El Laberinto

Caminos que se cruzan

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Para: Laura Valentina

Cuando era niña y mi abuela me llevaba a misa, resultaba que todo lo que decían en el sermón se me aparecía en la vida cotidiana y eso casi logra despertar una ferviente fe religiosa, hasta que me di cuenta de que sucedía lo mismo cuando conocía a un autor, a un músico, a un pintor o algún concepto nuevo. Irremediablemente empezaba a aparecer por todos lados  entonces me sentía como me siento ahora cuando después de hablar de un tema, servilletas doradas por usar algún ejemplo relevante, internet me las ofrece sin yo pedirlas.

La respuesta lógica, para no caer en el fanatismo, en la conspiración, en la paranoia o en el fatalismo del destino, consiste en un mecanismo de recolección y conexión de información, solo que en ambos casos funciona de forma inversa, las máquinas nos imitan y no podría ser de otro modo pues fueron creados por nosotros.

Para el caso de las personas imaginemos que el mundo está escondido detrás de una gigantesca tela y que cada dato que conocemos nos abre un orificio nuevo, que al concatenarse con otros orificios nos va ofreciendo enormes agujeros desde donde se ve más y por lo tanto hacen el mundo sea más comprensible y que los mensajes que nos rodean de pronto puedan ser descifrados, como cuando aprendes a leer y ya no puedes dejar de hacerlo, aunque sea en las etiquetas de los refrescos, de pronto esos caracteres sin significado nos transmiten algo. Así no es que la información nos persiga si no que siempre estuvo ahí y nosotros no teníamos la capacidad para asirla.

En el caso de las corporaciones de internet, de los motores de búsqueda, de las aplicaciones para ver películas y para escuchar  música, el mundo, por lo menos el de los datos que cada una maneja, está totalmente abierto y a través  de la interacción, de la búsqueda y de la comunicación con otras personas, el campo se va cerrando hasta ubicarte a ti, persona burdamente predecible que buscará servilletas doradas porque ya buscaste los cubiertos o algo similar. Suena menos terrorífico que pensar que los micrófonos nos escuchan, aunque no deja de ser agobiante saber que tanto dice de ti todo lo que tecleas en el celular o la computadora.

Puede ser todo lo dicho una perogrullada, no lo niego, pero necesitaba plantearlo para poder llegar al punto que nos concierne en este laberinto, que las relaciones humanas, las elegidas, las voluntarias, se dan de un modo similar y que nosotros rara vez reparamos en ello.

Es decir todo eso que llevamos cargando, nuestra tela más o menos abierta, filtra entonces la forma en la que vemos al resto y que además eso es totalmente necesario considerando la cantidad de personas con las que tenemos que interactuar en nuestra vida. Así, un par de zapatos, una camiseta, un comentario o un gesto sencillo abren una pequeña ventana que si nosotros tenemos con que procesarla nos hará querer saber más o menos de aquel que la abrió sin querer.

Entonces pensando así, no es magia que conozcamos gente afín de maneras a veces sorprendentes o que nos enamoremos de personas que son cercanas y  tienen un panorama similar al nuestro y que incluso acabe llegando una persona del otro lado del mundo con la que puedas compartir tantas cosas y sentirte cómodo, los agujeros de nuestra tela nos dan información que nos va haciendo tomar decisiones y habitar escenarios y así es como se presenta el momento en el que dos sonrisas se hacen cómplices y se acompañan por algún periodo, ya sea  unos meses o una vida.

Pensar esto me hace realmente tener fe en que si persigo lo que me gusta y hago lo que amo seguro encontrare personas que me llenen y me hagan feliz. No se puede pedir más entonces.