Histomagia

El Funicular

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Guanajuato tiene una vista panorámica espectacular, de hecho, tiene una calle que pasa por arriba de todos los cerros que la rodean para poder ver lo esplendoroso de la difusa distribución del caserío desde la falda de los cerros hasta la parte más alta que resguarda la belleza de esta ciudad mágica, así que para que los turistas puedan apreciar más esta belleza arquitectónica, las autoridades han tenido a bien poner un funicular que va desde atrás del Teatro Juárez hasta los pies del Pípila, logrando así que propios y extraños se maravillen al contemplar la ciudad en todo su esplendor, eso sí, esta ciudad tiene vida propia y no faltó mucho tiempo para que los espíritus y fantasmas se apropiaran del nuevo aparato, pues cuentan que ahí, en el funicular, se han visto y han pasado cosas inexplicables.

Me cuenta un amigo mío que generalmente al menos dos veces por semana usaba como medio de transporte el funicular para llegar a su hogar que se ubica por la casa del Tercer Mundo, hasta allá arriba, que una noche tomó el último viaje. Al entrar al área de la cajera, le extrañó que la chica que siempre le vendía el boleto, no estaba, esta vez era una señora con cara seria, pálida, casi cadavérica quien le extendió el boleto con una mano en iguales condiciones, él tomó el ticket y de inmediato se fue al área de carga, esperaba que en cualquier momento llegara alguien para no hacer el viaje solo, pero no, nadie llegó. El funicular bajó, y la sala se llenó de la algarabía de jóvenes turistas que apenas comenzaban a disfrutar de su noche en la ciudad, llenos de souvenirs que daban fe de haber venido a esta mágica ciudad, se alejaron en tropel, dejando atrás a mi amigo, quien, por un momento, dejó de pensar en lo extraño que había sido el comenzar este viaje. Subió al funicular vacío, y aún en su interior, con un atisbo de miedo, deseó que llegara alguien a acompañarlo, la portezuela de esa máquina se cerró, y lentamente comenzó a subir. El chirrido del metal acompañó su inicio pues en un momento el silencio se apoderó del lugar. Él trató de obviar su soledad contemplando las luces que tintineaban a lo lejos en los cerros, observó el edificio central de la Universidad de Guanajuato, las torres del Templo de la Compañía, de la Basílica, y en eso estaba cuando de repente el funicular paró, la luz se apagó, y el silencio total lo envolvió. Mi amigo se quedó frío, eso sí, la belleza de la ciudad era indescriptible pues sin esa luz, ella brillaba a su máximo esplendor, maravillado por esa panorámica, unos pequeños toquidos en el vidrio del funicular lo hizo salir de su embeleso, y tomar conciencia de que estaba solo en medio de la nada, a oscuras, pensó que su mente le jugaba una broma, y fue entonces que pensó salir de esa máquina, quiso acercarse a la puerta, pero unos toquidos más sonoros lo hicieron detenerse, asustado se echó hacia atrás, recargándose en el lado opuesto, y en ese momento, tocaron el vidrio a sus espaldas, del miedo saltó y se quedó a mitad del funicular, entonces fue que la luz llegó intermitente y pudo ver cómo unas pequeñas manitas tocaban los vidrios ahora ya con desesperación como queriendo entrar con él y hacerle compañía en ese viaje. Sus deseos de no ir solo se le cumplieron, pero sí, no era ese tipo de compañía a la que él se refería. La luz llegó de golpe y así mismo pararon los toquidos. El funicular arrancó y rápido llegó a los pies del Pípila donde la vida seguía como siempre: los comerciantes cerraban sus puestos de vendimia, dos jóvenes enfiestados esperando bajar a la ciudad, la señora de la taquilla ya cerrando para alcanzar el funicular de vuelta… La puerta se abrió, él bajó pálido, sin entender qué había pasado. Sin saber por qué, esperó a que los pasajeros subieran a esa máquina que lo había atrapado por segundos que se le hicieron eternos. El teleférico cerró las puertas y comenzó su descenso. Ya más tranquilo incluso se atrevió a decir adiós con la mano en señal de despedida de esa horrible experiencia, y entonces los vio: un montón de niñitos iban colgados afuera del funicular, sus caras eran horribles, grises que evidenciaban carne putrefacta, con cuencas oscuras por ojos, sus bocas tenían una mueca de que intentaban sonreír, y sus manitas, esas manitas que lo habían hecho sufrir le contestaron el saludo, diciéndole adiós. Con la mano en alto, aún en el adiós, mi amigo, juró que nunca volvería a subirse a esa máquina infernal que siempre lleva a alguien, vaya con gente o solo, a conocer esta hermosa ciudad. ¿Quieres venir al funicular? Ven, lee y anda Guanajuato.