Histomagia

El tercer piso

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Vivir como estudiante en Guanajuato, es siempre una experiencia inolvidable, ya sea por el éxito en tus estudios, los amigos que haces, o las casas en las que viviste. La ciudad tiene casas que invitan a estar a quedarse, otras casas te invitan a que te vayas, a que no regreses, a que te salgas lo más pronto posible de ahí, esta historia es sobre esta última opción.

Me cuenta mi sobrina Xami, que cuando vivía en una casa del centro, ahí a un lado del Templo de San José, en el tercer piso, se dio cuenta de que las energías que conviven con los vivos son energías muy extrañas. Duró viviendo ahí casi cinco años, durante ese tiempo, vio desde personas que transitaban por los pasillos, hasta alguno que otro niño por ahí que le quería quitar el sueño e incluso alguien la tomaba por los tobillos en su transitar por los pasillos, como queriendo derribarla, sobre todo por las noches.

Xami me dice que lo que también sucedía es que se le perdían cosas, las cambiaban de lugar o simplemente las tiraban al suelo. Esto lo vivió una tarde en que estaba coloreando unos de sus dibujos y su hermana Itza estaba aseando la casa. Me narra que sus los colores que estaba usando para pintar sus dibujos eran los que más le gustaban, coloreaba absorta en cada trazo y línea, que al punto satisfecha de su obra y ya por terminarla, decidió salir al baño, al regresar a su escritorio observó que el dibujo que estaba coloreando, tenía una parte coloreada con otro color, pero era un color muy peculiar, diferente a todos los que tenía en su mesa, los trazos eran largos, fuertes, como si alguien estuviera molesto, con ese color que a aún hoy no lo ha vuelto a ver. Al ver tal situación , de inmediato supuso que su hermana le quería hacer enojar, y sí, molesta le reclamó a diciéndole que por qué había estropeado su dibujo, Itza le dijo que no, que ella estuvo todo ese tiempo limpiando el piso de su recámara. Xami le mostró el dibujo, le preguntó si había visto o escuchado algo, su hermana le dijo que no, que en verdad no había sido testigo de nada, ambas se quedaron frías y muertas de miedo, tanto que decidieron, ya solo estar en la recámara esperando a que llegara su mamá para contarle, pues la noche estaba cayendo, voltearon a su alrededor, y el cántico de los grillos evidenciaban que la noche había llegado. Desde ese día, les comenzaron a suceder cosas extrañas en esa casa: se movían objetos, pero sólo las de ellas dos, sus mochilas, sus ropas, de hecho, una de esas veces, su suéter de la escuela desapareció, así como un tablero colección de pinceles que Itza había dejado en ese escritorio. Tiempo después, decidieron cambiarse de esa casa, que a la fecha alberga estudiantes, y pareciera que la casa los espera ansiosa de tomar las cosas que sus inquilinos no vivos o sus duendes necesitan.

A la fecha, no saben a ciencia cierta qué o quién se llevó esas cosas y les hacían esas travesuras, pero lo que sí es verdad, es que ellas, ahí vivieron infinidad de cosas paranormales que no se explican. Los que saben dicen que cuando hay duendes, ellos reclaman cosas como las que les tomaron para poder vivir en paz cerca de ellas, es una forma de cuidarlas y manifestarse, tomando a cambio objetos que son de su agrado. ¿Quieres conocer la casa de San José? Ven, lee y anda Guanajuato.