Las cosas como son

Cambiar el curso de lo que estamos viviendo

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¿Qué podemos hacer para cambiar de alguna forma el curso de lo que estamos viviendo? Como bien se sabe, es inevitable pasar por situaciones complicadas, por enredos entre familiares, conocer derroteros que no se nos había ocurrido siquiera que existiesen, en cualquiera de nuestros ámbitos: personal, familiar, laboral, y aun en el espiritual. Comencemos por el comienzo y digamos a bocajarro que todos los momentos son buenos para iniciar. Es decir, habiendo enfocado con la mira el objetivo, lo conducente es determinarse a actuar, declarar para dentro de uno mismo que hasta hoy las cosas ocurrían de cierta manera y que ya estamos procurando la consecución de un final diferente, de un tránsito acaso nuevo o distinto, un tanto más libre de patrones o de rigideces o de inocencia o de culpa o de lo que sea que uno identifique como adverso.

Otro acto esencial consiste en formular para uno mismo, como si le hablase a la vida, el reconocimiento de que solamente lo ocurrido, lo experimentado, lo ha hecho a uno ser como es, y que lo no vivido, lo que no se hizo realidad en el vivir propio, uno lo deja en paz. Esto contribuye a llevar la mirada a la historia tal como sucedió, a las cosas como son, y no tanto a los anhelos distantes, los sueños incumplidos, los hechos no realizados. De lo vivido provino para uno la fuerza, el alcance, el impulso para llegar hasta este día. Y aplica para el tipo de padres que uno tiene, para los estudios consumados, para las vivencias del amor en pareja o en soledad, para lo adverso con la salud o la fortuna.

En el plano familiar siempre trae un beneficio poder mirar a los padres, a uno, a los dos, juntos o separados, a los ojos, y dedicarse a sentir cómo el amor impregna el cuerpo, el ser todo, un amor especial, que se origina en el reconocimiento de que uno como hijo o hija no sería lo que es si no hubiese recibido de los padre la vida, y ese cien por ciento de ser de papá aunado al cien por ciento del ser de mamá, los dos mezclados, más la pizca de novedad con que uno fue condimentado. Y es que a ciencia cierta uno puede percibir que los talentos, las facultades, las inclinaciones a esto o a aquello, ya estaban instalados en los progenitores, procedentes de muy atrás, de ancestros y ancestros, y que uno solamente los activa y con ellos configura su “yo soy”. El desafío consiste pues en sentir ese amor, ese reconocimiento, esa gratitud, en saberse hijo, descendiente de ancestros, y luego en saberse uno que pasó también la vida y ha cumplido con la encomienda de hacer algo grande y hermoso con el legado.

Para incrementar la potencia de esa manera de mirar conviene también hacer el ejercicio deliberado de dar un paso hacia delante y dejar atrás lo difícil. A nivel colectivo se escucha con reiteración decir que el pasado ya pasó, que dejemos atrás el pasado, sin embargo suele no ser sencillo completar ese movimiento. No lo hace por ejemplo quien señala “perdono pero no olvida”, quien adjunta algún adversativo a su expresión, quien condiciona su “sí” con su “si tú”, con un “siempre y cuando”, con un “pero” o expresiones similares. Este paso hay que darlo cabalmente, mejor aún si se arrastran los pies como si anduviese uno muy cansado y poquito a poco va desprendiéndose de lo pasado, va instalándose en su presente.

A este respecto algo que ayuda es mirar que la urgencia ya pasó, que la edad de la impotencia (porque se era muy pequeño) ya quedó atrás, que ya no se está donde antes ni se es el que se era. En consecuencia, quien deja atrás el pretérito se instala en el ahora, usa sus recursos, sus fortalezas, considera a quienes le rodean por lo que son y lo que debe atender por lo que ocupa.

Finalmente, hace falta de tanto en tanto sentir el propio ser a través del cuerpo, lo que late, lo que vibra, con los ojos cerrados o abiertos, tirado por completo en la cama o en el pasto, sentado o parado, y al mismo tiempo contemplar lo más grande, dejarse invadir por ello: por el viento fresco, por la inmensidad del cielo, por la magnificencia de las obras humanas, por la sonrisa franca y honda de un hijo, por el calorcito de un cuerpo tibio cercano al nuestro, por una espléndida obra de arte, por el rumor del agua en corriente. Por este camino acaso venga para uno, con un puñado de minutos, la sensación de que lo más grande nos lleva, de que tiene propósitos, de que somos instrumentos para un cometido mayor, de que uno recibió la fortuna de vivir, de que somos parte de algo que no podemos mirar y que solo se nos pide estar y estar con entereza, hacer y hacerlo bien, tomar la vida, entrar en posesión de ella, y luego, de preferencia, pasarla, y ser parte de su continuidad.