Entre caminantes te veas

CAMINANTE SIN CAMINO

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Siempre quise viajar. Soñaba con tener una vida llena de cosas bonitas, trapos finos, sirvientas y tardes de café como las señoras adineradas. Pero mi realidad fue otra. Fui el más grande secreto del patrón…aunque en realidad ese misterio era algo ya conocido por todos, incluso por Doña Lucrecia, la esposa, quien me miraba con odio, me pellizcaba cada vez que podía y me decía muchas cosas hirientes al oído. Por eso mi mamá me dejaba encerrada en su cuarto mucho tiempo, que dizque para protegerme, pero yo ansiaba salir, correr, ver la ciudad y sus maravillas. Yo quería ir a la escuela, y ni siquiera ese privilegio tuve.

Museo de las Momias Especial Destacado2El patrón fue diferente, era muy cariñoso conmigo, me visitaba en secreto cuando su esposa salía para  hacerme toda clase de regalos a escondidas y me sentaba en sus piernas para contarme historias hermosas de sus viajes y sus vivencias. Cuando él murió la Doña nos echó de la casa cruelmente y juró matarme si me veía de nuevo. Fue entonces cuando me enteré de que el patrón fue en realidad mi padre.  El caso es que mi mamá, temerosa de que nos hicieran daño  me llevó a un rancho lejos de la capital. Ahí crecí alejada de todo lo que amaba: de la ciudad y su barullo, del ir y venir, de la música que sonaba en los callejones apenas comenzaba a anochecer. En el rancho no había escuela, solamente las historias que las mujeres contaban mientras cocinábamos en aquellas ollas enormes  para cuando regresaran quienes se habían ido a trabajar; decían que si sabíamos trabajar la tierra y aprovechar sus bondades con conciencia y respeto entonces conocíamos todo cuanto había que aprender.

En cuanto crecí y pude hacerlo agarré mis cosas y me fui sin avisar. No paré hasta que volví a pisar esas calles adoquinadas. Me sentía tan feliz de estar de nuevo en esta ciudad tan querida que me puse a dar vueltas como loca sin pensar en que estaba a la mitad de una calle por la que transitaban autos. Uno de ellos fue el que me embistió. Salí disparada golpeando con la cabeza el parabrisas. Morí de manera instantánea.

Pobre de mi mamá. Cómo lloraba frente a mi cadáver y se lamentaba por mí. Nunca fue mi intención hacerla sufrir. Me pusieron en una cripta del panteón, durante mucho tiempo estuve a oscuras en medio de ese silencio atroz que invade los cementerios sin poder dejar mi cuerpo. No entiendo por qué mi alma nunca se desprendió de él ¿será así para todos?

Un día, vi nuevamente la luz. Me sacaron de mi tumba y me pusieron en una gran vitrina en un Museo. Dicen que eso nos pasa a los descarnados que nos quedamos con el cuerpo momificado cuando los familiares no renuevan el pago en el panteón. No sé cuántos años hayan pasado desde que morí pero ahora nada es como era cuando viví.

Recuerdo que  pedía mucho a Dios que me echara una mano para que yo pudiera ser alguien de bien,  quería viajar y conocer mundo. Pero ni viva ni muerta me ha podido suceder. Hay otras momias que sí han viajado y conocido, pero yo, sigo como en mi infancia: obligada a permanecer encerrada en esta habitación de cristal a través de la cual miro a los cientos y cientos de caminantes que diariamente pasan frente a mí para escudriñar cada rincón de mi cuerpo, para encontrar un sentido a mi existencia .  Pero eso es algo que ni yo misma sabré o entenderé nunca ¿Para qué vine  a la vida si nunca pude vivir en realidad? ¿Para qué atravesé las fronteras de la muerte si no he podido morir?

Mi mamá siempre me dijo que en el campo se vive con mayor justicia. Que al menos nunca falta la comida que nos regala la tierra ni la compañía de otros porque en él estamos muchos.  Sin embargo en la ciudad además de haber más soledad te enfrentas a que todo tiene un precio y por pagarlo, mucha gente pierde su esencia y dignidad. Yo nunca comprendí esta sabiduría tanto como ahora puedo hacerlo.

Heme aquí, por ejemplo…