Ecos de Mi Onda

Yesica

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La fatalidad nos hace invisibles. 

Gabriel García Márquez, en Crónica de una muerte anunciada (1981)

Si tuviera la oportunidad de ver la película de su vida siguiendo un libreto nítidamente crudo, que no matizara ninguna escena de todos aquellos hechos que le significaron en el pasado etapas de miseria, oprobio, vergüenza, humillación, violencia, terror, infierno, tal vez sentiría angustia y miedo de sí misma. Pero no tenía por qué sufrir ese trance, puesto que se prometió no tener memoria ni pasado, sólo vivir el presente, el día a día, consciente en cada despertar de tener por seguro que la vida estaba en el filo de los riesgos, más allá de eso nada importaba. Se impuso la negación de ser sensible, vulnerable, piadosa, sentimental, libre de escrúpulos y remordimientos, pero conservando información selectiva sobre sus fortalezas y debilidades, un archivo de personajes, circunstancias, eventos, espacios, trayectos, paisajes, aromas y todos aquellos pormenores que le significaran ventajas en alguna contingencia.

En prisión fue considerada reo peligroso y los medios intentaron asomarse a su vida, hurgando en las declaraciones para tratar de conectar hilos en las redes de la trama de la nota roja. Fue fotografiada de frente y de perfil con su nombre en una cartulina: Yesica Aceves Loya, acusada de delincuencia organizada, acopio de armas de fuego y delitos contra la salud. Una escala indicaba la estatura de un metro y setenta y dos centímetros, sin que pasara desapercibido un cuerpo esbelto y un rostro hermoso, incluso con un aire peculiar de inocencia.

Yesica Aceves Loya, nació un 12 de octubre de 1975, el día de la raza, había entonces ya cumplido treinta y cinco años, dos de ellos recluida en prisión. Su madre, Elvira Loya, hija menor de una familia de catorce hermanos, la parió en el poblado de Sauceda Grande, como a seis kilómetros del pueblo serrano de San José de la Gracia. Ese mismo día nació el hijo de Mariana Roero, madre soltera, muy amiga de Elvira, quien quedó embarazada cuando se la robó (como se le decía entonces a una flagrante violación, tratándose de una relación no consentida por la víctima) un cretino sin nombre, que luego de la cobarde fechoría se fue al norte y ya no se supo más de él. La madre de Mariana buscó la reparación del daño y los padres del cretino, sólo pudieron demostrar su vergüenza por el hecho, ya que al mentado ingrato tampoco ellos le volvieron a ver ni el polvo.

Al mes llevaron a registrar a la chiquilla. A Elvira le gustó el nombre de la hija de una expatrona, para quien había trabajado como sirvienta en el pueblo y que le sonaba como Yésica. A la abuelita Mercedes no le gustó ese nombre extraño y le pidió a su nieto que buscara en el calendario el nombre del santo del 12 de octubre; el muchachillo balbuceó Nuestra Señora del Pilar, abue. Le dijo a Elvira mire hija es el día de la Santísima Virgen del Pilar, no sea tonta qué bonito el nombre de Pilar, va a ver que cuando la bautice con ese nombre raro el padre Refugio se va a enojar. Elvira no dio su brazo a torcer, le dijo a su mamá que ya eran otros tiempos y que había nuevos nombres y que Yésica (así le sonaba), cuando fuera grande, se iba a ir a la capital del estado a estudiar una carrera, que sería una profesora importante, o algo así.

El secretario del registro civil le volvió a preguntar a la mujer para cerciorarse de lo que oía, y luego trató de pedir que lo deletrearan, o que le dijeran cómo se escribía, pero al observar al grupo humilde de campesinos pensó que era una empresa inútil y escribió Yesica, así sin acento, luego llenó el registro con el nombre y los apellidos paterno y materno en el libro, para extender el acta de nacimiento. Por su parte, el padre Refugio andaba de buenas, o simplemente estaba distraído, el caso es que no puso ningún reparo.  

Julián, el hijo de Mariana, vivía inquieto, taciturno y perdió las ganas de ir a la escuela. No le decía nada a su mamá quien conocía la situación, pero no podía permitir que el muchacho se quedara sin clases y confiaba que de alguna forma se sabría defender, además tenía que trabajar en San José y no tenía con quien dejarlo. Así que todos los días lo llevaba hasta la entrada del único salón de clases, donde se lo encargaba a la maestra Aurora, rogándole que lo cuidara, y se iba a trabajar con un nudo en la garganta. Julián iba en segundo grado y la maestra se indignaba y trataba de frenar las ofensas y travesuras que le hacían al muchacho, en especial Crescencio Calvo, el Chencho, que lideraba a un grupito de compinches y nomás porque sí, le tomó ojeriza a Julián y lo enfocó como blanco de burlas y chanzas, gritándole chillona y cobardemente al frente de la bola que era un bastardo.

Esa tarde a la salida de la escuela, los chiquillos andaban desatados y el Chencho se comportaba como alienado. El grupito deparó en Julián y lo rodearon girando alrededor como poseídos, le gritaban, lo empujaban, las ofensas subieron a nivel de ultraje y el Chencho comenzó a gritarle bastardo, hijodeputa. Julián se defendía por instinto, pero los empujones subieron de intensidad hasta tumbarlo en el suelo polvoriento, donde vio de reojo una figura que literalmente voló sobre los patanes y el puño cerrado pegó de lleno en la cara del Chencho, brotándole de inmediato un borbotón de sangre de la nariz. Los demás chiquillos sorprendidos corrieron abandonando al maldoso líder. Yesi levantó a Julián y le sacudió la tierra de la ropa, apenado levantó la cara, jamás hubiera imaginado la fortaleza de la escuincla de apenas nueve años. Ese día nació entre ellos una relación especial, con una comunicación que los iba a unir espiritualmente para siempre. El Chencho se levantó con la cara ensangrentada y se retiró agazapado por el borde del camino rumbo a su casa, pero con el germen del rencor inoculado en el alma. No volvió a molestar a Julián, pero guardaba en el pecho un resentimiento que le latía al mismo ritmo del corazón.

Les dio por andar juntos, platicar, correr, jugar, acompañarse a los mandados. Eran buenos estudiantes en la secundaria de San José y luego llegó un profesor de educación física que observó en Julián aptitudes notables como corredor, logrando los mejores tiempos de la comarca. Recortan figuras de papel haciendo la tarea, con el roce de las manos quedan quietos y no atinan a decirse nada, un cosquilleo les recorre el cuerpo, no hay maldad. Después de un rato acomodaron los útiles y Julián se fue a su casa. Yesi quedó sola, en la capital, Julián empezó a destacarse notablemente como deportista.

Yesi regresa de un mandado caminando solitaria en despoblado y el Chencho ve la oportunidad de vengarse, la domina por la fuerza y la jala violentamente tras unos arbustos y abusa de ella, así de simple. Reunió aplomo para regresar a su casa como si nada hubiera pasado, pero de un día para otro dejó de ser la chiquilla risueña y vivaracha, volviéndose una imagen viva de desencanto. Callada y retraída, Yesi sólo piensa en el desquite y sigilosamente sigue al cobarde violador, indagando que Chencho acostumbra alejarse para hacer muy sosegado sus necesidades bajo una pendiente escarpada. Sube cautelosa, ya tenía preparada una piedra del tamaño de una caja de zapatos, afilada, para que pareciera un desgaje y la suelta dando justo en su cabeza, tranquilamente borra toda huella de su presencia con unas ramas. Encontraron el cuerpo en medio de sangre negra reseca hasta el día siguiente muy temprano con la cabeza partida, la piedra le cayó de canto y se la perforó. Serenamente Yesi tiene el valor de ir al velorio. Son cosas que pasan dicen todos.

En casa las cosas van de mal en peor. El marido de Elvira ha estado platicando toda la noche con un amigo y ya borracho le pide que baile con el tipo. Ella bien sabe que es la antesala de una fuerte escena de celos. Al terminar la pieza ambos vuelven a su sitio, y los amigos prosiguen la plática al parecer normalmente, pero ya está inoculado el veneno. Ella prefiere irse a acostar y con miedo le reza a Dios para que no pase nada ¿A poco crees que no te vi cómo le sonreías en mis bigotes? ¿Ya te acostaste con él ¡Eh!? La levantó de la cama, la empujó, la golpeó, se le echó encima y le empezó a apretar el cuello. Con el escándalo Yesi se despierta y se asoma para ver qué pasa, le grita a su papá que la deje en paz, y le da un empujón que lo desbalancea lo que hace que caiga de bruces contra el suelo, sólo para después levantarse y darle de golpes sin misericordia y sin que Elvira pueda defenderla. Por fortuna llegan los cuñados y con dificultades logran controlar al marido violento. Al día siguiente, la implacable mirada del hombre le hace ver que la suerte está echada, que ya no podrá tener feliz cabida en esa casa.

El Coronel, hablaba como fuereño, pero conocía los giros de la región, el cantinero y los meseros lo trataban con respeto y con la confianza de un cliente habitual. Pidió una botella de whisky y se dirigió a una mujer madura sentada en la esquina del salón, a ver tú pinche vieja alcahueta, tráeme una morra que al menos se vea limpia en este méndigo lupanar. Fueron por la Yesi y hasta la peinaron y la perfumaron, se la presentaron y le gustó la chiquilla, se la sentó en las piernas y sacando de la bolsa de la camisa un sobre que desdobló con cuidado para no tirar el polvo blanco, le dijo “a ver mija, venga pacá, tome esto, le va a gustar… Ande, abra la naricita y aspire fuerte, así, así, ai le va”.