Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Otro Centenario

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(Foto: Especial)

El pasado 5 de febrero, así como se hace con los abuelos, unos cuantos miembros de la nación mexicana se reunieron para celebrar el nonagésimo sexto aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917. Como en cualquier familia moderna, un buen número no asistió pues no ama “a la abuela vigente desde 1917”, estaba cansado o no alcanzaron a regresar del puente vacacional decretado, nada más ni nada menos que, en memoria del nacimiento de este documento. Otros más de los ausentes son de la rama genealógica que siempre vio a aquella Constitución como una aberración empeñada en promover derechos sociales —gratuidad en la salud o la educación— y comprometida a reivindicar tierras a los propietarios originales sojuzgados por una invasión europea. Para los ancestros de quienes no celebraron la Constitución de 1917, el documento era “comunista” y estaba en contra de empresarios exitosos capaces de dar empleo, recursos al erario y proyección internacional; cosa —según ellos— imposible frente a un texto que suplía a quejosos con pocas posibilidades de ser representados profesionalmente en un juicio —laboral, agrario y otros— daba ciertas preferencias al trabajo en su correlación con el capital y mantenía lejos de sus voraces manos, la propiedad de los recursos —petróleo, minería, aire, costas etc.— de un México multicultural al cual una educación alejada de los confesionarios y por ende laica, abría caminos para el progreso. ¿Se dijo algo de esto en los eventos oficiales abarrotados de invitados VIP? En el rating de noticias de la semana ¿este tema tuvo mayor peso, sobre cualquiera que se pueda elegir?

Salvo en los espacios académicos, lo que más trascendió fue el anuncio de una nueva fiesta programada para dentro de cuatro años, cuya organización requiere del necesario comité organizador, y los multimillonarios fondos, para: difundir —en radio televisión cine, impresos  y otros— cosas —seguramente a modo de la “modernidad”— así como importantes erogaciones de igualmente distinguidos “expertos” en la materia. ¿Qué le queda al pueblo de México, del pasado bicentenario de la independencia y centenario de la revolución? ¿Cuántos empleos formales pudieron haberse creado tan solo con el gasto de la estela de luz? ¿Se profundizó el fervor patrio por el espectáculo circense, necrófilo y morboso de la exhumación de restos? ¿Aumentó el índice cultural con las insultantes erogaciones de CONACULTA en obras sin sentido como la “Librería Elena Garro” en Coyoacán? ¿Quién responderá por el mal uso de las contribuciones ciudadanas en aquellos y el próximo “centenario”? ¿Cuál es el pecado que se pretende expiar, para trascender en la memoria colectiva por la vía de estos “centenarios históricos”?

En el marco de las jornadas de estudio celebradas en el instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, se preguntó si ¿la Cconstitución de 1917, “además de cumplir años, cumple también sus funciones”? cuestionamiento por demás pertinente respecto de una Carta Magna en la cual “solo 22 de sus 136 artículos corresponden al texto original”. Hoy día pocos ponen en tela de juicio que “Nuestra norma suprema ha sido ejemplar en más de un sentido”, explicando que “en su fase inicial —revolucionaria— cimentó la renovación del poder político; transformó las relaciones sociales; propició el optimismo colectivo e incorporó la idea de constitucionalidad a la cultura cívica del país” ¿Cómo y por qué es que después de una segunda fase de tímida conservación, llegamos en pleno siglo XXI a regirnos por una “Constitución contradictoria”? La comisión del centenario ¿se atreverá a recuperar su sentido original o con el pretexto de modernidad, terminará por darle el tiro de gracia?

Hoy nos enfrentamos a la abundancia de: convenios, tratados, pactos, comisiones, mesas de trabajo y todo un galimatías administrativo, jurídico y de esencial convivencia social, derivado de que “la Constitución contiene instituciones en conflicto”, está plagada de “errores en el diseño institucional” circunstancia ésta que provoca disfuncionalidad y contradicciones a sus objetivos iniciales. Quizá es por ello que la pobreza, “los desajustes estructurales del sector público; la concentración excesiva de la renta nacional; la violencia delictiva; las exigencias de bienestar y de equidad social; la laicidad efectiva de la vida pública; el combate a  la corrupción y a la impunidad; no pueden ser resueltos”.

En un intento de justificación, las últimas décadas se ha dicho que tales aberraciones se deben a la ausencia de juristas en el gobierno ¿Se atreverán quienes hoy dirigen a someterse al imperio del derecho? ¿Podrían, partir de ese 16% de texto original que, hoy por hoy, significa solo el 3% de la totalidad de palabras plagadas de normas que deberían haber sido materia de leyes secundarias? Revisar o hacer una nueva, aquí es donde radica el mayor dilema. Si el ejecutivo y el legislativo siguen basando su funciones en el temor, derivado de la ignorancia o la culpa, seguramente en este sexenio seguiremos cargando a la Constitución vigente de“disposiciones que son ajenas a su jerarquía”… Trasladándole una volatilidad por la cual … “hoy nuestra carta fundamental se ha contaminado por el lenguaje de la desconfianza y por la estrategia de la ficción”.

Imaginar que el proceso será miel sobre hojuelas, es otra fantasía. Hoy están más fuertes que nunca quienes se opusieron al espíritu del constituyente de 1917. Se llaman modernistas, los hay que anhelan un presidencialismo autoritario y centralista, cohabitan estos con aquellos tránsfugas que pretenden medias tintas de combinación mesurada entre este extremo y el parlamentarismo rabioso. Y por encima de las propuestas de cambio a la forma de gobierno, deberían estar los anhelos de un pueblo de más de cien millones de habitantes en nuestro territorio y un buen número de connacionales obligados a emigrar, huyendo de la miseria o la inseguridad. Reordenar la Constitución de 1917, sin modificar sus principios, es factible. Si lo que prevalece —en el marco de la lucha por el poder— es la urgencia de introducir cambios al régimen de gobierno, quizá estaremos celebrando el centenario de la misma forma en que Porfirio Díaz, lo hacía frente al monumento a la independencia, mientras que a pocas cuadras la gente manifestaba su enorme y ancestral descontento, con la consecuente represión policíaca.

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NOTA: Las citas entrecomilladas, son parte de la ponencia del Dr. Diego Valadez, durante el homenaje al Dr. Jorge Carpizo en la UNAM el pasado 5 de febrero. Si Usted requiere de este documento se lo podemos compartir previa solicitud.