El Laberinto

Ansiosa distopía

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Hoy buscando distracción en la cuarentena, que para mí comenzó de modo prematuro debido al puntapié que me acomodaron en mi anterior trabajo, estaba leyendo con un nudito de ansiedad revoloteando en mi garganta y me di cuenta de una cosa: los libros que me gustan están escritos por personas igual de ansiosas que yo, lo cual mientras lo escribo en este momento me hace pensar que tan saludable será dicha afición, pero eso es gallina de otro corral.

Vamos por el principio, el libro en cuestión es “El fin de la eternidad” (1955)  escrito por el muy prolífico Isaac Asimov y se trata de una novela, cuyo tema principal son los viajes en el tiempo de un equipo especializado para solucionar los problemas de las diferentes líneas temporales antes de que aparezcan y aunque esto parecería perfecto para la humanidad, cuando el personaje principal, que es uno de los encargados de modificar los pasados se enamora, se da cuenta de que forma parte de una realidad distópica. Y cómo no va a ser así, si es ante este hecho impredecible y estremecedor y a través de los ojos de su amada que descubre que el curso de las cosas no fluye, que no tienen albedrío.

La distopía, como una sociedad indeseable, ya saben con desigualdad, control, espionaje, violencia, pandemias, tecnología extrema y todas aquellas cosas que obviamente aquí no suceden, ha sido un tema recurrente en la ciencia ficción y sirve para denunciar cuestiones que están ya en marcha o para advertir sobre los peligros que se avecinan si las cosas siguen el curso que están llevando.

En pocas palabras es una preocupación excesiva y obsesiva por el futuro, nacida de un presente lleno de incertidumbre o por el contrario por un presente cómodo hasta el aburrimiento y por lo tanto en apariencia carente de conflicto. Ya vamos viendo que en ese sentido es idéntica a la ansiedad.

Pueden tener escenarios antes, durante y después del apocalipsis, provocado de manera interna por fenómenos naturales o sociales o de manera externa a través de la irrupción del espacio en la cotidianeidad, ya sea en forma de seres de otros mundos o de objetos llegados de este. Bajo estas condiciones lo más interesante no es imaginar de que tortuosa manera vamos a extinguirnos si no como reaccionaremos en lo individual y grupal ante este escenario. Lo mismo sucede en los cuadros ansiosos puede que estemos anticipándonos al problema, viviéndolo o saliendo de él, la cuestión es pensar siempre en el peor resultado.

Y el peor resultado no es el conflicto, la desaparición o la enfermedad en sí, esos son hechos concretos y como tal son un alivio, si no la forma en la que llegamos a éstos o peor aún los mecanismos que tomamos o toman por nosotros para evitarlos. El rey de estos mecanismos tanto en la distopía como en la ansiedad es el control absoluto y ese mantiene a un sistema o a una persona funcionando pero no deja vivir, pues los despojan de la libertad a través de la vigilancia y el terror ejercidos por diversos medios como las instituciones, la tecnología y la mentira. Estoy segura que la verdadera enfermedad de nuestros tiempos es la ansiedad y no estamos lo suficientemente ocupados en encontrar la cura.