El Laberinto

Gozar las calles

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Hace como veinte años visité el cine de un alto edificio (WTC) y recuerdo que para mis quince años la experiencia fue tremendamente decepcionante, no tanto por la película, (bastante mala hasta para una adolescente) dónde se la pasaban cayendo por pendientes y salvándose de último momento, como por el hecho de que para mi apretado presupuesto, compuesto de domingos de veinte pesos, no existía una miserable banca para esperar mi función que no me costara aunque sea lo de capuchino.

Ese mismo malestar me ha molestado toda la vida, ver esas ciudades con traslados que  son pura carretera y cuyos lugares públicos son horrendas plazas comerciales, cuando camino por Polanco y veo las banquetas invadidas por las terrazas de los restaurantes, que además tienen el descaro de poner cercas, cuando pasé por la terminal de autobuses de Morelia y solo había asientos en la calle o en los cafés, al mirar colonias enteras sin parques, sin un mínimo corredor libre de construcciones.

Pero si ya es feo aquello del encarecimiento de la vida, peor es el intento de “limpieza social” que incluye el paquete, ya que conlleva la represión, el desplazamiento e incluso la prohibición de actividades lúdicas o económicas, si estas son anti hegemónicas, es decir está bien hacer un masivo en el zócalo, pero está mal bailar en Santa María la Rivera, esta bien usar las banquetas para un establecimiento, pero mal para un ambulante.

Me imagino, o me atrevo a suponer después del caos que armó con su campaña política para ser Sheriff en el condado de Pitkin , que el escritor Hunter S. Thompson (1967-2005) se sentía igual de molesto al ver que su congelado y aislado rancho ubicado en un condado con menos de tres mil habitantes se llenaba de turistas, volcando toda su actividad económica a ello, persiguiendo a los jóvenes hippies y acorralando a los residentes.

Entre sus promesas de campaña se encontraban destruir el asfalto con martillos neumáticos para sembrar pasto en ellos, cambiar el nombre de Aspen por Fat city para ahuyentar la inversión, aunque esto no creo que funcionara en CDMX que de por sí ya tiene y tuvo un feo nombre; quitarle las armas a la policía y “hostigar salvajemente” a los especuladores inmobiliarios. Así de disparatado cómo suena, perdió por muy pocos votos y creo que cualquier persona que aprecia el espacio público más allá de las ganancias de especuladores diría que si no es viable, por lo menos tiene mucho sentido.

Tal vez las soluciones no pueden ser tan radicales, viviendo donde una extendida idea sobre el  éxito consiste en separarse del resto: más metros cuadrados en perímetros cerrados, transporte personal, diversión pagada, escuela privada y un largo etcétera y no los culpo, parece tentador hasta que sientes la conexión de vivir la ciudad con los otros, no por subsistencia, como moverse o trabajar, si no por necesidad de compartir y disfrutar, tal vez sólo basta con ocupar las calles.