Vaivén

Al sur del sur

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Aún no es ni media noche, el olor de la parafina que alimenta el faro, lo siento impregnado hasta en los huesos, me obliga a salir como cada noche. Afuera, cada diez segundos, la luz blanca se desvanece y aparece la luz roja, y es cuando lo veo. El poeta, erguido entre las rocas, con la vista perdida en el infinito. Entre el rumor de las olas distingo a la comparsa, los negros que desgarran la soledad con el candombe. Los tres tambores; el piano llama y el repique contesta, el sonido crudo sobre la madera y la lonja de cuero, obligan al chico a conversar, los tres, parecen discutir. Una plática de viejos con la boca medio abierta, a paso lento, contando una historia sin palabras, besando la tierra que habitan y añorando las costas que no conocieron. Hundo los dedos entre el tabaco húmedo y mecánicamente lleno la pipa que cuelga como un apéndice, el agua golpea bravamente las piedras y el viento del sur me impide encender las largas cerillas. Amparado por las cartas náuticas, me obstino en debatirme entre el humo y la noche,enciendo la diminuta hoguera en la que vierto el tabaco y mi soledad.

Noche tras noche me empeño en olvidar, acepté el trabajo como una condena. Decidí castigarme por ingenuo, por testarudo. Me advirtieron, mi madre lloraba, esperando que sus lágrimas me hicieran recapacitar . Antes del fallecimiento de mi padre, lo decepcioné dos veces, cuando me vio departiendo con mis compañeros del Partido Colorado, y cuando empaqué mis cosas. No tuve el valor para comunicarle mis planes, y la noticia de que su único hijo viajaría a Europa, de mano de una mala mujer acabó con su menguada vida.

Días antes, vendí todas mis posesiones, gasté los ahorros en dos pases para un buque Noruego. Caminé hasta su casa y esperé a que saliera, la tomé por la cintura y le entregué sin vacilar los pases de abordar. Repaso ese momento día tras días, debí imaginarlo, cuando los sostuvo su mirada era distinta, unos ojos color de oro, fijos en la nada. Vacíos, los ojos de un lagarto, quedé petrificado, hechizado le entregué dinero para los preparativos y, sin mirarla, espeté con voz ajena “vendré por ti al amanecer”. Hice el recorrido a casa intranquilo, tomé mis cosas, entré a la pieza de mi padre y sin acercarme grité “me voy”. El llanto de mi madre acompañó mis pasos, al salir, los vecinos me observaban. Pero desconocía el verdadero motivo de sus miradas.

Ya son tres años que vivo aquí, dejé Punta Carretas y sólo he vuelo una vez, lo sé, es absurdo hacer tal afirmación, cuando desde aquí veo el pueblo, la mujer del poeta me trae fruta y algunas otras cosas, bajo a pescar todos los días, por las tardes camino a Parva Domus. La vieja casona con sus jardines y enormes ventanas me contagia su libertad, ver izar su bandera, el fondo blanco, franjas azules y las letras rojas. Al verla mi corazón se inflama y la sonrisa me toma siempre por sorpresa. Sus únicas dos reglas me ofrecen consuelo, “Ni mujeres, ni animales, ni seres inferiores”  reza  la “Constitución” de la Parva Domus. De igual forma  está prohibido hablar de política y religión. Gracias a ello, nadie hace comentario, sobre cómo aquella mala mujer corrió hacia el puerto y cambió los pases que le entregué, por un camarote de lujo en el primer barco que zarpara. Ni se habla del Delegado Cabrera, a quien su hijo de un coraje lo mató. La pobre viuda alegó que su hijo estaba muerto, cruzó el Río de la Plata y ya no regresó.

Parva Domus es mi verdadera patria, hace un par de años me asignaron un Título Mobiliario, soy respetado y tratado como un igual, no como un simple guardafaros que mantiene limpias las lentes, vierte la parafina y gira la manivela de la sirena los días de niebla. Aquí, soy Ministro, entonamos el himno y nada más importa.

Viva Parva Domus / Viva la alegría / Gloria a la famosa / Mansión de la alegría / Grandioso fue aquel día / Que impusiste la igualdad / Ostentas majestuosa / un cetro refulgente /tu faz habla sonriente / De placer y de amistad.

Además todas las noches el poeta pasa por el faro, nos miramos en silencio, y tras cebar el primer mate, recita el poema que escribió ese día, no pide mi opinión, no busca mi aprobación, cuenta apasionadamente la epopeya de Artigas. Como si yo no estuviera, algunas noches recita los poemas que conforman Tabaré, el amor entre el indio charrúa Tabaré y su enamorada española Blanca, y la guerra entre sus pueblos. Así lo conocí.

Tras enterarme de la partida de Matilde y su traición, regresé a donde mi padre, la casa estaba abarrotada, amigos y vecinos habían acudido en auxilio de mi madre que lloraba la muerte de su esposo… y su hijo. Me miró fijamente, interrumpió su llanto, para gritar “¡fuera de aquí, lo mataste!”. Tomé mi equipaje y caminé hacia el faro, decidido a quitarme la vida, el peso del maletín, las olas y las rocas dispondrían de mi destino. Y en ese momento la voz del poeta Juan Zorrilla de San Martín, que recitaba su poesía, venció a los cuatro vientos, el mar callaba, atento a las rimas, no quería ni respirar, no quería romper el encanto con mi presencia. Sin siquiera mirarme comprendió mis intenciones, me detuvo, continuó con su canto hasta que llegó el día, me llevó hasta su casa, me alimentó, me dió un trabajo, una casa y una nueva nación. Desde ese día soy el guardafaros de Punta Brava.

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@LaloMonzalvoA