El Laberinto

Historias de miedo

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Aunque no todos lo demuestran tan descaradamente, los relatos de terror conllevan una fuerte carga conservadora y es por eso que su temática y efectividad varían dependiendo la moralidad imperante en un tiempo y espacio concretos.

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Investigando sobre Día de muertos me percaté de que muchas de las leyendas sobre la fecha giran en torno a los castigos hacia los incrédulos que no lo guardan o no hacen lo establecido por la tradición.

Se repite mucho la historia de un padre de familia que no dejó a su esposa matar un guajolote para los tamales de la ofrenda y que se fue a trabajar a la milpa aunque fuese fiesta y no hubiera nadie, más o menos como nos toca con frecuencia a muchos de nosotros, sólo que en el camino de regreso se encontró con sus muertos y para cuando quiso invitarles algo, poniendo a guisar a la mujer claro está, el muerto era él.

Aunque no todos lo demuestran tan descaradamente, los relatos de terror conllevan una fuerte carga conservadora y es por eso que su temática y efectividad varían dependiendo la moralidad imperante en un tiempo y espacio concretos.

Puede ser que se orienten en tanto la ruptura de los valores, la profanación de creencias, la alteración de las normas sociales o hasta la variabilidad en cuanto a los parámetros estéticos. Todo lo malo que pasa en estas historias parte de lo impredecible y desconocido, pero sobretodo de el acercamiento con lo prohibido.  Las historias para niños clásicas suelen tener como inicio del conflicto la desobediencia a los mayores, la pereza o la deshonestidad y aunque para nosotros parezcan sórdidos los detalles, la intimidación sirve como una manera sencilla de proteger a los niños y por lo tanto de conservar al grupo.

Si bien el miedo nos protege también es una limitante fuerte a la hora de tomar decisiones y un producto de la falta de información sobre un tema o la falta de preparación ante un evento.

Me pregunto qué tanto obramos por gusto  y que tanto por temor a que algo terrible nos suceda, pues como adultos nos rondan fantasmas inquietantes, el miedo a la pobreza nos puede influir a elegir lo que estudiamos o en lo que trabajamos, el miedo a la soledad nos hace temer a las reacciones de nuestra pareja o a no tener hijos que nos cuiden de viejos, igual que el miedo al ridículo puede decidir como bailamos o como nos vestimos.

A la vez que lo sentimos, nos acabamos convirtiendo en creadores de miedos con nuestros semejantes para que nos complazcan y miedos a nosotros mismos para no complacernos. Las barreras imaginarias si son dignas de temor.