Histomagia

Deuda

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Cuando alguien muere, siempre pensamos que ya jamás lo volveremos a ver, eso nos dice la ley de la naturaleza, e incluso hay dichos populares que nos dan cuenta de: “el muerto al pozo y el vivo al gozo” o “cuando te toca ni aunque te quites”, siempre basados en lo que desde antaño y por generaciones hemos aprendido de nuestra cultura en la que rendimos culto a la muerte, a nuestros muertos.

Aquí Guanajuato es famoso por el Museo de las Momias que presenta en exhibición a personas muertas, cuerpos deshidratados que nos narran lo que pasó después de sus muertes en sus tumbas; vemos desde pequeñitos cuerpos de bebés hasta mujeres y hombres que nos indican el final del estar vivos, algunos presentan rictus de horror, la mayoría, en sus rostros, dan fe de lo que posiblemente vieron, ya muertos, pero eso sí, pocos rostros muestran paz. Lo que me hace pensar en porqué en los ritos de entierros se insiste en que el ya difunto “descanse en paz”, como que esa insistencia tal vez sea porque en realidad los espíritus de esas personas siguen vagando, deambulando en nuestro mundo pensando que siguen vivos, o quizá no quieren irse nunca de aquí.

Me cuenta mi amigo Miguel que hace poco él sufrió la muerte se su primo quien murió en un accidente automovilístico; cuenta que su muerte fue muy triste pues su primo no andaba bebido, pero no pudo ver bien por la noche y volcó el carro en el que iba, con un resultado fatal. El asunto aquí es que Miguel quedó a deberle un pago sustancioso de una camioneta, y pues en ese momento no tenía suficiente liquidez para darle lo que restaba a la familia de su primo, por lo que pensó que su familia lo esperaría con dicha deuda, pero no fue así, el hermano de su primo, comenzó a insistirle con que diera el pago final o le regresara la camioneta, para ya quedar a mano. Miguel le dijo que por ahora no podría cubrir esa deuda que lo esperara un poco.

Una noche, ya desesperado de tantas llamadas de cobranza, dando vueltas y vueltas en su cama, decidió levantarse sin despertar a su esposa, y salir a la calle a ver la noche pasar, buscando así un poco de paz, cuando de repente sintió que alguien se sentaba a su lado, pensó que era ella, su esposa, pero no, sorprendido vio que quien estaba a su lado era su primo el que había fallecido en el accidente. Al verlo, Miguel, en vez de levantarse y huir por el miedo que le dio, se puso a llorar, su primo le preguntó que qué tenía, Miguel ya más calmado le contó de la situación de insistencia en el cobro que su otro primo le hacía por la camioneta. El muerto le dijo que no se preocupara que la camioneta ya era de él, que no le diera nada de dinero, que le pidiera ya la factura para que no hubiera problema, y le insistió: “y le dices que yo estoy muerto por su culpa, él no quiso ir por mí al bar en que estábamos, me tocó manejar con un montón de locos que no me dejaron llegar a la casa, si él hubiera ido por mí, yo seguiría vivo”. Miguel no dando crédito a lo que oía, volteó a ver a su primo muerto, pero él ya no estaba.

A la semana siguiente, Miguel recibió la visita inesperada de su primo vivo, quien ojeroso, y pálido le entregó la factura de la camioneta y le suplicó: “Por favor, ya dile que me deje en paz, que ya no me siga, que no se me aparezca, por piedad, reconozco mi error, por favor…” Miguel le preguntó que a quién le dijera tal cosa, él le contestó: “Pues a mi hermano, dile que ya descanse en paz, ten y déjenme ya en paz”. Apresurado salió de ahí, Miguel, sólo agradeció en voz alta a su difunto primo, quien -dice mi amigo- se le sigue apareciendo como si nada. Me dice que a veces incluso viene a contemplar la calle, los árboles, los niños jugando, él anda aquí como si estuviera vivo. Dicen los que saben que tal vez amaba tanto la vida que no disfruta de su nuevo estado muerto, él quiere sentir lo que ya no sentirá jamás, pero eso sí, la añoranza de la vida muchos, aunque estemos vivos, la sentimos, pero eso a veces, solo a veces entiendo lo que es estar muerto. Ven, lee y anda Guanajuato.