El Laberinto

Viaje en el tiempo

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Hoy tuve una experiencia extraña cuando fui a comer sola a una fondita de construcción antigua, con muros gruesos y curvilíneos, pintados de rojo y blanco, con puertas de metal y pintura de aceite, entrada de arco y portal de vidrio.

Cuando llegué a este lugar, sonaba a todo volumen la telenovela que se estaba transmitiendo en una televisión empotrada en la pared del fondo, omnisciente y visible para todos los comensales.

A unas mesas de distancia una cuadrilla de oficinistas comían en silencio y se acercó a tomar mi orden una amable dama, de look perpetuo, cabello rizado artificial y corto, aretes de oro, blusa en tono pastel, de manga corta y un mandil con pechera para protegerse de oficio.

Justo antes de que llegara la sopa a mi mesa, algún desperfecto, tal vez provocado por un fusible kamikaze, nos dejó a todos los comensales en la semioscuridad que da la luz del sol en un día nublado.

Recurrí al teléfono, pero tampoco había señal y entonces noté que la lacónica mesa de empleados y otras mesas solitarias como la mía, comenzaron a intercambiar bromas sobre la velada romántica que acababa de empezar y a decirse albures mientras las damas exclamaban: «¡Ay no!». Entonces entendí lo que hace románticas las cenas a la luz de las velas, ese silencio, esa penumbra que igual nos permite fluir con más confianza, y evidentemente que no haya tanta gente intercambiando opiniones, pero me estoy desviando del tema, sigamos.

Esa circunstancia fortuita me hizo viajar en el tiempo, el local y los personajes tan estereotipados  ayudaban, de pronto sentí un retroceso que me inquietaba, comí en silencio mientras escuchaba las bromas y las rutinas matutinas de los de junto y hasta pasé a obscuras al sanitario antes de emprender la marcha.

Salí buscando signos de esta época y solo encontraba letreros iguales a los de mi infancia, árboles, fachadas comunes, los semáforos de siempre, los locales deteriorados de giros tradicionales, la gente vestida de manera atemporal. Entonces la vi, era una cadena norteamericana de esas que no existían, que por cierto no me gustan, y supe que no había regresado en el tiempo, cuando vi a través del cristal a los jóvenes ignorándose con sus máquinas rodeados de letreros en inglés.

Cabe decir que con el desconcierto me perdí y el GPS, tan moderno él, me ayudó a retomar el rumbo.

Pues esta historia que parece no llegar a ningún lado me dejó un par de lecciones, primero: que los cambios tecnológicos  calan a nivel profundo mucho más despacio de lo que yo pensaba puede ser que haya modas para vestirse, nuevos urbanismos, formas más interesantes para relacionarse que el albur o los roles, o tecnologías sorprendentes que no es común verlos por la calle.

Y segundo: que las tecnologías de entretenimiento y comunicación dejan a las personas acompañadas solas y a las solas acompañadas.

Cómo extra también supe que en esa cocina se guisa horriblemente y que tal vez su exceso de sal, el requemado de la comida o la salsa radioactiva me pusieron en tal estado. Ya llegamos a un punto tendré que buscarme un sitio cronológicamente intermedio entre la fondita de hoy y el café estadounidense.