Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Excluir = cobardía

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(Foto: Especial)

Echar a una persona del grupo —familia, centro de trabajo, institución financiera, club deportivo, organización política, sindicato etc. — supone en la mayoría de las veces una adhesión irracional al particular punto de vista. Con frecuencia y aun con características de cierta cohesión, algún familiar es capaz de pelear en contra de hermanos, tíos o abuelos, cuando de herencia se trata; correr a un colaborador porque su opinión lastimó las fibras emocionales más débiles de quien se desempeña como “jefe”, es lo que ha dado lugar a la existencia de tribunales laborales en el mundo; y qué decir de las transnacionales instituciones bancarias que sin decirle “agua va” le cancelan su cuenta y se roban sus ahorros, porque Usted les parece un mal cliente pues deposita poco o no asume todos los servicios que implican comisiones.

Impedirle la continuidad de su membresía en un club, al cual ha cotizado por décadas, por el simple hecho de haber envejecido y tener derecho a pagar menos, es otra de las formas de exclusión que se da en una sociedad eminentemente materialista, donde el dios mayor es el “Profit”. Pocas veces en los partidos políticos hay expulsiones, pero marginar a quien les parece de cuidado —porque es demasiado honrado y no se puede negociar; no pertenece a nuestra corriente; ya es muy mayor; es conflictivo; etc. — es el pan de cada día.

¿Sabe de familiares que siempre sonrieron cuando recibían apoyos —una gestión para no ser encarcelado; un préstamo; recomendación para un trabajo; viajes; manutención para los sobrinos; autos casi regalados; acceso a propiedades del más exitoso para fiestas; y hasta beneficios directos e indirectos por la utilización de los contactos del adulado— y que en la supuesta etapa de debilidad señalaron, manipularon y hostigaron al que envidian por su éxito?

Además de la ambición para obtener de manera patológica lo que el prójimo tiene, otra de las causas más recurrentes para excluir a un congénere es el temor. Un bisoño gerente reaccionará despavorido si su subordinado de mayor antigüedad le sugiere cómo desempeñar alguna función que a todas luces es errática y errónea y si la edad del subordinado le trae a mente un padre o madre cuyas rabietas, abandonos y regaños nunca procesó, la reacción de venganza reprimida será verdaderamente descomunal, no encontrando más camino para aliviar sus recelos que excluyendo, es decir, poniendo a quien supuestamente le amenaza a disposición del departamento de personal, marginándolo de cualquier tarea, quitándole el espacio de trabajo y hasta corriéndole.

Un buen número de jóvenes reclutadores —lo mismo en instituciones educativas que en franquicias vendedoras de café— dejan fuera a personas capaces por el recelo de ser rebasados por personas de mayor experiencia a las cuales tachan de posibles tramposos porque “seguramente obtuvieron el examen de forma ilícita” si acaso su coeficiente fue alto o de “inestables o agresivos” si dicen la verdad de frente y sin tapujos.

La historia da cuenta de gobernantes que excluyen a los altos por ser ellos de corta estatura, hermanos que recelan del mayor —en el Antiguo Testamento hay el relato de un tramposo que por un plato de lentejas dejó fuera de la primogenitura al que por derecho la tenía aprovechándose de las limitaciones de edad del padre— y en general de personas capaces de compensar su poca autoridad moral con el mal uso del poder que les confiere un puesto, un momento de fama o el dinero.

El cobarde acto de excluir llega a extremos como el quitarle su casa a una madre[1], viuda y con dos de sus hijos en bandos distintos —una con los Templarios y otro con los autodefensas— dejando de lado que aun la peor de la progenitoras, si fuera el caso, tiene como saldo a su favor el haberle dado la vida al ingrato. Al observar a toda esta generación de pusilánimes, mediocres, sin más ánimo que poseer, dominar, y encumbrase a costa del otro, resulta obligado el analizar si de verdad estos prepotentes baldados del alma pueden sacar a la humanidad adelante o corresponde a los auto-excluidos —por razón de convicción, mayor grado de madurez e indiscutible experiencia— el pasar de la fase de tolerancia, prudencia y paciencia a la de acción y liderazgo.

Aun cuando la contemplación de un libertinaje generacional —enarbolado como de libertad— nos hace responsables a muchos de los “ adultos en plenitud, rucos o dinosaurios”, quienes aun contamos con las facultades necesarias para hablar, escribir y poner orden debemos organizarnos a fin de garantizar ya no un empleo o una pensión digna; sino simplemente los espacios para actuar a favor de la raza humana que al paso del cáncer, el sida, las enfermedades degenerativas y todo los que la contaminación y la vida apresurada nos ha ocasionado, está en el punto del colapso aunque aun con posibilidades de rescate.

Si a Usted lo excluyeron o se declaró auto-excluido, considérese privilegiado, pues tiene todo el tiempo para planear cómo rescatar si no el mundo cuando menos su esquina.

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[1] Da cuenta de ello un reportaje de JC Vargas y Miguel García Tinoco, realizado en Tancítaro, Michoacán.