Ecos de Mi Onda

Marchas y Manifestaciones

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La autoridad se ejerce en la persona misma, en el hogar, en la comunidad, en los centros educativos, en las empresas, en los municipios, en los estados, en las naciones, en el mundo entero. El buen gobierno ampara los derechos humanos, pero requiere de una responsabilidad común, si bien diferenciada.
J.J. Guzmán

No me gustan las marchas y manifestaciones
porque vienen siendo como llegar hasta el último recurso
cuando se desespera en la lucha contra las injusticias,
lo que significa que se ha topado contra un muro
de resistentes rocas de incomprensión e intolerancia.

No me gustan las marchas y manifestaciones 
porque precisamente están significando
la indiferencia imprudente de un sistema de gobierno
que sólo vela diligente por sus propios intereses,
olvidando el compromiso con el pueblo que les paga;
porque obligan al ciudadano a dejar su trabajo,
mujeres, hombres, estudiantes, obreros, campesinos
y a todos aquellos trabajadores responsables,
que deben postergar los quehaceres cotidianos
en aras de exigir que se cumplan los reclamos,
que por obligación deberían ser atendidos
por esas autoridades que se muestran insensibles.

Porque son la alternativa de un ciudadano común
reiteradamente ignorado en sus legítimas demandas
para que se respeten cabalmente sus derechos.
Un último recurso ante gobiernos ultrajantes
y autoridades que se exhiben prepotentes
trepados en las sillas de un supuesto poder,
que después de arrastrarse zalameros por el voto,
se quitan la careta para mostrar el verdadero rostro
de zorros olfateando momentos y oportunidades,
marcando zonas con su orina pestilente,
malhechores encubiertos en el disfraz de políticos.
Porque en la trasparencia de las justas demandas
no faltan los enviados de los zorros
buscando siempre obtener pingües tajadas
y desvirtuar la manifestación de libres expresiones,
con la táctica de dividir para volver a ser los vencedores.

El ciudadano común ya no puede ocultar el hartazgo
de vivir en la constante inseguridad por la injusticia,
por la violencia, acoso, discriminación y hostigamiento,
de que traten de manipularlo como a una marioneta
y entonces grita a todo pulmón una firme protesta
que luego trata de ser acallada con golpes en el alma,
en donde más duele, lastima y paraliza.
Pero ya han ido demasiado lejos
con el engaño de sacar conejos del sombrero
y los discursos de enfilarnos al progreso,
de que tienen la fórmula de acabar con la pobreza
y de exterminar desde la raíz a la violencia,
sólo para realmente engordar sus cuentas en el banco
a costillas de quien cumple honradamente su trabajo,
mientras la nación se hunde en caos y desencanto.

No me gustan las manifestaciones y las marchas,
pero hoy estoy aquí en busca de respuestas,
mirando en el entorno el daño de las injusticias
vividas por los compañeros de proclamas,
con sentimiento noble que en la desgracia nos enlaza
y nos cobija fraternalmente de esperanza,
para que a pesar de todo renazca el optimismo
y vislumbremos mejores perspectivas
bajo el principio de que la unión hace la fuerza.
Justicia, paz, salud, educación y bienestar común
se establecen con la contribución de cada ciudadano,
sin distinción arbitraria en filiación o convicciones,
contrario a la intención actual que muestra la política
de tratar de acarrear al pueblo a sus facciones.

Nuestro futuro debe ser un pueblo libre y educado,
propietario de un rumbo establecido con certeza,
hacia una meta que se vislumbra muy cercana,
que no es propicia para que crezca la cizaña,
sino una tierra abonada para cultivar paz y justicia,
para que florezca el cambio que haga realidades
lo que ayer solamente fueron ilusiones,
dejando de lado cualquier necesidad
de requerir de marchas y manifestaciones.