Entre caminantes te veas

LA PRINCESA DEL FARO

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De la añoranza de ser otro y tener otra vida.

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Había muy pocos patos en el Embarcadero de la Presa de la Olla, a Alondra siempre le gustaba ir para alimentar a los patos. Por eso, la señora Alicia, su nana,  la llevaba continuamente. La niña era hija de un abogado importante y una exitosa mujer empresaria. Por lo tanto, casi no conocía a sus padres. Es decir, obviamente los identificaba pero nunca, por ejemplo, había paseado en la Presa con ellos. En cambio, sí conocía Europa, Nueva York y Buenos Aires, este verano la llevarían a Los Cabos, a un complejo turístico de un diputado amigo de su padre. Por eso no le emocionaba el viaje, porque seguramente las pláticas se centrarían en trabajo, además de que fuera de estas conversaciones laborales las miradas de sus padres jamás y nunca se dirigían a nada que no fuera la pantalla de su celular.

Junto a Alondra, en la lanchita bautizada como Martha, viajaba Victoria, la hija de Alicia, quien también tenía 7 años. Era una niña de largas trenzas negras, ocurrente y simpática, que siempre llevaba abrazado un oso de peluche rosado del que no se despegaba jamás. Alondra, por su parte, llevaba entre sus manos su celular, y con él iba grabando todo lo que veía. De cuando en cuando le llegaban mensajes de su mamá llenos de corazones y “te amos” que jamás se repetían cuando estaban frente a frente y a los que ella respondía con decenas de emoticonos.

A la mitad de la presa, Alicia dejó de remar y comenzó a contar un cuento a las niñas, ella siempre estaba llena de historias que inventaba con la misma facilidad con la que la madre de Alondra le daba “like” a las publicaciones de sus amigas. Y aunque se esforzaba por disimularlo, la realidad era que a Alondra le encantaban sus cuentos. Alicia decía que su abuela era una bruja de historias y que le había heredado su magia, ella no sabía escribir, así que cada vez que contaba un cuento, era diferente al otro aunque pareciera semejante, pues cada vez añadía o suprimía elementos a la narración.

Esta vez, les habló de una princesa de otros tiempos que fue capturada y llevada al faro de la Presa desde donde, asomada a la ventana como única distracción, elevaba sus plegarias a las estrellas. Una noche, cansada de vivir presa, se arrojó del faro pero según los testimonios de quienes presenciaron los hechos,  antes de estrellarse con el piso, las estrellas la convirtieron en un ave que sin tardanza levantó el vuelo y pudo ser libre por toda la eternidad. Desde entonces, dijo Alicia, los patos vienen a la presa, para que nadie olvide la historia de la princesa del faro, y antes de mencionar el “felices por siempre” su nana añadió: cuando la princesa sobrevoló por la presa dejó una estela de magia en el agua y si arrojas un objeto preciado en ella y pides con todas las fuerzas del corazón, las estrellas pueden cumplir cualquier deseo que tu alma anhele…

La señora Alicia, volvió a asir los remos para encaminar la lancha a la orilla y dar por terminado el paseo, sin darse cuenta de que tras de ellas quedaba flotando tristemente el oso rosa, mientras Victoria, con los ojos cerrados pedía en silencio: Quiero tener una madre como la de Alondra, que use tacones y lleve los labios pintados de rojo, que huela siempre bonito y me compre celulares, que me lleve a viajar en avión y me pague escuelas caras…

Por su parte, Alondra, miraba su celular sumergirse en el agua verdosa mientras suplicaba: Por favor estrella mágica, haz que mi madre sea la señora Alicia para que en mi vida nunca falten las historias y pueda sentarme con ella a hacer tortillas y cocerlas en el comal. Quiero una mamá que salga a tiempo de casa porque no se queda dos horas peinándose y mirándose al espejo para comprobar que todo combine bien. Una mamá que me mire a mí a los ojos y no  a su celular y que en la noche en vez de decirme: duérmete que tengo mucho trabajo que terminar, me dé un beso como mi Nana y me ayude a cobijarme sin prisa y sin fastidio.

El camino de regreso a casa fue más silencioso que de costumbre. Las niñas caminaban una al lado de la otra mirándose con disimulo, mientras esperaban ese milagro que las ayudara a ser quienes no podían ser.