Las cosas como son

Llevar el peso de la responsabilidad

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¿Qué sucede con la vida interna de una persona cuando se ve obligada por cualquier razón a guardar un hecho en secreto, un hecho del cual emana una culpa? Para decirlo con más claridad: cuando una persona lleva a cabo un acto prohibido, indebido, censurable, de traición a otra, y lo realiza entre las sombras, en lo oculto, con la complicidad secreta, y nadie más que los protagonistas lo saben, ¿pasa algo con su orden interior? ¿Cómo se mira a sí misma con tal hecho a cuestas, cómo mira a su cómplice o a su co-autor, cómo mira a la persona a quien se inflige la traición, cómo mira el hecho mismo y su relación con la vida? ¿Seguirá el curso de sus días con normalidad?

Aunque en un principio no se manifieste así, en realidad algo cambia, una o varias piezas comienzan a padecer el desajuste, algo como distanciamiento, palmos de silencio, asuntos que devienen intocables, irritabilidad, sensación de incomodidad, entre otras muchas manifestaciones, van apareciendo. ¿Qué toca hacer entonces? ¿Preservar el secreto de uno de los padres cuidando de que el otro no se dé cuenta? ¿Guardarse una infidelidad dentro, muy dentro de uno? ¿No confesar bajo ninguna circunstancia algún hecho vergonzante que se presenció o se cometió? ¿O será mejor abrir las cartas sobre la mesa, y a través de una confesión franca deshacerse del fardo?

Una de las dos opciones, dice un colega, es la opción barata, la otra es la cara. ¿Qué elegir, cómo hacerlo? La norma común suele sugerir compartir el secreto: confesar, así ya deja uno de llevar sobre sí la pesada carga. Esta acción implica, naturalmente, que la persona de enfrente, a quien se entrega la confesión, comparta ahora la carga, e incluso es de ella de quien se espera un veredicto, una sentencia, y hasta una pena. Parece difícil, y lo es, pero es la opción más sencilla, pues el destino propio es puesto en el arbitrio de otra persona, cuya decisión, buena o mala, acabará por absolver lo realizado, por deshacer la culpa como impedimento, aunque vaya acompañada de pérdidas, mayores o menores. Además, con este mismo acto, aunque se muestre un profundo arrepentimiento, se transfiere a la otra persona una buena parte de la responsabilidad, ya que al fin y al cabo, podría decirse, con vistas a lo futuro, “ya sabías cómo me comportaba”, “ya sabías con quién te estabas metiendo”.

En contraste, existe la opción de quedarse con el peso total de la culpa, que es responsabilidad, claro está, un grado diferente. Esto significa que, haya sido lo que haya hecho, la persona asiente a su realización y encara los sucesos derivados de ello. El hecho secreto es suyo, el asunto es suyo, lo realizado es suyo, y sea que se haya equivocado o que lo haya emprendido por cualquier otra razón, asiente a sus consecuencias, tanto en su propia persona como en las personas de alrededor y en las circunstancias de su vida.

Esta vía lo que quisiera poner de relieve es la posibilidad de extraer una fuerza extraordinaria de lo que llamamos culpa, que no es sino responsabilidad. El secreto deja de ser tal, se convierte de este modo en un hecho vivido, y cada vez que se miran efectos de ello, en lugar de confesar, se revisa a fin de encontrar el punto de fuerza. Es que si se miran las cosas así lo primero que tiene lugar es una validación de lo que se es, de lo que se siente, de lo que se realiza. Lo segundo es que lo vivido puede convertirse en experiencia, y en experiencia estimable, gracias a la cual es posible llevar una vida mejor en algún sentido. De igual modo sobreviene la certidumbre de que la persona es como es, enriquecida como se encuentra, por obra de lo que ha vivido, sin que sobre nada.

Pero hace falta además una renuncia expresa a lo realizado, una renuncia a ese apetito, un contenerse para evitar incurrir de nuevo en ello. Consecuentemente, hay aquí, en síntesis, un movimiento de reconcentración, de entereza, de ánimo de compensación, que difiere mucho del espíritu de compartir los yerros o las flaquezas. En verdad, hace falta experimentar qué se siente llevar la responsabilidad por un hecho prohibido, indebido, censurable, de traición a otra, realizado entre las sombras, en lo oculto, con la complicidad secreta, y sin nadie más que los protagonistas lo sepan.

Llevar la responsabilidad, encontrar el camino para construir una valía propia que se resuelva en bienestar, satisfacción, compromiso con la persona que tenemos enfrente, que puede ser un papá, una mamá, una pareja, un jefe, un colega. Esto va más allá del tan conocido “te fallé”. Por el contrario, busca incrementar la valía de las personas y acaso profundizar en el tipo de relación que llevan. Y requiere carácter, fuerza y aun valentía, muy pero muy personales. Por eso es la opción cara: requiere convertir en algo valioso aquello que parecía innombrable, pero desde el fuero más interno de la persona.