El Hilo de Ariadna

Barrio de Rocha

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(Segundo artículo de la serie)

Cuando los habitantes de Guanajuato abandonan el centro, rumbo al sur, los creyentes católicos, al pasar ante el último núcleo de viviendas —encaramado en una colina— , instintivamente se persignan, encomendándose a la divinidad en el viaje que recién han emprendido. La razón es que, al pie de esas casas, existe una capilla con imágenes de la Virgen, San Judas Tadeo y San Martín de Porres.

Desde ese pequeño templo (propiedad federal, advierte un letrero), arranca lo que podría considerarse el primer callejón del viejo casco urbano, con el cual iniciaremos el recorrido anunciado semanas atrás, a través del laberinto guanajuatense, en varias etapas.

La zona se denomina Barrio de Rocha y es parte de lo que fue la extensa hacienda del mismo nombre, que abarcaba el espacio donde actualmente se ubica un hotel, una presa y la calle que asciende al conjunto habitacional Noria Alta. Según muestran fotos antiguas, en esa área hubo también un coso taurino.

Pero lo que importa son los callejones. Barrio de Rocha tiene apenas tres: el principal, ancho al principio, angosto después, sube por un costado del cerro y de inmediato muestra una imagen omnipresente, la Virgen de Guadalupe, por partida doble: una pintada y otra «de bulto», protegidas por un enrejado y adornadas con floridas macetas.

Desde ahí, al voltear atrás se verá una imagen poco usual de la entrada a Cuévano. Al reanudar el camino, el callejón asciende, desciende y culebrea hasta desembocar en un corredor, bordeado por un lado de coloridas viviendas y por el otro de una barda que pone al caminante a salvo de caer a una barranca. Desde ahí, hay otra vista espectacular, ahora hacia la zona de Pozuelos.

El disfrute visual no termina ahí. Al final, el pasaje se vuelve sendero que se pierde entre la maleza y la cañada de un arroyo, regalándonos el espectáculo de un antiguo acueducto, que supongo partía de la cercana Noria Alta para llevar agua a la hacienda.

Un cisne encantado y mascotas desconfiadas

Hay que volver a la calle principal para visitar, más adelante, los otros dos callejones. El primero pasa por un portal bajo el cual un cisne, convertido en maceta, vigila el paso de cualquier intruso. Desde ahí, un ramal avanza a una privada y el otro hacia una escalonada cuesta que termina en agreste monte.

El último callejón de la zona es recto y corto. Sube y nos deja en un coto cerrado, donde gatos y perros asoman curiosos, atentos a todo movimiento que rompa su rutina, sin alejarse mucho de su guarida. A un lado, una explanada con un columpio donde al parecer hace ya rato que dejaron de escucharse risas infantiles; al otro, una colección de redondas lavadoras que incluyen, como no, un clásico lavadero.

Complemento el breve recorrido con un vistazo en la penumbra al ancho túnel de desagüe que desemboca bajo el enorme estacionamiento cercano, que iniciaba originalmente en Dos Ríos para desviar las aguas que descienden de Cata y San Javier, evitando así las catastróficas inundaciones que sufrió la ciudad hasta principios de los años 1970.

Es apenas el primer atisbo al dédalo de callejuelas guanajuatenses que visitaremos en próximas entregas.