Pop Art: ¿Resemantización del arte o sobrevaloración de los objetos?

Compartir

Yunuen Alvarado Rodríguez

El mismo objeto al que, en nuestra moderna civilización no cesamos de personalizar, incorporándolo a nuestro mundo individual, el objeto, para el pop art, no es sino el resultado de una resta: todo lo que queda de una lata de conserva, cuando mentalmente, ya la hemos amputado de todos sus temas y de todos sus usos posibles.

Roland Barthes

Desde mucho tiempo atrás se habla sobre arte: el arte como manifestación del espíritu, el arte como recreación, el arte como transgresión, el arte como algo inútil, etc. Pero independientemente de estos intentos definicionales, a lo que nos enfrentamos como espectadores de ese fenómeno que llamamos arte, es a una imposibilidad de capturar con precisión y/o exactitud en qué consiste este concepto como tal.

La palabra arte es actualmente tan amplia y ambigua que no representa ninguna seguridad calificar algún objeto con la cualidad de artístico, pues su referencialidad, sobre todo a partir del siglo XX con la llegada de las vanguardias, es bastante dudosa y problemática.

El surgimiento del espíritu crítico, revolucionario e innovador de las vanguardias trae consigo el intento de oponerse al arte como mera imitación, de renegar sobre su institucionalidad y reformar técnicas y conceptos que se achacaban como supuestos de todo movimiento artístico.

Lo cierto es que si bien rompieron con un canon de imitación (el de imitar a la naturaleza) e innovaron en las técnicas, dieron pie a otro tipo de imitación, la imitación mediatizada por la perspectiva del ojo humano, llena de impresiones, que poco a poco dio paso a la imitación de lo trivial, de lo cotidiano.

Manifestaciones como el futurismo basaban la elaboración de sus obras de arte en la representación del progreso tecnológico y todas sus implicaciones como la contaminación, el ruido, el movimiento, etc. El constructivismo, movimiento más bien escultórico, utilizó materiales industriales para la elaboración de objetos artísticos, que fueron exhibidos en galerías con toda una finalidad estética.

Pero ¿qué pasa a mediados del siglo XX con la aparición del pop art? Este estilo artístico exacerba la representación de la cotidianidad de la vida, no sólo la representa, la imita. Casi puede decirse que sin ninguna mediación de la visión del artista, los objetos que en el momento forman parte de una sociedad quedan puestos como imágenes artísticas, dando al espectador una dosis más de lo que ya tiene a bien utilizar, experimentar y consumir en la vida diaria.

No es casualidad que el boom de este movimiento se dé en los Estados Unidos de Norteamérica, una sociedad consumista en todo su esplendor; situación por la cual es bastante vulnerable a comprar sin cuestionar.

Jaques Aumont, en su texto La estética hoy, señala que actualmente, más que el reconocimiento de La Academia de las Bellas Artes, es tarea del crítico y del mercado denominar algo como arte. Y al respecto comenta: “el oficio de la crítica es la institución que menos ha cambiado en dos siglos. Hoy en día, lo mismo que antaño, se funda en idéntica contradicción entre la expresión personal a veces exacerbada, y el interés de estrategias de grupo y de clientela: el crítico ordinario no es otra cosa que un engranaje de una maquinaria conformista cada vez más estrechamente sometida a las leyes del mercado” (p. 116).

Si tomamos ese hecho como referencia, tiene sentido la cuestión con respecto a que si el crítico es quien define el arte y éste termina por someterse a la demanda del mercado, la única opción que le queda a un artista ante tal circunstancia es “darle al cliente lo que pida”.

Por tanto, lo que puede verse con más frecuencia en el pop art americano es la reproducción de imágenes publicitarias por medio de técnicas de impresión industrial, objetos comunes puestos en lugares comunes y teniendo como técnica la pintura acrílica o el collage, que normalmente incluye objetos reales como parte de la representación pictórica.

En este punto, es bastante cuestionable el mérito de los artistas pop, pues si tomamos en cuenta que sólo reproducen la realidad y esa realidad ya es un producto artificial, creado, aceptado y vendido, ¿tiene algún sentido tomarla para revenderla?, pues el pop art bien puede comprarse en un supermercado o en una galería.

¿Será posible que con sólo tomar objetos cotidianos y cambiarlos de lugar, hacerlos inutilizables para sus funciones primeras, descontextualizarlos, etc., se estén convirtiendo en objetos artísticos? O ¿es más bien que el movimiento artístico del siglo XX se adaptó por su propia necesidad a una sociedad cuyas necesidades creadas iban a hacer más fácil la promoción y aceptación de sus obras de arte en el mercado?

Esta última opción es más probable, pues la mercadotecnia ya había hecho lo suyo para colocar y hacer un éxito la venta de estos objetos que los artistas toman como tema de sus obras. Por supuesto que la imagen publicitaria y los diseños específicos que hacen a los objetos de uso común más atractivos a la vista del consumidor, están repletos de creatividad y significación, sin embargo no pueden desde su estatus de objetos útiles, ser objetos artísticos, por la simple razón de que en la vida cotidiana están determinados a cumplir una función. “Comúnmente definimos el objeto como ‘una cosa que sirve para alguna cosa’. El objeto es por consiguiente, a primera vista, absorbido en una finalidad de uso, lo que se llama una función. Y por ello mismo existe, espontáneamente sentida por nosotros, una especie de transitividad del objeto: el objeto sirve al hombre para actuar sobre el mundo, para modificar el mundo, para estar en el mundo de una manera activa; el objeto es una especie de mediador entre la acción y el hombre.” (La aventura semiológica, p. 247)

Roland Barthes menciona en la cita anterior “una manera activa” en la que el objeto está en el mundo, sin embargo esta “actividad” está sujeta a lo que el hombre le designe, a la mediación que ejerce entre la actividad del hombre y la función que el objeto realiza.

Por tanto, en el pop art los objetos al separarse de la función que les otorga el hombre en su rutina cotidiana tienen dos opciones de transformación, o se vuelven completamente activos y generadores o se inutilizan por completo y su existencia carece de sentido.

El tipo de contemplación que el pop art nos ofrece a los espectadores es el mismo que nos ofrece un anaquel de tienda de autoservicio, un anuncio espectacular, un comercial al interior de un periódico o revista, etc. Que por muy creativa y elaborada que sea su técnica está subordinada a un solo fin: vender.

Aun con esto, las creaciones de los artistas más sobresalientes del pop art americano parecen ser parte de diversas campañas publicitarias y quizá, en algún momento de nuestra historia, hayan funcionado como tales; aparentemente sin tener ese destino.

Es difícil, desde un punto de vista tan mediatizado por una cantidad inmensa de imágenes, caso que no atañe a todos los espectadores contemporáneos, incluir al pop art como arte simplemente, desprendido de la publicidad y su función principal; pero no podemos tampoco cegarnos a su denominación de arte, pues está reconocida como tal, por su simple atrevimiento de hacer que el espectador observe de frente lo que lo rodea, que lo tenga presente hasta en los momentos que se supone son para su recreación.

Lo curioso y destacable del asunto, es que a pesar de no tener una elaboración complicada, ni tampoco muy creativa (hecho evidente a los ojos de cualquiera), haya logrado posicionarse a un nivel tan alto en el mercado, pues hoy, en subastas, muchas personas pelean la posesión de estas obras, con millones de dólares de por medio. Hecho que también se interpone entre una marca comercial y una campaña publicitaria.

Sin embargo aunque su éxito resida en el consumo, en la visión de comercial que los artistas hayan o no tenido respecto a la proyección de sus obras y en el único motor de éste: el mercado, no puede decirse que este fenómeno sea exclusivo del pop art. Por lo que su aceptación en el público tanto de ésta como de muchos otros estilos y manifestaciones artísticas, reside finalmente en el gusto individual y el condicionamiento sociocultural que lo define.

Bibliografía:

Aumont, Jaques, La estética hoy, Cátedra, Madrid, 2001.

Barthes, Roland, La aventura semiológica, Paidós Comunicación, México, 1986.

—, Lo obvio y lo obtuso, Paidós Comunicación, México, 1986.

Gispert, Carlos (director), El Mundo del arte, Océano, Barcelona, 2000.

Mattelart, Armand, La cultura como empresa multinacional, México, 1983.

Fotografías

Andy Warhol (izquierda) y Tennessee Williams (derecha). World Journal Tribune. Foto de James Kavallines (1967). Library of Congress Prints and Photographs Division Washington, D.C. 20540 USA. // Prima Factory di Andy Warhol a New York al n. 1342 della Lexington Avenue. Febbraio 2007. Fotografia di Giuseppe Mastromatteo // Las dos fueron tomadas de: http://commons.wikimedia.org.