Ecos de Mi Onda

Viene la Muerte Luciendo Mil Llamativos Colores

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No sé que tienen las flores llorona, las flores del camposanto, que cuando las mueve el viento llorona, parece que están llorando. 

Anónimo

Cuando se habla de que la tasa de homicidios intencionales por cada cien mil habitantes en nuestro país ha venido aumentando de 14.8 en enero a 21.4 en agosto del 2016, regresando a las cifras de los años de la guerra contra el narcotráfico, no deja de sentirse una angustia legítima, pues la suma se eleva a un número escalofriante de más de 17 mil occisos en lo que va del año, de acuerdo a los reportes mensuales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad (SESNSP)

El responsable del crimen cometido en 2011 fue sentenciado Foto ArchivoEl hecho de que nuestro país no esté incluido en el top ten de los países con los mayores índices de criminalidad en el mundo, lista elaborada por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, la cual es encabezada por Honduras, con un altísima tasa de 90.4, acompañado por un grupo de países en su mayoría africanos y centroamericanos, se descompensa en nuestra contra con la inserción de diez ciudades mexicanas en la lista de las cincuenta ciudades más violentas en el mundo, presentada por la Organización Seguridad, Justicia y Paz. Este registro para el año 2014 señaló a San Pedro Sula como la ciudad más violenta del mundo con 1317 homicidios; sin embargo, Acapulco ocupó el tercer lugar con 883 asesinatos, que para una población de 847,735 habitantes, arrojó una tasa de 104.6. En la lista, Acapulco es acompañada por Culiacán (lugar 24), Ciudad Juárez (27), Ciudad Obregón (31), Nuevo Laredo (34), Ciudad Victoria (41), Chihuahua (43), Tijuana (45), Torreón (48) y Cuernavaca en el lugar 50. En este listado, cabe destacar la aparición de diecinueve ciudades brasileñas, así como de las ciudades norteamericanas de St Louis Missouri en el lugar 19, Detroit  en el 22, Nueva Orleans en el 28 y Baltimore en el 40.

El mundo es entonces un lugar cada vez más inseguro y los riesgos de perder la vida van a la alza. La pregunta es ¿qué provoca que el ser humano atente contra otro ser humano para privarlo de la existencia? En muchos de los países considerados como los más violentos, no hay una guerra oficialmente declarada, por lo que la criminalidad proviene de rivalidades generadas por espacios vitales de interés, entre facciones que no están debidamente identificadas en el seno de las sociedades, es decir, no existe, como en una guerra digamos tradicional, los uniformes que caracterizan a los enemigos enfrentados, ni las áreas de combate en las que se baten los ejércitos, tratando de evitar lo más posible daños colaterales a los patrimonios civiles.

La criminalidad a través del tiempo presenta sesgos que caracterizan épocas determinadas y que la presentan con mayores o menores grados de agresividad dentro del núcleo social. Hoy en nuestro país, la característica que parece prevalecer es la de una actitud pasiva, miedosa o incluso de una complicidad perversa entre diversos grupos políticos incrustados al interior del sistema gubernamental y la delincuencia organizada, que efectivamente es un sector de mayor conformación estratégica y mejor infraestructura que la de las mismas autoridades, incluyendo al ejército. Cabe subrayar que amplios sectores de la policía optan por solapar a los criminales, debido a factores como armamento deficiente para enfrentarlos y salarios precarios, que contrastan notablemente con las condiciones y tarifas de los rivales. Para lograr esto se requiere de recursos y estos provienen de las nuevas profesiones fuera de la ley que se ejercen en el país, como el narcotráfico, el secuestro, la extorsión y toda una serie de delitos que requieren del acompañamiento de sicarios. Los recursos de la delincuencia organizada se manejan en dólares, y estos sólo pueden provenir de las mafias estadounidenses, que además realizan jugosos negocios con la venta de armas que ponen a circular en el mundo entero, promocionando las luchas intestinas entre aparentes héroes y villanos, ante la complacencia de las autoridades.

 ¿A quién pude recurrir un ciudadano común cuando se le lastima con la muerte de un ser querido, en un llamado daño colateral? Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte, decía sabiamente Leonardo da Vinci, pero ¿cómo puede hacer suya esta frase un trabajador que se levanta de madrugada para ir al trabajo, temeroso de ser asaltado y perder la vida en el autobús? Muchos jóvenes se asocian a los grupos delincuentes con el afán de ganar dinero, mal llamado fácil, con el atractivo argumento de que vale más vivir un año como rey que toda una vida como buey, y si se tiene este desprecio por la vida propia ¿qué puede importarle a un joven delincuente una vida ajena que se le atraviesa en el camino? Incierto es el lugar donde la muerte te espera, espérala pues, en todo lugar, expresaba Séneca alrededor del año 60 a. C.

dia_muertos_2012Los camposantos se llenan de tumbas, de malvados y buenos, de inocentes y culpables, pero todos lloran a sus muertos y les dedican altares en el Día de los Difuntos, miles de fotografías de rostros sonrientes en el altar aromatizado con copal y adornado con flores de cempasúchil, cirios, agua, sal, crucifijos, las bebidas y los alimentos predilectos de los muertos, en un ritual en el que con ofrendas se trata de calmar o comprar a los dioses y santos patrones. De acuerdo a Octavio Paz, en la visión de los indígenas prehispánicos el hombre alimentaba con su muerte la voracidad de la vida, siempre insatisfecha, pero la muerte significaba un sacrificio en el que se cumplían dos fines: pagar a los dioses la deuda contraída por la especie humana y alimentar la vida cósmica y social, que se nutría de la primera.

En el pueblo ritual de nuestros antepasados indígenas, la muerte era elemento central en el mantenimiento del equilibrio cósmico. En el marco vigente de la delincuencia, la muerte es sólo la desaparición de un obstáculo, la eliminación de una cosa humana, ya sea para mantener el predominio de un cartel importante, o sencillamente para la supervivencia de un jovenzuelo dedicado al narcomenudeo. No importa si el occiso era un ciudadano ejemplar que se cruzó en un momento inoportuno, o era un criminal de la banda enemiga, la muerte no importa, siempre y cuando se trate de la muerte del otro. La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida, señala en este sentido el mismo Octavio Paz.

Viene la muerte luciendo mil llamativos colores… cantaba el Charro Avitia los versos de Tomás Méndez, ven dame un beso pelona, que ando huérfano de amores… y seguía con una frase aclaratoria, No le temo a la muerte, más le temo a la vida, como cuesta morirse cuando el alma está herida… y continuaba, Se va la muerte cantando por entre las nopaleras ¿En qué quedamos pelona? ¿Me llevas o no me llevas? Puede ser que ante los infortunios se llegue a desear la muerte y que esta no conteste al llamado del demandante, pero la muerte no se anda con juegos, llega justo en el momento en el que debe de llegar, siempre puntual a la cita y no se puede decir que eso signifique crueldad, significa simplemente que llega.

Un serio problema que tiene gran parte de la humanidad es que ante el evento inevitable del acto de morir, no ha logrado desarrollar una cultura de preparación anímica que se exprese en una actitud serena de fortaleza, tanto para el individuo protagonista, como para los familiares y seres que le rodean, independientemente de las circunstancias en las que se envuelva un fallecimiento en particular. La mayoría de la gente tiene resistencia a tratar el tema, es algo que se va posponiendo para una mejor ocasión que nunca llega. Así, vemos el sufrimiento de nuestros enfermos, el dolor de los accidentados, luego llega la muerte, lloramos a nuestros difuntos, los visitamos en sus tumbas y les llevamos flores, con la esperanza de que sus almas se encuentren descansando en paz, en un lugar libre de miedos y angustias, de mentiras, de violencia.

El cuerpo se separa del alma, el cuerpo material se corrompe y va desvaneciéndose en una serie de reacciones químicas propias de los ciclos en los que se desarrollan los fenómenos de la naturaleza, el alma es la que nos inquieta y las religiones, como el caso de la católica, ofrece la creencia de la misericordia de Dios y de la Casa del Padre, habitada por las almas que pasaron por la vida haciendo el bien. Nos presenta también la esperanza del Purgatorio, esa dimensión en la que las almas se purifican de las faltas cometidas en la vida; pero también el cuadro del infierno dantesco que provoca terror y consecuentemente el miedo a morir cuando se tienen remordimientos, sentimientos de culpa por afectar de alguna manera al prójimo, es decir, la carga de los pecados que puede conducir al alma hacia el infierno y esto le significa al creyente un cierto freno para realizar acciones malvadas.

Un criminal que le pierde el temor a la muerte, se insensibiliza ante la idea del infierno y en lugar de remordimientos aloja en su espíritu el resentimiento de que la vida le debe y que tiene que pagarle, por lo que puede hasta pedirle, o exigirle, a Dios que tiene que socorrerlo en sus fines. Sin embargo, este tipo de actitudes no nacen por generación espontánea en el individuo, que pudo haber nacido en un ambiente de injusticias y desigualdades palpables, de escasez de valores y falta de oportunidades para formarse en la vida, o tal vez rodeado de riquezas y de lujos, pero siendo testigo de impunidades y abusos de poder. Ambos pueden sin embargo coincidir en ser sensibles ante la indiferencia social y la falta de amor que producen tristeza, soledad y rencor que se alberga en el corazón.