Histomagia

Guardianes, centinelas…

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La casa era oscura, de hecho, muy oscura, pese a que una especie de tragaluces estaban difusos en las paredes derruidas e intentaban iluminarla…

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En Guanajuato las casas antiguas son parte de la fisonomía del centro de la ciudad, si vienes aquí, es inevitable verlas y quedarte absorto contemplando la arquitectura que provoca una fascinación que puede llevarte a evocar tiempos pasados, incluso algunas de ellas te llevan, de facto, a otros tiempos.

Me cuenta mi hermana Aurora que hace algunos años uno de sus amigos vivía en una casa en el callejón Antiguo Camino de Gallos, ahí cerquita de la Plazuela de Los Ángeles. Él veía cosas extrañas, pero que no hacía caso porque en verdad era una casa céntrica y barata, y aunque el dueño no le daba mantenimiento, no iba a perder la oportunidad de estar en la zona más cara de Guanajuato. La casa era muy antigua, de hecho la puerta de entrada estaba tan gastada y presentaba arañazos como si algún perro la hubiera estado maltratando continuamente, la abrías e inmediatamente estaba una escalera que conducía a los cuartos de los estudiantes universitarios que ahí vivían. La casa era oscura, de hecho, muy oscura, pese a que una especie de tragaluces estaban difusos en las paredes derruidas e intentaban iluminarla, por lo que era necesario tener los focos prendidos todo el tiempo con el fin de poder alumbrar por dónde iban a pasar. Me dice que la primera vez que fue, le causó extrañeza la forma en que estaban dispuestos los cuartos; subías y se bifurcaba el camino hacia raros pasillos con una estructura muy poco común: estaban como en arco para dar cabida al apuntalamiento con polines que la casa tenía, pues una parte de ella prácticamente estaba destruida.

Su amigo vivía en uno de los cuartos que en verdad parecía que la noche estuviera dentro, Aurora le preguntó a su amigo si no le daba miedo vivir ahí, la casa se sentía con una mala vibra, como si alguien desde la oscuridad te estuviera observando. Su amigo le dijo: “eso no es nada, ven” y fueron a ver el cuarto contiguo muy oscuro al que no podías accesar porque si pisabas era seguro el derrumbe dado que estaba sostenido sólo por unos polines viejos. Asustada, mi hermana, le dijo que mejor se fuera del lugar. Sin escucharla, su amigo le siguió contando lo que cada noche venía aconteciendo desde que él y sus amigos llegaron ahí: en ese cuarto, en que pareciera que si pones el pie se viene abajo, cada madrugada, siempre aparece un perro negro, con ojos de fuego, y el hocico abierto, jadeante, dispuesto a cuidar algo, a atacarlos. Al principio ellos estaban temerosos del can, pero ya después se acostumbraron y sólo pasan por ahí, lo veían y hasta lo saludaban. El asunto era que no sólo veían al pero, algunos otros veían fuegos fatuos en la pared, sí de esas llamas de fuego ardiente que, dicen los que saben, indican algún tesoro enterrado, dinero escondido, centenarios. Eso sí, aunque ya estaban acostumbrados a ver esas manifestaciones paranormales, jamás se dieron a la tarea de tirar la pared, pues era claro que la casa no lo permitiría, pues tal vez, y sólo tal vez, era lo que necesitaba para darse por vencida, dejarse caer y desaparecer para siempre. Aurora no dijo nada más, pero cuando salieron de la casa, sintió un alivio y a la vez tristeza de cómo es que muchas de estas casas, que en otros tiempos fueran hermosas, han sido abandonadas, con todos sus secretos e historias y que revelan, de vez en vez, a sus guardianes y centinelas en un verdadero viaje en el tiempo.

Yo no sé si en realidad la casa siga ahí, esperando a algo a alguien, ¿crees que seas tú? Ven, lee y anda Guanajuato.