El Laberinto

Aire acondicionado

Compartir

Estoy escribiendo esto en algún punto de la carretera entre Mapastepec y Pijijiapan en el sureste mexicano, cerca de la frontera, selvático y paralelo a la costa en donde  a  pesar de ser las diez de la mañana ya alcanzamos los 32 grados centígrados, brilla el sol con intensidad y todo fosforece en esos tonos  verdes  solo posibles cuando el agua abunda o el hombre aún no depreda…tanto.Y a pesar de todo esto, estoy abrigada como si fuese un diciembre citadino, no por que tenga fiebre (spoiler, me va a dar pronto por lo brusco de los cambios), sino por el aire acondicionado, que convierte este autobús en un refrigerador con llantas.

Se que fue inventado para nuestra comodidad, para no sentirse pegajoso ni sudar en reposo, que hacer un turno laboral con esa humedad que se te pega en la piel debe ser una tortuosa tarea que tornaría irritable a cualquiera, pero aquí no existen puntos medios, en interiores privilegiados o comerciales, porque además es muy costoso,  todo se mantiene a una temperatura que mantiene una cerveza bebible durante doce horas (comprobado) y que hace escurrir los vidrios de los establecimientos de pura condensación.

Tal vez me estoy aprovechando de esto para quejarme de algo que me parece tan absurdo como irreal y es que me cuesta entender que prefieran someterse a ese frío artificial y contaminante y a ese aire viciado antes de sentir la realidad, por más abrasadora que sea, será que no alcanzan a climatizar las calles, las fondas, las viviendas pobres o será que simplemente consideran que quienes se encuentran afuera de esta burbuja térmica, deben pagar por entrar o “sufrir” por no poder hacerlo, por que no vale la pena en hacer más llevadera la vida para todos, basta con poner un “oasis” excluyente por el cual ponerlos a pelear a todos.

¿Por qué sentir y mirar lo que nos está rodeando debería ser una obligación casi moral y una experiencia de vida? y sin embargo, se niegan de tal manera a experimentarlo que terminan necesitando otras cosas para poder mantener este supuesto confort, que se nos va de las manos por que además nos torna profundamente antipáticos.

Para variar, no estamos hablando de algo tan superficial como el clima, ese tema que se utiliza para entablar conversaciones neutrales y vacías con personas con las que tal vez no tendríamos por qué estar comunicándonos, sino justo de buscar la uniformidad y enmascarar el exterior, tapar las ventanas, alejarse de lo feo construyendo a las afueras, en lugar de transformarlo, y pagar un treinta por ciento más para moverte de una pecera climatizada a otra en un auto también climatizado para terminar negando la existencia del calor para todos por que “yo siempre me siento fresco”.

Afortunadamente, mi autobús era de bajo costo y lo helado no duró las siete horas de viaje, si acaso las dos primeras para que todos aceptaran abordarlo y no tuviese el calor acumulado y después de ello la realidad exterior concordaba con la sensación al interior del vehículo haciendo que al bajar a la calle no se sintiera tan duro el choque, ahí tenemos una solución conciliadora, ese punto medio que no existía en las construcciones se impone, obviamente por cuestiones de presupuesto que casi nadie renuncia al privilegio por gusto, para hacer que los extremos se comuniquen, que tal vez se entiendan.