El Laberinto

¡Ay calor!

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La forma en que se presentan las variantes del estado del tiempo cada vez son más extremas debido a la manera vertiginosa en la que destrozamos el planeta rompiendo el equilibrio.

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El clima es un tema de aquellos que siempre nos darán una carta fuerte cuando en realidad no tenemos mucho que decir, tal vez porque no se presta a la polémica, ya que todos lo sufrimos o gozamos, con sus matices, por igual, para hablar del clima solo necesitamos tener cuerpo que lo sienta y voz que lo manifieste.

Aunque pensándolo mejor, pareciera que cada vez lo padecemos con mayor intensidad y que salvo que lo hayamos buscado y estemos concentrados en su existencia, como unas vacaciones a la playa, nada nos satisface, nos quejamos del frío, el calor, de la lluvia y del viento, esperamos con ansias la siguiente estación y volvemos a comenzar.

La forma en que se presentan las variantes del estado del tiempo cada vez son más extremas debido a la manera vertiginosa en la que destrozamos el planeta rompiendo el equilibrio, haciendo que aumente el calor que a su vez se vuelve un evaporador poderoso que después nos traerá considerables cantidades de agua precipitándose y peores encontronazos de aire que provocan frío y la sopladera vuela techos a la que ya, desgraciadamente, nos estamos acostumbrando.

Pero no es sólo nuestra inconsciencia ambiental y las fuertes reacciones que esta provoca las que hacen que nos sintamos todo el tiempo tan a disgusto, o por lo menos yo se lo atribuyo a dos razones, principalmente, que trataré de explicar en los siguientes párrafos.

La primera tiene que ver con la forma en la que ha modificado nuestra manera de pensar la cantidad de opciones que tenemos para hacer absolutamente todo, desde comprar un par de calcetines, hasta pedir un café o estudiar una carrera, pues nos hace creer que el mundo está hecho a nuestra medida y de pronto nos encontramos con algo que no podemos controlar y que requiere de nuestra habilidad para adaptarnos y en realidad no sabemos muy bien como actuar.

La segunda razón tiene que ver con el ritmo vertiginoso y parejo que lleva nuestra vida social organizada que no toma en cuenta para nada el estado del tiempo y la forma en la que fisiológicamente nos afecta, obligándonos a levantarnos a las seis de la mañana aunque a esa hora haga un frío de esos que calan muy feo, o a estar en la oficina haciendo como que trabajamos a cuarenta grados mientras nos cocinamos en nuestra silla con rueditas como pollos en su jugo.

Ustedes disculparán el lugar común que acabo de usar para escribir este laberinto, creo que la deshidratación afecta mi cerebro.