El Laberinto

La pirañata

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Diciembre defeño, frío que se cura con comidas sabrosas, con bebidas espirituosas, con golosinas y con fraternidad… ¿será?

Me invitaron a una posada vecinal donde se juntaban todos estos elementos a solo una escalera de distancia, oferta mejor en estas fechas no se podía encontrar así que me enfundé en una chamarra y bajé al festejo.

Todo iba a pedir de boca, pedimos posada cantando, nos dieron el aguinaldo en forma de bolsitas con dulces, comenzábamos a tomar calor, hasta que llegó ella.

Brillante, vestida de fiesta, con sus largas mechas de crepé colgando. Preñada de dulces para todos los niños que la esperaban con impaciencia, en medio del patio suspendida cual manzana de la discordia estaba la piñata.

Fue la locura de los chiquillos y chiquillas, los pequeños más intrépidos saltaban tratando de alcanzarla, aprovechando la falta de organización para tundirle a palos.

Se oían ya los cantos ¡Dale, dale, dale, no pierdas el tino…”, pero por más que se buscara democratizar la participación de los niños, para que tuvieran todos turno equitativo, como candidatos en campaña, ninguno acató las reglas y ante la terquedad de los aspirantes, se optó por arrebatarle el palo al que no lo soltaba para dárselo al siguiente.

Cedió finalmente el cordón más no la piñata que cayó magullada en el cemento, todos se lanzaron a tomar el botín entero entre gritos empujones y pellizcos. Una madre trató de poner orden tomando la piñata para vaciarla, pero fue inútil, solo la vimos desaparecer entre la marea de niños que ya se arrancaban los dulces.

Los espectadores estaban divididos entre el horror del espectáculo y el orgullo de tener al hijo más tramposo, yo comencé a sentir frio así que solté mi aguinaldo para tomar un vaso de ponche y cuando volví a mi lugar la bolsita había desaparecido, finalmente en las piñatas como en lo gratuito, solamente gana el que no piensa más que en sí mismo.