El Laberinto

Estómago de postre

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Es una escena común: se ha comido hasta sentir que los hilos de los botones que mantienen nuestro pudor intacto no van a poder soportar mucho más y que probablemente la pequeña pieza de plástico saldrá disparada para impactarse contra el globo ocular  de aquel curioso que estaba observando el emerger  del alegre pliegue abdominal.

Y entonces, mientras en la mesa alguien se alegra de no haber recibido  el golpe, aún a costa de perderse el show, y otro alguien promete hacia sus adentros que no volverá a comer hasta dejar atrás la forma de boa come elefantes (perdóname “Principito” por meterte en esto), llega el mesero y ofrece la cereza del pastel o el pastel de la cereza o cualquier otro postre apetecible y no sabemos de donde, pero regresan las ganas de comer, más no el hambre y le ponemos otro gramo al ataúd de la vida “fit”.

A este fenómeno fisiológico le solemos llamar “el estómago de postre” la pequeña cantidad de espacio que nuestro organismo tiene destinado exclusivamente para el mero deleite (esta definición hace que se me ocurran otras zonas corporales diseñadas para ese fin con resultados más interesantes, pero esto no es un texto erótico) y estaba pensando que si no queremos que nuestra existencia se convierta en una rutina del cumplimiento de nuestras obligaciones, en un aburrido despropósito, deberiamos tener equivalentes a este apetito en aquello de vivir.

Ya trabajamos ocho horas, limpiamos nuestra casa otras dos y parecería que tan solo nos queda ímpetus suficientes para ponernos la pijama y arrastrarnos derrotados a la cama a intentar recargar nuestra batería gastada de celular viejo algunas horas, para despertar y repetir la misión, lo último en lo que solemos pensar en es hacer algo más y curiosamente esas horas que nos quedan son las que tenemos para hacer todo aquello que podría aportarnos algo más de  felicidad e individualidad.

Y es que, como en el momento en el que vemos el pastelito, tal vez sólo necesitamos ese empujón de ya estar ahí, en esa fiesta, viendo la peli, armando un rompecabezas o caminando rumbo a esa deliciosa hamburguesa que nos queríamos cenar, para darnos cuenta de que ahí estaba la “energía del postre” aunque unos pocos minutos antes nos parecería aberrante la sola idea de hacer algo más. Tan sólo se trata de variedad y de voluntad, les deseo que nunca pierdan el apetito