Un Cronopio

El pensamiento de Pico della Mirandola

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Breve introducción

Pico della Mirandola (Foto: Especial)

Sin lugar a dudas, el Renacimiento fue una etapa de auge para el espíritu humano y para el desarrollo de la ciencia. Los cambios hacia una nueva visión del mundo se hacían palpables a través de la pintura, la ciencia, la filosofía, la literatura, etc. pues era importante abrir nuevos panoramas que lograran el cambio y no se estaba dando una ruptura total con el pensamiento cristiano, antes bien se optaba por nuevas interpretaciones de los textos antiguos.

Para hablar de un hombre se hace difícil la tarea cuando éste no lleva una vida conforme a su pensamiento, sin embargo el personaje que aquí entra a juego no es por supuesto el caso.

Pico della Mirandola nació el 24 de febrero de 1463 en Mirandola, cerca de Módena (Italia). Deseando su madre que realizase la carrera eclesiástica, cursó Derecho Canónico en Bolonia entre los años 1477 y 1479. Terriblemente inquieto, siguió al año siguiente estudios de Filosofía en Ferrara y, entre 1480 y 1486 se dedicó enteramente, en Padua y en París, al estudio de la filosofía y la literatura, elaborando las bases de un amplio programa filosófico y teológico del que saldrían las Conclusiones, cuyo texto definitivo redactaría en 1486. Fue en esta época cuando trabó amistad con Elías del Medigo que enseñaba en Padua la filosofía de Aristóteles y Averroes, filosofía que influiría grandemente en sus Conclusiones.

Gran parte de los conocimientos que en la época de Pico, se consideraban «científicos», o sea los que tratan sobre medicina, astrología, alquimia o ciencias naturales, se fundaban en textos árabes traducidos al latín y al hebreo. Los conocimientos «filosóficos», o sea las obras filosóficas más notables de la Antigüedad, en general de origen griego o árabe, también fueron traducidas a estos idiomas, que nuestro autor dominaba.

Pico manifestó en sus Conclusiones de tipo filosófico un amplio conocimiento de las ideas de Averroes y Avicena. Profundamente interesado por la religión islámica, estudió el Korán en un ejemplar que le había facilitado su maestro Marsilio Ficino. También conoció la obra de Abentofáil, el autor de El Filósofo Autodidacta.

Nuestro autor, espíritu abierto y de altos vuelos, se interesó especialmente en ciertas afirmaciones de Averroes relativas al intelecto, el alma y la profecía.

Es interesante señalar que la afección asumida por Pico de la filosofía árabe, maraca una de las pautas esenciales en sus obras. El pensamiento árabe, que aún hoy en día es poco conocido, estaba casi olvidado en la Edad Media, pues la mayoría de estos autores se inclinarían por estudiar a los clásicos griegos y otorgarles un lugar importante en la historia del pensamiento, cosa que a los ojos del cristianismo era mal vista.

Una de las ideas centrales, y quizá de las más trascendentes, es lo que Pico explica acerca de la naturaleza del hombre, idea que desarrolla en una de sus obras más importantes: Discurso sobre la dignidad del hombre.

La naturaleza del hombre no puede ser del mismo orden que la de las cosas no humanas. Todas las cosas tienen una naturaleza establecida y obedecen a leyes fijas; el hombre, en cambio, puede elegir para sí su propio puesto en el cosmos: su naturaleza es libertad. Esta idea apunta ya en el ramoso Discurso sobre la dignidad del hombre de Pico della Mirandola. Desde entonces el hombre es visto como un sujeto autónomo, abierto al mundo, para transformarlo según sus proyectos y su trabajo. Más tarde se presentará como autor de su propia historia, constructor de su sociedad, legislador de su propia ley moral.

A la hora de estudiar las Conclusiones formuladas por Pico a propósito de los filósofos platónicos (Plotino, Porfirio, Jámblico, etc…) hay que considerar su amistad con Marsilio Ficino, el traductor y comentador de Platón y Plotino más importante del Renacimiento. Sin duda fue él quien introdujo en el platonismo a Pico, que utilizó las traducciones de su maestro, en especial la de Los Misterios de Egipto y otras obras de Jámblico.

En las Conclusiones según Platón, Pico se interesa especialmente por el problema del alma y de su destino. Cuando ésta se encarna no lo hace toda ella; una parte queda en el cielo.

La reunión de las dos partes es, en cierto modo, el objetivo espiritual ansiado tanto por aquella que permanece en el cielo como por la que está en la tierra, prisionera de la materia. Cuando el intelecto particular del hombre se une indisolublemente al intelecto primero, o sea cuando el ser o la vida particulares se unen a las universales, el hombre alcanza por fin la felicidad última. Según Adelando el árabe, el intelecto que permanecía en el cielo recibe el nombre de «intelecto agente».

Dentro de su impresionante precisión, las Conclusiones contienen, sin embargo, algunas imprecisiones dignas de mención. En las Conclusiones según la primitiva doctrina del egipcio Hermes Trismegisto que, como hoy sabemos, es una doctrina más griega que egipcia, Pico habla de diez enemigos en nosotros, cuando en el Corpus Hermeticum aparecen doce. El texto de Pico dice así:

«Dentro de cada uno de nosotros hay diez enemigos: la ignorancia, la tristeza, la inconstancia, el deseo, la injusticia, la lujuria, la decepción, la envidia, el fraude, la ira, la temeridad y la malicia».

Más adelante, Pico vuelve a hablar de estos «diez enemigos», y el número diez se repite. Sin embargo, basta con dar un breve repaso al Corpus Hermeticum para percatarse de que estos enemigos, protagonistas del destino astral del hombre encarnado, son doce y corresponden verosímilmente a los doce signos zodiacales. ¿Por qué habla Pico de «diez enemigos»? Y, sobre todo nos da los nombres de doce y no diez? ¿Se trata de una confusión de nuestro autor, o de un simple lapsus?

El hecho de que Pico hable de «diez enemigos» podría atribuirse a que nuestro autor pensara en las diez sephiroth de la Kábbala, pero en la Conclusión siguiente ya nos avisa de que no es así:

«Los diez enemigos que he nombrado según la conclusión precedente se corresponden mal con la coordinación denaria de la Cábala».

Las diez sephiroth corresponderían más bien a la «Década», fuerza divina que permite al hombre triunfar sobre los doce enemigos zodiacales.

Si bien, nuestro autor tuvo que padecer las iras de Inocencio VIII y de sus acólitos a causa de sus originales opiniones, fue sin embargo muy respetado y admirado por los hombres cultivados de su época, que quedaron impresionados por su extraordinaria erudición. Numerosos son los testimonios de admiración que tras su muerte le serían manifestados. Dirigiéndose a su sobrino Juan Francisco, el beato Battista de Mantúa escribía que:

«La Santidad de la vida, la erudición, los conocimientos de las cosas humanas y divinas se unían tan bien en él, que Jerónimo y Agustín parecían revivir en un solo hombre… Por la inmensa fertilidad de sus pensamientos nos fecundaba a todos… Su muerte ha hecho sufrir a los estudios literarios, a la ciencia, a la integridad de las costumbres un gran eclipse». También Savonarola, en su Tratado contra los astrónomos escribía:

«Este hombre ha de ser considerado entre los milagros de Dios y de la naturaleza, a causa de la elevación de su pensamiento y de su doctrina.»

Incluso los sabios hebreos de su época, entre los que destaca el erudito pensador Jochanán Alemanno le admiraron y llegaron a decir de él que: «El espíritu de Dios y el espíritu del siglo no podrían producir en cien años un hombre de su valía.»

Pico della Mirandola creyó y declaró ser el primer autor del mundo cristiano en haber hecho referencia explícita a la Kábbala hebrea. En su Apología escribía: «Esta es la primera y verdadera Kábbala, de la que soy el primero entre los Latinos en hacer mención explícitamente…».

Para nuestro autor, la Kábbala no es únicamente un método para acceder al sentido auténtico del Antiguo Testamento sino, sobre todo, un sistema que permite interpretar el Nuevo. Ambos libros están escritos en un lenguaje simbólico semejante y los símbolos que aparecen en uno se repiten en el otro. En su obra De hominis dignitate escribía: «Cuando me procuré estas obras a un precio muy alto, y las hube estudiado con gran atención y sin ninguna interrupción, en ellas reconocí -Dios es testigo de ello- no sólo un testimonio de fe mosaica, sino también, y con toda certeza, de la cristiana. Allí se encuentra el secreto de la Trinidad, la Encarnación del Verbo, la naturaleza divina del Mesías; aquí se nos habla del Pecado original y de su remisión por Cristo, de la Jerusalem celeste, de la caída de los demonios, de las jerarquías de los ángeles, del purgatorio y de los castigos del infierno, del mismo modo que nos hablan aquellos cuyos escritos leemos cotidianamente: San Pablo, San Dionisio, San Jerónimo y San Agustín. En lo que al contenido filosófico de estos libros se refiere, tenemos la sensación de hallamos simplemente ante el pensamiento de Pitágoras o Platón; y bien sabemos que las tesis de estos pensadores están tan cerca de la fe, que San Agustín daba gracias a Dios con efusión por haberle permitido conocer los libros de los platónicos».

Inspirado por una búsqueda de lo místico, Pico della Mirandola nos legó una obra llena de misterios, de pensamiento y de interés. Un hombre que nos compartió su propio estilo de vida del que se acompañó en cada una de sus palabras escritas, Pico es sin dudas, uno de los grandes filósofos que nos dejó tras de sí el Renacimiento.