El Laberinto

A modo

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Al abrir el paquete cuidadosamente envuelto y decorado, sumando la cara de emoción de quien me lo estaba tendiendo, parecía el regalo navideño perfecto: la taza ideal, no podía esperar para ponerla en circulación… la utilicé con altas expectativas y, después de un par de ocasiones, pude constatar una triste realidad: el café se enfriaba mucho antes de que yo pudiera terminarlo (¡vaya drama del primer mundo! estarán pensando) decidí guardarla y esperar a que la primavera hiciera su parte en la cuestión de la conservación del calor.

Retomé mi recipiente de toda la vida, que de ser más maleable seguro tendría la forma de mis dedos marcada en su oreja de tanto que lo he usado, y por algunos meses me olvidé del asunto.

Pero cuando ya el sol nos acariciaba con sus cancerígenos rayos y los suéteres llevaban un periodo de vacaciones considerable, decidí regresar al tema de utilizar la taza, por que no soy partidaria de tener lo bonito guardado mientras para el diario nos conformamos con lo común, no le presté tanta atención al periodo de prueba, pues sé que todo conlleva un ajuste, hasta que las cosas se hicieron insostenibles.

Podía soportar que la imagen que la decoraba me quedara de frente al beberle, lo cual me hace pensar que tal vez está diseñada para zurdos, podía soportar que me costara tanto sujetarla como ni siquiera sabía yo que suelo hacerlo  e incluso que el peso me resultara extraño cuando le daba un sorbo mientras estaba distraída en  otra cosa, pero todo tiene un límite y debido a las proporciones diferentes y a lo automatizado que tengo el proceso de prepararme un café, ya que lo he hecho muchas veces al día durante años, no lograba que me quedara con el sabor que me agrada, siempre le faltaba o sobraba algo y eso si era imperdonable, incluso para su belleza y mi terquedad.

Se ve bastante banal escribir un laberinto tan ergonómico con la que, para variar, está cayendo en el país o en el mundo, lo cierto es que esto se trata de todo menos de tazas y de café, aunque los cuatro párrafos anteriores me contradigan, así que empecemos con la moraleja. La lección de todo esto es que no importan las intenciones o lo hermoso de lo que se nos está ofreciendo, la mayoría de las veces los únicos que sabemos que es bueno para nosotros, y esto ya teniendo muchísima suerte, somos nosotros mismos (ya se que a veces se siente terrible pensar que el propio bienestar depende de alguien tan irresponsable), un cambio desatinado y la incomodidad que nos puede provocar nos puede retratar mejor que cualquier horóscopo si es que aprendemos que, por lo menos en la esfera íntima, no tenemos porqué sufrir incomodidades mucho menos para complacer a los demás y que lo que nos queda a modo, no solo en objetos si no en vínculos, en lugares o en situaciones depende de muchos factores, conscientes o inconscientes, visibles o invisibles vamos tras lo que nos haga felices, aunque nos pongan tazas bonitas de camino.