hogar después de un día agotador, a veces desalentador y lleno de conflictos era sinónimo de entrar a un remanso de paz en donde todas las penas se desvanecían con el aroma a sopa recién hecha, jamás igualada por nadie,  y la mesa puesta en espera de ser rodeada por la familia.

Trini se despertaba desde antes que el sol saliera por completo con el objeto de tener todo listo para los suyos. Trabajaba el día entero sin reconocimientos especiales cubriendo eficientemente cada aspecto en la vida de su gente y hasta bien entrada la noche regresaba a la cama para seguir organizando desde sus sueños.

Era una mujer a la antigua; sencilla, trabajadora, enérgica pero también entregada y eficiente. Sin gota de maquillaje en el rostro, sin zapatos de tacón alto, sin la necesidad de un gran escote para atrapar las miradas.

Sin embargo, cuando la noche llegaba, María Trinidad se iba a la cama y al cerrar los ojos se preguntaba en dónde se habrían quedado sus sueños, cuestionaba si en realidad habría venido a este mundo con la consigna de olvidarse de sí misma para entregarlo todo por su familia y  si en realidad valía la pena tanta soledad y olvido para darlo todo por la comodidad de quienes ni siquiera la notaban.

rghAlguna vez pensó en marcharse pero ¿a dónde?, ¿con quién?, ¿con qué? y por eso prefería acallar las voces en su cabeza y cerrar los ojos pensando en el menú a cocinar para el día siguiente. A veces, mientras dormía, sonreía en sueños. Luego recordaba que no era más que una simple ama de casa y la sonrisa se borraba, pero solo para aparecer más tarde cuando en la profundidad de su inconsciente se veía con cuerpo de sirena surcando los siete mares e hipnotizando a los hombres con su canto para ahogarlos más tarde.

A las 5:30 las sirenas se convertían en alarmas. Era tiempo de comenzar un nuevo día y de volver a ponerse el mandil para preparar el desayuno y ordenar las vidas y el caos de todos. Cuando abría los ojos, la sirena se había ido dejando nada más que realidades con olor a café recién hecho y pan rebanado. Realidades difusas que se desvanecían con las campanadas del templo y el grito agudo del vendedor de gas que subía por el callejón.