El Laberinto

El metro

Compartir

Lo ocurrido recientemente con el metro me rompió el corazón, no porque conociera a ningún afectado o porque hubiese cortado mi movilidad, sino primeramente por empatía, pues sé lo que se siente necesitarlo y usarlo; segundo porque es un foco rojo de que algo está tremendamente mal y no es sólo el mantenimiento y, por último, porque es una red que nos beneficia, de manera directa o indirecta, a todos los que habitamos este monstruo al que llamamos ciudad.

Aún recuerdo, y no soy tan vieja, cuando el metro era mi lugar seguro, ese que podía usar sola desde los doce años, donde estabas lejos del tráfico, de los maleantes y con una casi nula posibilidad  de accidentarse (el último percance fuerte que recordábamos había sido en 1975).  

Una ciudad enorme y centralizada, donde la oferta laboral y educativa se concentra en pocos sitios y las personas estamos obligadas a vivir donde nos alcance y desplazarnos a donde necesitamos, requiere de una poderosa red de transporte público que pueda manejar el enorme flujo de personas que diariamente la atraviesan.  Un trayecto normal, para la mayoría de los viajeros, implica por lo menos una hora, en la que si tienes suerte ocuparás un asiento donde dormir, comer, leer, ver el teléfono o maquillarte, aunque muchas veces tan solo te toca viajar hacinado y de pie.

De entre todas las posibilidades de transporte, en una ciudad insegura y sobrepoblada en la que los camiones son, en su mayoría,  armatostes horrorosos, sucios, manejados por adolescentes o borrachos indolentes que escuchan música a todo volumen, que corren a toda velocidad o que permanecen estáticos para que se acumule el “pasaje”, esos que se desvían de su ruta y donde bien puedes terminar asaltado o accidentado, tener un metro cerca y no necesitar ocuparlos es un privilegio que brinda calidad de vida al ahorrar tiempo.

Ahora bien, pensemos, el metro es la arteria de la ciudades que requieren que la fuerza de trabajo, activa o en formación, llegue al lugar adecuado y si fuese lo suficientemente seguro o eficiente, sería ocupado por la mayoría pues es ecológico y veloz (cuando funciona bien) una ciudad que tiene respeto por las mayorías, tendría que tenerlo entre sus prioridades.

Alarma lo que sucedió, no sólo por la obvia lectura que grita corrupción, sino porque demuestra lo poco que valen para quienes están al mando nuestra dignidad, nuestra seguridad y sobre todo nuestra vida.